Mario Alberto Carrera (Memorias y ensayos)
La sociedad opulenta y consumista, que remedamos los serviciales imitadores del Norte (yo también ¿por qué no?, acaso nos soy humano) nos conduce al más siniestro de los desfiladeros.
Desde luego que, al señalar esto, no proclamo –lector- que el comunismo o el socialismo “clásicos” y ortodoxos sean la solución. Ya hemos visto sus estruendosos fracasos económicos, aunque algunos de sus postulados socialistas y/o morales –como la gran vocación que encarnan en busca de la igualdad- siguen siendo plausibles y admirables. Estos postulados ya venían del mundo socialista de la Revolución Francesa y Bakunin, Marx, Engels y otros grandes hombres del XIX, no hicieron sino ampliarlos y escarbarlos.
La sociedad consumista pos capitalista o ultra capitalista (como usted lector guste llamarla) nos hace cada vez más infelices (a los de arriba o a los de abajo) porque valora solamente el dinero: tener y poseer bienes. De allí se deriva –de esa enorme soledad interior globalizada- la urgencia de alucinar paraísos artificiales que exigen y demandan toneladas de cocaína o de anfetaminas. La necesidad impostergable de esnifar o de hartarse alcohol, que es (en el sueño de las drogas) el deslumbrante automóvil o los tenis de marca, según donde viva usted: zona 14 o barrancos mixqueños.
De su cielo de oro, pero en otra escenografía, los Estados Unidos han construido su averno de cocaína –desde los años sesenta- como una ley karmática (que diría Buda) y de cuyos desastrosos efectos en su fuero territorial, nos quieren responsabilizar a nosotros construyendo otro muro, el muro del Triángulo Norte de Centroamérica, que altanero capitanea el reino colonial y encomendero de Guatemala.
En América Latina vivimos acoquinados por la miseria (unos) y, otros, bajo el febricitante anhelo de tener cada día más y más. Y cuando ya se tiene “más”, se “asciende” entonces al vicio imparable de la voracidad a ultranza, que enardece a los insaciables enquistados ya (con lo cual quiero decir inamovibles) en las capas más refinadas de la alta burguesía, del Ejército de los generales y coroneles de alta, o de jubilados con unas pensiones que nos dejan perplejos. ¿A qué guerra fueron para merecer tanto pisto? Ah sí, ya me acordé: a la guerra civil guatemalteca donde masacraron ¡genocidamente!, población civil inerme e indefensa.
Los opresores han dado la pauta de la putrefacción y el modelo corrupto. Y ante tal paradigma ¡tan cómodo y sin grandes esfuerzos! los de medio peluche, la “shumada” o sea el grueso de la mara “cachimbira”, no tienen “más remedio” que imitar a los de arriba-opresores, pero de manera menos “sofís” y menos finolis: robándole a usted su carrito clase mediero, a usted su anillito de compromiso con un mini brillante o circón, su tarjeta de crédito-plata o, lo que es peor, su celular inteligentísimo –más inteligente que usted- sin el cual usted no puede concebir un minuto de su vida, con tantos amigos como tiene que le envían mensajitos pendejos.
Los años sesenta –en cambio ya en total retirada- fueron los de los héroes revolucionarios –de la “primera guerrilla”, como camino ascético de perfección humana- que incluso algunos millonarios o acomodados asumieron aquí o en Cuba o la Argentina. Fueron los años del Che, del “primer Fidel” y de nuestro admirado y querido Otto René Castillo, que me honró con su amistad en el Teatro Experimental de la Municipalidad de Guatemala, al inicio de esa década prodigiosa. Fueron también los memoriosos y memorables días de mí juventud ingenua, casi adolescencia, como dice la Rodas. Aparecieron en ellos los hippies, “En la Carretera” de Kerouac y el chulo eslogan de “Love and Peace”, que hoy aún se finge buscar en ciertas congregaciones que, hipócritamente, apelan al manoseado Jesús… Fueron los días y las horas de la nueva revolución francesa de 1968, de la que estamos celebrando medio siglo, en cuyo seno Herbert Marcuse (en torno a cuya obra hice mi primera tesis) era el guía ideológico orientador e inspirador con su sociedad utópica, mezcla de erotismo y socialismo. En aquel mayo de 1968 la juventud del mundo occidental estuvo a punto de cambiar el final de la historia, que quiso proclamar el bobo de Francis Fukuyama, remedando malamente a Hegel.
Los jóvenes socialistas de entonces (aunque ingenuos como ya he reconocido) creíamos en un eurocomunismo revitalizado o en una social democracia al estilo sueco o noruego. Odiábamos el pos fascismo neo hitleriano, impulsado ardientemente por la burguesía nacional, desde el gobierno Arana Osorio hasta Mejía Víctores. Y de moda –no digamos- en el Chile de Pinochet o en la Argentina de Jorge Videla, y un largo etcétera.
Para mí inmenso dolor, inmarcesible, hoy todo aquel mundo milagrero y esperanzado de “Eros y Civilización” se ha derrumbado. Y me parece que no alcanzará a levantarse, hundido por las sangrientas manos de nuestros encomenderos -in situ- y por las de Trump que angosta su patio trasero con egoísmos sin límites.
Por eso es que, asimismo, estamos arribando a desfiladeros abismales. Porque, como he dicho, cuando el hombre del pos capitalismo cae en la cuenta de que no es más que un apestoso saco de excrementos –masificado económicamente por el neoliberalismo- cae también en la cuenta –obligado asimismo por la cultura de Wall Street o de La Cañada- de que no ha sido diseñado sino para hacer o codiciar “mamachos” de pisto.
Entonces se encamina –casi siempre- a la evasión por las drogas a su alcance o cae en un misticismo de cervecería, como el que se expende en la casa del Señor, aquí por mi residencia en la carretera a El Salvador…
El anunciado Apocalipsis (como un nuevo y castigador y aniquilador diluvio) sigue vigente en sus amenazadoras premoniciones. Nace y se engendra en nuestro propio corazón, donde hunde sus raíces el árbol de la avaricia ¡y no el glorioso árbol de bien y del mal, o de la ciencia, del que deberíamos seguir comiendo transgresoramente!
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