Nadie es realmente libre en este mundo esclavizador, pero existe un rango, una marca hacia su consecución y relativo abrazo, al que los seres —a quienes se nos dio una mente pensadora y reflexiva— tendemos apasionadamente. Sabemos que sin ese mínimum libertario, la vida no es vida humana. Y sabemos, también, que toda intención por parte del Estado, de una institución o de individuo que trate de coartárnosla —sobre todo mañosamente— debemos de denunciarla perentoriamente.
Realmente, sólo después del Renacimiento —hace unos 500 años— se empezó a hablar ¡tímidamente!, de libertad como algo inherente a la vida del hombre. Recordemos que, aunque la idea y la praxis de democracia nos viene de Grecia y Roma, en aquellos mundos de gran cultura —en otro sentido— la esclavitud era el fundamental modo de producción y, los esclavos, parte de la propiedad privada.
El capitalismo —algo tenemos que agradecerle— trajo consigo la idea de la libertad en un sentido más amplio y en un sentido espiritual e intelectual. El concepto pleno de libertad —y sus derivaciones gramaticales: liberalismo, libertarismo, como acciones que el hombre puede y debe realizar dentro de su esencial condición de tal— no emerge sino en la Inglaterra de los siglos XVI y XVII y brota con más ahínco y vigor en el XVIII francés y estadounidense.
Son Francia y los Estados Unidos los países que, por primera vez, hablan —en sus Constituciones— de Estado laico que los aleja —a ellos y seguidores— de lo opuesto: el fundamentalismo, que fue lo que se practicó de manera —ora solapada, ora descarada— en Guatemala durante el régimen satánico de Efraín Ríos Montt y su iglesia del Verbo. Y a lo que —como quien no quiere la cosa— nos quiere llevar, de nuevo, Black Pitahaya, el comediante que llora en las tenidas protestantes con máscara barata de Desayuno Nacional de Oración, al que logró llevar al Estado y a lo más granado de la oligarquía, con una jet set que daba envidia por la cantidad de canchitos y canchitas, muy bien vestidos y perfumaditos.
Nuestra Constitución fue hecha con las de patear, no sólo por lo mal redactada que está, en cuanto a forma, sino porque esconde, encubre y oculta su perversa raíz neoliberal y ranciamente capitalista, cerrada a todo bien común en un sentido socialista. Excluyente, misógina y racista, aunque dibuje pinceladas de lo contrario, en un afán de verle cara de babosos a sus lectores. Basta ver la lista de quienes la suscriben para darse uno cuenta de la factura de sus ideas. Y, por último, plagiadora, porque no es sino compendio de Cartas similares italianas, alemanas y estadounidenses y de las ideas de la Revolución Francesa y de la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU. Riámonos de las tesis de Baldizón y Peña Nieto…
Pero a lo que quiero llegar es que, la famosa Constitución que profesamos, nunca incorpora —entre los miles de palabras que emplea— el término laico. Es decir, una verdadera declaración de libertad, en el sentido de clara división entre el Estado y la Iglesia o las iglesias habidas y por haber. Aunque en el Artículo 36: Libertad de Religión, indique que el ejercicio de todas las religiones es libre. Con lo cual no quiere decir que el Estado de Guatemala es laico. Si lo hubiera indicado así, habría puesto en vigencia la respuesta de Cristo —a ciertos filisteos que quisieron enredarlo políticamente— que a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios.
Dicho todo lo anterior, quiero denunciar que ha sido de poca o mediana difusión, el hecho de que se encuentra en Guatemala —o se acaba de ir— el famosísimo pastor y predicador John C. Maxwell, capitán general, de los Desayunos de Oración Nacional y de la Guatemala Próspera, que es un partido político religioso internacional, como ya lo di a conocer en mi columna de hace quince días: El Desayuno Nacional de Oración (…).
Black Pitahaya —comediante que detenta la presidencia y que odia la libertad— no solamente quiere convertir a Guatemala en un país militar o militarizado, mediante las mañas de su partido castrense FCN-Nación —de AVEMILGUA— sino también en una nación fundamentalista. No tiene idea del liberalismo.
Porque una cosa es que el pastor Maxwell venga a Guatemala y ofrezca sermones en el coliseo de Carlos Luna Arango —el señor de los milagros arreglados— o en la Mega Frater de Jorge H. López; y otra ¡bien diferente!, es que Black Pitahaya lo reclute —sin pudor— para impartir capacitación —dijo obscenamente el vocero Heinmann— a 18 mil trabajadores del Estado, incluyendo maestros de instrucción primaria y secundaria. Cuando leí esto en cierto periódico digital, me dije, ¡aquí se armó la de Dios es Cristo!, y ¡que el Señor nos coja confesados! ¡Volvimos a los días del megaterio llamado Ríos Montt que es milico y, a la vez, benevolente pastorcito fundamentalista y genocida!
Ya usted —Morales Cabrera— había estado cayendo muy mal por ser más mentiroso que el hijo postizo de Geppetto. Y por su exceso en el consumo de benzodiacepinas… Sin embargo, ahora cae más bajo: juega suciamente con las almas. Llévese de inmediato al señor Maxwell. No es su rol invitarlo, respete la Constitución que, aunque no tuvo el valor de declarar a Guatemala un país o Estado laico, sí, al menos, deja claro que cada quien puede practicar la religión que desee. Usted no lo está impidiendo, pero, al favorecer descaradamente a la suya, podría haber ¡ya!, una forma de lesionar y hasta violar a las otras. Le advierto que no soy católico. Solo soy, realmente, un liberal. Comunista y libertino, si se ofrece.
marioalbertocarrera@gmail.com