Plaza Mayor:
América Latina ha vivido a lo largo de los últimos dos siglos prolongadas dictaduras —casi todas militares—, marcadas siempre por la forma de coartar las libertades individuales y afectar, de manera negativa, la búsqueda del bien común y el desarrollo integral de las sociedades y naciones.
Estas dictaduras han sido nefastas en su fondo, por más que algunas de ellas han tenido logros importantes, ya sea en materia económica —como la de Augusto Pinochet en Chile—, o social —como la de Fidel Castro en Cuba—. El balance termina siendo negativo, precisamente por la forma de suprimir libertades y violar los derechos humanos de las personas.
Fidel Castro ha fallecido a los 90 años y no se puede negar la huella dejada por él en materia social en Cuba, como tampoco su importante rol en la política internacional. Tuvo la habilidad y valor para mantener un régimen comunista en la región, geopolíticamente dominada por Estados Unidos, el país que mejor representa al mundo capitalista y que enfrentó en el siglo pasado de manera abierta el avance del socialismo en el mundo, encabezado por la Unión Soviética (URSS).
A finales de los años cincuenta, Cuba vivía otra dictadura, la de Fulgencio Batista, gobernante muy cercano a los intereses estadounidenses, pero al mismo tiempo señalado por corrupción y, como todo tirano, también mantenía su gobierno mediante la opresión sistemática.
Por eso fueron muchos en el mundo —gobiernos y sociedades— los que vieron con buenos ojos que fuera derrocado por aquellos guerrilleros barbudos que representaban, de alguna manera, el deseo de libertad del pueblo cubano. Pero Castro no se abrió a la democracia y, al poco tiempo, aquella Perla del Caribe (Cuba) comprobó que el yugo de la dictadura no terminaba, pues únicamente había cambiado de ideología.
Al igual que sucedió con la muerte de Pinochet en Chile, amplios sectores de la sociedad lamentaron su fallecimiento y destacaron sus logros en materia económica. En la Cuba de Fidel sucede lo mismo, pero en el orden social. Sin embargo, en uno y otro país, las voces de quienes sufrieron por la opresión recuerdan la forma en que se suprimieron libertades, se impusieron políticas y prácticas, sin respetar los derechos de los ciudadanos.
Posiblemente la gran diferencia sea la habilidad política del líder cubano. Personaje más carismático que su igual chileno —igual por lo de dictador—, supo ganar simpatía y hasta popularidad a nivel internacional. Se convirtió en la figura más prominente de la izquierda revolucionaria, al extremo de que otros gobernantes, como Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, lo adoptaron como mentor ideológico.
Otro aspecto negativo de Castro fue su expansionismo revolucionario, pues muchos movimientos surgidos en Latinoamérica fueron apoyados desde La Habana. El caso de Guatemala fue uno de ellos, pero se debe reconocer que antes de eso, el presidente Ydígoras Fuentes comprometió al país al facilitar la finca Helvetia para el entrenamiento de las fuerzas que Estados Unidos preparaban para la invasión de Bahía Cochinos.
El balance de una dictadura no puede ser positivo. Si se quebrantan derechos y libertades, no hay avance que lo justifique. No se trata de hacer críticas ideológicas. Tan malas han sido las dictaduras militares del pasado en casi toda América Latina, como la que aún se vive en Cuba, e incluso aquellas que se ven en Venezuela y Ecuador, en donde el autoritarismo de sus gobernantes y la concentración del poder impiden que puedan llamarse democracias auténticas.
Ha muerto un personaje destacado, un hábil e implacable dictador. Las oportunidades se abren para Cuba, pero el régimen sigue siendo castrista.