Frente a los sucesos en Brasil sería muy imprudente, por el momento, sacar conclusiones definitivas. Ciertamente la suerte de la presidenta Dilma Rousseff parece estar bastante comprometida, pero resta camino por recorrer, aún, y con muchos vericuetos. De lo que sí ya no se necesita comprobación es de que Lula no sería tan baqueano ni tan persuasivo y de que su peso político ha menguado: por lo que dicen los números, no le fue bien en sus esfuerzos por conseguir votos en el Congreso. En esto hay que darle la derecha a Nestor Kirchner, quien decía que el poder y la fuerza persuasiva está en la caja. Decididamente al Partido de los Trabajadores (PT) le fue mejor en el primer gobierno de Lula, cuando compraba los votos de congresistas, lo que se llamó el mensalao.
De toda forma el impeachment da lugar a mas de una ocurrencia, —ideas inesperadas y repentinas— y a algunas preguntas. Y ello sin tomar en cuenta el espectáculo de la votación, una especie de desenfrenado carnaval en que las scolas do samba fueron sustituidas por torcidas —barras bravas— futboleras. Creo que incluso superaron a aquel inmenso aplauso y estruendosa ovación en el congreso argentino festejando el default, a principios de este siglo.
Veamos alguna de esas ocurrencias:
– Dilma fue el chivo expiatorio. La condena fue para Lula y el PT. Contra su soberbia, su arrogancia y prepotencia.
Hay algo de injusto para con una presidenta que durante su gestión no impidió investigar casos de corrupción ni adoptó medidas para limitar a la prensa, desoyendo, por cierto, recomendaciones de su mentor: Luiz Inácio Lula Da Silva.
Mas allá de si cometió o no los delitos que se le señalan, no es válido su argumento de que otros presidentes lo hicieron y no los juzgaron. En todo caso, el error fue no haber juzgado y sancionado a aquellos en su momento.
Tampoco es valido que entre los que la condenan, —casos del vicepresidente y los presidentes de las Cámaras de Diputados y Senadores—, haya quienes están cuestionados, sospechados y hasta acusados de corrupción. Deberán ser juzgados. Una cosa no quita la otra.
No se entiende por qué la presidenta resulta intocable por haber sido elegida legítimamente. Si cometió un delito, que se le juzgue y condene llegado el caso. También su vicepresidente fue elegido legítimamente, al igual que todos los diputados y senadores. ¿Por qué unos van a ser más legítimos que otros?
Dilma y Michel Temer, quien la podría sustituir, conformaban la misma fórmula. Se podría decir que Temer se benefició de acompañar a Dilma. Es posible, pero también podría decirse que fue Dilma la beneficiada por cuanto el partido del vicepresidente —el PMDB— fue el más votado.
No es lo mismo cobrar comisiones —al contado y en efectivo— y llevarlas a Suiza o a donde sea, que maquillar algunos resultados económicos. Bien puede ser visto así: una cosa es ponerse plata en el bolsillo y otra ajustar algún balance para mejorar la imagen y la gestión de un gobierno.
¿Pero qué pasa si ese maquillaje, al que se le suman algunos abusos o privilegios extras, sirve para ganar las elecciones? En ese caso se trataría de un fraude electoral, de una violación de todas las normas; de la más ilegitima y antidemocrática de las conductas. Significaría a la vez ya no ponerse plata en el bolsillo ocasionalmente, sino asegurarse una buena partida todos los meses y por muchos años —hay unos cuantos que hace tiempo están en eso— como pago por ocupar cargos a los que accedieron con trampa: ilegal e ilegítimamente. Eso es corrupción, es ponerse en los bolsillos, indebidamente, plata de los ciudadanos, del pueblo, y acceder a una serie de cosas que también cuestan mucho dinero, además de otras posibilidades.
Se habla de novedosos golpes de estado: institucional, legislativo, etc. Otra de las novedades respecto a lo que ocurría antes, es que las FFAA no aparecen. Y entonces surge la pregunta: ¿Qué apoyan las FFAA? Y estamos hablando de los militares brasileños cuyo posicionamiento, por llamarle así, no es el mismo de los de otros países de la región. ¿Son golpistas o no son golpistas?
Es curioso que un juicio político previsto en la constitución, como ocurrió en Paraguay y puede ocurrir en Brasil, sea considerado golpe de Estado con complicidad de legisladores y jueces, y que, por tomar otro caso, la decisión del Gobierno de Maduro y de sus jueces de invalidar una ley legitima para liberar presos políticos, se tome como una cosa normal. Es raro, ¿no?
Y una ultima ocurrencia: resulta algo extraño que se haya optado por el camino del impeachment, con delitos que para muchos no son tan claros y con el riesgos de que los sustitutos sean peores, cuando sí se ha comprobado que hubo otros manejos y uso de dineros indebidos que, para decir lo menos, enviciaron la elección. Son elementos de mucho mayor peso, en función de los cuales el Supremo Tribunal Electoral podría anular por fraude la elección anterior —la de Dilma y Temer— y convocar a nuevas elecciones.
Es lo que reclama Marina Silva, la líder del Partido Red Sustentabilidad, y con bastante razón.
Frente a los sucesos en Brasil sería muy imprudente, por el momento, sacar conclusiones definitivas.