Legitimación de la impunidad

Renzo Lautaro Rosal


En Guatemala hemos experimentado profundos y permanentes procesos de autoritarismo, que en la práctica son vistos como necesarios en sociedades que caminan tímidamente entre las dictaduras tradicionales y las encubiertas. Abiertos y evidentes durante el conflicto armado, solapados con los llamados Gobiernos democráticos posteriores al 85. Una pretensión necesaria de esos regímenes es su búsqueda de legitimación. Así como el modelo mexicano se fundamentó en la creación de legitimación a través de la efectividad de su sistema social durante los gobiernos del PRI, en nuestro país los marcos para similares propósitos fueron el desarrollo de mecanismos de participación ciudadana, como los consejos de desarrollo, el arraigo del ejército como articulador entre élites, partidos y estamentos sociales, y la consolidación del modelo económico hegemónico. Esa tríada funcionó durante décadas, se fue desarrollando a pesar de los cambios de Gobierno. Una ciudadanía inerte con pocos grados de politización; unas instituciones formales, burocráticas, pero aparentemente funcionales; más unos partidos poco creíbles, pero necesarios como pilares de eso que denominamos proceso democrático, fueron los rasgos que permitieron una construcción simbólica, que funcionaron como telón de fondo para lo que ahora se ha develado como el gran engaño.
El enfoque de participación ciudadana careció de propósitos concretos. Participar, ¿es medio o fin? Los consejos de desarrollo han resultado en estructuras creadoras de corruptelas, repartidoras de varios miles de quetzales, contrario a escasos resultados concretos. El ejército dejó de ser la institución de resguardo y protección del sistema. Al querer jugar con la propia y participar del festín, su papel se erosionó y terminó siendo parte de los problemas que supuestamente le eran inmunes. El modelo económico único ahora convive con otros que caminan a mayor velocidad, capta más integrantes, aparenta ser democratizador y no impositivo, y representa mejor las múltiples identidades territoriales. Los instrumentos que en teoría ayudaban a su consolidación, muestran sus partes internas suficientemente enfermas. El elemento ciudadano es la diferencia, comienza a adquirir cierto grado de fortalecimiento en sus manifestaciones, en sus capacidades de respuesta a coyunturas y a tener más contenido para moverse ahora y a mediano plazo. Pero las instituciones evidencian enormes debilidades, han sido totalmente cooptadas, se han corrompido hasta la médula y son instrumentalizadas por enormes poderes fácticos. Los partidos, antes deficientes y poco representativos, ahora son maquinarias sucias, representativas de mafias que profundizan sus intereses políticos de largo aliento. De tal cuenta, el modelo requiere nuevos generadores de legitimación.
La legitimación del autoritarismo requiere de mecanismos de efectividad prolongada a lo largo de generaciones para que pueda conferir legitimidad a un sistema político. La legitimación estructural, dada por el peso de las instituciones, no solo es infuncional, sino que el modelo ya no es capaz de recomponerse por fuerza propia. Los procedimientos institucionales fueron violentados por aquellos interesados en alcanzar porciones del poder que antes les estaban vedados. El respeto a las reglas institucionales es un discurso insulso, carente de contenido. La sociedad demanda un nuevo modelo, no solo eficiencia de entes inservibles.
Estamos en el vestíbulo de una nueva etapa creadora de autoritarismo. Su base, una impunidad que crece, se consolida, muta y se recambia; que resulta atrayente para actores que emergen y quieren ascender velozmente. La otra capa, es un modelo represivo, que se ha guardado por algún tiempo, pero que ahora asoma con fuerza para imponer el modelo patrimonial, aunque para ello haya que reprimir medios de comunicación, voces ciudadanas, sectores sociales, voces de importantes actores internacionales. La tercera capa son los medios de control político, que funciona en dos dimensiones: la primera, se basa en descalificar a las oposiciones, reprimirlas, sabotearlas. La segunda, aprovechar la endeble cultura ciudadana para comprar voluntades, someter a los necesitados de respuestas fáciles y concretas, ofrecer lo que no existe. Este es el paradigma en construcción que ahora es representado por la mayoría de opciones partidarias, encabezadas por Líder y seguidas por FCN, UCN, entre otras. De esa cuenta, las elecciones del próximo 6 de septiembre están orientadas a acercarse a esa peligrosa realidad.
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