En la unidad nacional todas las partes deben aportar y todas las partes deben ceder. Los discursos sin autenticidad se quedan en eso… simples discursos y palabras al aire.
Gonzalo Marroquín Godoy
Mi llamado a la población, a la Guatemala profunda, a la Iglesia, a la fuerza política, a la academia, a los pueblos indígenas, a la sociedad civil, a las instituciones del Estado, a todos, es un llamado a la unión, con puentes de entendimiento, con un solo objetivo: el futuro de esta patria nuestra. (Aplausos de los diputados oficialistas).
Estas palabras fueron parte del discurso del presidente Alejandro Giammattei en el acto solemne realizado en el Congreso de la República en ocasión de la celebración del Bicentenario del 15 de septiembre, una fecha que marcó el fin de la emancipación de Guatemala y Centroamérica de la corona de España, más no el inicio de un adecuado caminar sociopolítico.
El discurso presidencial parecía más bien redactado para un acto de toma de posesión, cuando se habla del deber ser y se dice todo lo que el país necesita cambiar, con la promesa de que ¡ahora sí!, se verán la transformación por medio de un trabajo en unidad con el pueblo.
El problema es que, cuando han transcurrido 20 meses de la gestión de Giammattei, el país vive una de sus peores crisis institucionales, al extremo que se han borrado literalmente los contrapesos que hacen que una democracia sea funcional. En vez de eso, tenemos una cadena de obediencia y control, que parte del Ejecutivo y llega a las cortes –CC, CSJ y TSE–, el Ministerio Público (MP), la Contraloría y prácticamente todo el aparato estatal.
Lo peor, y esto hay que tenerlo bien claro, es que el poder político ha cooptado todos los poderes del Estado, para asegurar la continuidad de los tres males más graves que pueden afectar a cualquier nación: la corrupción y la impunidad y la incapacidad.
En estos veinte meses, el mandatario no ha escuchado ninguna de las voces de los actores que mencionó en su discurso: no ha oído a los grupos sociales y populares, tampoco a los indígenas –que siguen exigiendo su renuncia–, y ni siquiera toma en cuenta las voces de los obispos.
Claro que hay que buscar la unidad nacional. El problema es que en el ambiente hay más dudas que certezas, porque Giammattei no se ha caracterizado por ser un líder transparente, abierto, que escucha y acepta otros puntos de vista.
La comunidad internacional le advirtió de la falta de transparencia y manipulación en las comisiones de postulación y nombramientos de magistrados a la CC. ¡Le pela! Se han publicado cualquier cantidad de casos de corrupción, ¡le pela! El manejo de la crisis sanitaria por el covid –incluyendo la vacunación– ha sido un desastre, y hasta sus más cercanos colaboradores reconocen que ¡le pela!
Sigue la exportación de migrantes por la falta de oportunidades. No hay políticas coherentes de desarrollo y ni siquiera hay programas específicos para promoverlo y que los resultados puedan verse en el mediano plazo.
El Congreso, que es una extensión de los intereses del Ejecutivo –aunque hay visos de algún fraccionamiento de la corrupta alianza oficialista–, no hace nada por cambiar la realidad de esa Guatemala profunda mencionada.
Ciertamente para salir adelante como Nación, tenemos que trabajar en unidad, pero lo primero es que el Ejecutivo asuma humildemente su papel. Sin embargo, hay demasiadas dudas en el ambiente: ¿Se hará algo para combatir la corrupción galopante de esta administración? ¿Estaría dispuesto el presidente a un reacomodo profundo de la CC? –salir de tanto magistrado obediente y no deliberante–. ¿Se puede integrar una Corte Suprema y magistrados de sala con profesionales independientes?
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No puede haber unidad si la parte más importante no demuestra que detrás de las palabras hay buena intención. Adelanto algo: después del discurso, no habrá ningún esfuerzo por lograr ¡de verdad! la anhelada unidad.
La historia nos muestra que tenemos una sociedad muy dividida. Es decir, que buscar esa unidad nacional debiera ser algo plausible, pero no lo es cuando no hay intención real en trabajar en ello.
Escándalos como la Trama Rusa, el uso como tapadera de la fiscal general, Consuelo Porras, y la manipulación del resto del sistema de justicia, hacen que, al menos por el momento, sea difícil pensar que avanzaremos a la unidad nacional. Ya verán que no hay segundo paso, no hay un camino a seguir, simplemente fueron palabras que ya se ha llevado el viento.