Mariconadas del arquitecto, mientras menos diseño, más macho

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 Luis Fernando Cáceres Lima


Hace mucho tiempo publiqué una ver­sión corta de esta columna, y desde entonces me quedé con ganas de pu­blicarla como la había escrito original­mente. Hoy, con más espacio a mi dis­posición, puedo hacerlo.

Hace algunos días me invitaron a ver un nuevo proyecto que está siendo construido en la zona 16. Parece ser que esa parte de la ciudad no sufre ni escases de ideas ni falta de empresa­rios dispuestos a probar suerte. El edi­ficio que me invitaron a conocer está muy avanzado, pero todavía le falta bastante trabajo, así que varias cosas aún hay que imaginarlas para poder visualizarlo terminado. En la parte su­perior resalta un forma arquitectónica particular y alguien preguntó acerca de su función, a lo cual el encargado res­pondió: No es nada, es una maricona­da del arquitecto.

Me llamó mucho la atención la res­puesta: lo estético es una mariconada. En Alemania, BauHaus democratizó aquel concepto de que la función nun­ca debe estar a merced de la forma. Dicho de otra manera, primero debe ser funcional y luego estético. Sin em­bargo, en Guate esto aparentemente no existe. Acá es funcional y sin for­ma; así se verá más masculino. Lo de los machos es lo feo, lo poco elabora­do, lo antiestético. Mientras menos di­seño, más macho. Debo decir que esta forma de ver el mundo por el arquetí­pico macho chapín, es bastante conse­cuente. Digo, porque generalmente los machos son absolutamente antiestéti­cos, carecen de la capacidad de com­prar ropa de su propia talla, por ejem­plo. Lo macho es comprar una o dos tallas más grandes: pantalones que se caen, camisas que parecen que fueron compradas cuando el modelo pesaba cuarenta libras más, trajes que pare­cen de un antiguo tío bastante más corpulento. Así es el código de vesti­menta del macho: cómico. Algo así co­mo es cómico el pantalón de carpa del payaso: torpe y repugnante como sus zapatos exagerados.

Pero el código del macho considera otras cosas más: unicejas, zapatos su­cios, malos olores y, por supuesto, pe­los que crecen desde adentro de las fo­sas nasales y se mezclan con el bigote. No sé que me parece más repugnante, si la falta de huevos del macho para diferenciarse de sus pares o su enfer­mizo deseo de encajar. Ambos me har­tan. El macho es difícil de tragar por­que no ofrece nada propio, fresco, nuevo o particular. Lo suyo es lo de las masas: encajar, ser parte, ser igual. Al­go particularmente interesante es ver entrar al macho a algún lugar estética­mente sensible, con diseño; lleno de mariconadas del arquitecto, pues. Ahí entran con sus polos de rayas y sus jeans acid wash que guardan desde los noventas y se maravillan de lo lindo del lugar, pero, eso sí, Dios guarde que ellos puedan tratar de hacer algo pare­cido, eso los descalificaría como ma­cho. Le gusta, y mucho, pero discipli­nado y consecuente, como es, no se permite probar diferenciarse a sí mis­mo o las cosas que hace.

Por eso, en general, los lugares en Guatemala son feos, carentes de dise­ño, aburridos, poco interesantes. Pero no se alarme usted, apreciable lector, hay de hecho una pequeña luz de es­peranza. Cada vez Guate y sus chapi­nes se vuelven más demandantes y el diseño empieza a tener un lugar pro­minente. Aplaudo el valor, el entusias­mo y el espíritu innovador de estos va­lientes peregrinos que están empujan­do a esté país a un lugar mejor. Un lu­gar con mujeres y hombres sofisticados, con arquitectura relevan­te, con diseño gráfico proponente; un lugar poblado con machos, pero ma­chos valientes.

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