Ni el ron Havana Club se salva del apretón de Trump a Cuba

Terminaron con la lengua afuera, pero cumplieron. Los fabricantes del ron Havana Club tuvieron que sortear los muchos obstáculos que desde 2019 impone a Cuba el presidente Donald Trump, y que afectan la economía y la vida cotidiana.

En la moderna destilería y embotelladora San José, 32 km al sureste de La Habana, el director de Desarrollo de Mercados de la empresa cubano-francesa Havana Club International, Sergio Valdés, destaca con satisfacción que a pesar de eso, alcanzaron las 4.7 millones de cajas (de nueve litros) previstas.

«El líquido Havana Club es 100% cubano, todo origen Cuba», pero «las cajas, las botellas, etiquetas, tapas, nosotros sí tenemos necesidad de importación y estas importaciones son de las cosas que se pueden ver complicadas en un momento determinado», precisa Valdés.

¿Cómo? «Un proveedor histórico nos dice que no nos puede seguir vendiendo, un proveedor en algún lugar nos dice que tiene dificultades con su banco para poder pagarnos», añade.

Trump acusa a Cuba de sostener militarmente a la Venezuela de Nicolás Maduro, su aliado político y económico, en la mirilla de Washington.

El gobierno de Miguel Díaz-Canel niega esa acusación y no abandona a su aliado, resistiendo un inédito apretón al embargo que Estados Unidos aplica contra la isla desde 1962, con nuevas restricciones casi a un ritmo semanal.

Ese bloqueo impide al ron cubano acceder al mercado norteamericano. «Estar excluidos del 40% del mercado mundial (Estados Unidos) ya tiene un impacto sobre la marca, eso es indiscutible», dice Valdés.

«Nos tiraron a matar, pero aquí estamos», dijo en diciembre Díaz-Canel, cuyo gobierno enfrenta intentos de cortar los suministros de petróleo, persecución financiera internacional, suspensión de viajes de cruceros y limitación de vuelos comerciales, entre otras medidas.

La terminal de cruceros de La Habana se encuentra a 150 metros del Museo del Ron, donde los cruceristas se abastecían. El cierre de los viajes ha dejado la tienda casi desierta, constató la AFP.

Trump también activó el título III de la Ley Helms-Burton, que permite reclamaciones en tribunales de las empresas nacionalizadas en Cuba después de 1959 y ahuyenta posibles inversionistas. 

Esto reaviva un pleito judicial de más de dos décadas por la propiedad de la marca entre Cuba y la gigante Bacardí, su propietaria en Estados Unidos, donde comercializa un ron fabricado en Puerto Rico. 

El ron es un importante producto de exportación para Cuba. En 2018 exportó 397.642 hectolitros por un valor de 136 millones de dólares. Eso significó un 40% menos en volumen que en 2017, pero sólo un 9% menos en valor, lo que significa productos más elaborados y mejor cotizados.

«Los efectos (de las restricciones) son múltiples pero lo importante es que Havana Club hasta ahora ha tenido la sabiduría (…) para compensar los posibles impactos negativos de estas medidas», dice Valdés.

Como un estratega en una guerra comercial, sólo revela: «Quizás pagando un poquito más, quizás demorándonos un poquito más, exigiendo una planificación todavía más precisa, más profunda».

Tecnología y tradición

Inaugurada en 2007 a un costo de 66 millones de dólares, la planta de San José es una empresa mixta de la estatal Cuba Ron con la francesa Pernod Ricard y está destinada a la producción de añejos oscuros. 

La vieja fábrica de Santa Cruz, 47 km al este de La Habana, quedó para los rones blancos.

Desde varios ingenios llega a San José la melaza -residuo de la cristalización del azúcar- que es destilada con una modernísima tecnología para obtener aguardientes aromáticos con más del 70% de alcohol, «el alma, el corazón del ron», según el maestro ronero Asbel Morales.

¿Cuándo están listos? «Tenemos los equipos más modernos que existen, pero ninguno te va a decir (que) este es el aguardiente del ron Havana Club, porque es (un proceso) netamente sensorial», explica Morales.

El maestro toma una muestra del aguardiente, la vierte en sus manos y la frota. Si el líquido toma una textura aceitosa, está listo. Después de evaporado, se huele las manos y comprueba el aroma.

«Es una técnica muy tradicional, muy sencilla y reveladora de la verdad, de la calidad del aguardiente», remata.

Una vez aprobado, los aguardientes irán a reposar por años en barriles de roble blanco americano, previamente utilizados en la fabricación de whisky, donde tomarán su color caoba oscuro, sus aromas afrutados, un proceso totalmente natural favorecido por las altas temperaturas y humedad prevalecientes en Cuba.

Estos rones se consumen en Cuba y en otros 125 países, fundamentalmente en Europa.

Pero los cubanos lo prefieren solo o con hielo. Solemne, el maestro Morales cumple el «ritual cubano»: destapa la botella y vierte en el piso un pequeño chorro dedicado a los «santos» del culto yoruba, una tradición seguida incluso por cristianos y ateos.

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