Gobernar y ser el gobernado, tareas difíciles

Gonzalo Marroquin

Gonzalo Marroquín Godoy


Ser entrenador de un club de fútbol es una tarea complicada. Hay que saber dirigir, ser estratega y manejar las rela­ciones con directivos, jugadores y aficio­nados. Ser gerente o presidente ejecuti­vo de un grupo de negocios es comple­jo y requiere habilidades muy particula­res para dar los resultados esperados, desde controlar el arte de la negociación hasta tener un hábil manejo financiero, entre otras muchas.

Por supuesto, quien aspira a entrenar a un club importante o ser CEO —o ge­rente general— de una gran compañía, se prepara, adquiere la experiencia ne­cesaria y, cuando logra el puesto, sabe los grandes retos que le esperan y pone en práctica lo aprendido. Está conscien­te de que le escogieron porque tenía las credenciales necesarias y superó exi­gentes procesos de selección.

Por grande que sea una compañía, aun las multinacionales, nunca llegan a tener la complejidad de una nación. Las empresas se construyen con base en un desarrollo ordenado, con una conduc­ción dirigida, objetivos claros, y no exis­te oposición interna. Las decisiones se analizan y se toman. Los resultados son los que hablan, así de sencillo, por más complejo que sea en la práctica.

En el caso de gobernar un país, la co­sa es más complicada. Primero, porque no siempre la selección del presidente resulta la más adecuada. No sucede co­mo en las empresas, que se fijan perfi­les y con base en ellos se contrata al mejor posible. En política hay un siste­ma —el de partidos políticos— que ter­mina siendo una limitante, porque es­tos son los que escogen a los candida­tos, no siempre por sus cualidades, si­no por intereses particulares. Nos engañan presentando demagogos y buenos oradores —los famosos pico de oro—, que recurren a discursos falaces, promesas vanas que luego no cumplen y, por supuesto, no poseen la capacidad e idoneidad para ejercer los cargos.

¡Sabemos con certeza que es difícil gobernar! Sobre todo cuando se carece de experiencia, capacidad y el equipo necesario. Pero eso no es suficiente, se requiere habilidad y capacidad de nego­ciación, transparencia, liderazgo, com­promiso con el país, esfuerzo de traba­jo, creatividad, credibilidad y responsa­bilidad, entre otras características indis­pensables si se pretenden alcanzar resultados ambiciosos y positivos.

A diferencia de las empresas, en don­de el mando ni siquiera es cuestionado, en el caso de un país la situación es dis­tinta. El liderazgo requerido es indis­pensable, porque, como representante de la unidad nacional, debe actuar con equidad, pero siempre pensando en el bien mayor, sin privilegios para secto­res.

Ver a un gobernante dubitativo, que cambia de opinión de una semana a la otra, que actúan sin convicción y con­tundencia —y no estamos hablando de autoritarismo—, no hace más que ge­nerar incertidumbre y provocar pérdida en la indispensable credibilidad.

Está claro que para quienes no han tenido participación política ni han sido funcionarios públicos, el aprendizaje se hace sobre la marcha, pero cuando no hay experiencia en la conducción de empresas de magnitud, ni han dirigido grupos de trabajo de cierta dimensión, sumado a que no han tomado decisio­nes trascendentales, no se puede espe­rar demasiado.

Tiene razón el presidente Jimmy Mo­rales cuando dice que es difícil gobernar. ¡Por supuesto! Más un país como Gua­temala, en donde la desconfianza inter­sectorial nos mantiene como una socie­dad muy confrontada, con gigantesco rezago socioeconómico. Pero supone­mos que el hoy mandatario debió sa­berlo desde la época de campaña.

Una de las formas para llenar los es­pacios de experiencia y otras habilida­des está en la integración de su equipo —ministros y asesores—, pero cuando se falla en esta selección, entonces la situación se complica. Eso, lamentable­mente, ha sucedido con Morales.

No siempre el mejor CEO o entrena­dor de fútbol lo sabe todo. Pero sus re­sultados dependen del equipo de traba­jo —gerencial o jugadores— que haya escogido y, eso sí, su habilidad para ob­tener lo mejor de ellos.

Sí, es difícil ser gobernante, pero es menos complicado si se planifica, existe una visión concreta y una estrategia pa­ra alcanzar metas. Sin embargo, tam­bién es difícil ser gobernado, es decir, ser pueblo y formar parte de la socie­dad.

Son tareas diferentes. Aquel —el pre­sidente— tiene la obligación de lograr cosas concretas y positivas. El pueblo tiene que tener paciencia, sí, pero tam­bién debe exigir que el Gobierno avan­ce, sea transparente y, ¡sobre todo!, re­cuerde que está para servir y no para servirse.

Hasta hace poco, la mayoría de la po­blación había aceptado, con mucho sentimiento de frustración, que el país caminaba al despeñadero. Hoy se sabe que se puede evitar la catástrofe, pero hay mucha incertidumbre en el am­biente, porque no se ve un rumbo co­mo nación y muy poco —o nada— se ha logrado para hacer que desaparezca la perniciosa clase política que nos ha maniatado durante tres décadas.

Es difícil gobernar y también es difí­cil ser gobernados. Lo importante es que uno y otros cumplan con sus debe­res