Cuando estoy aquí escribo diferente que cuando estoy allá. Aquí veo la realidad desde otro nivel, percibo sonidos, colores y experimento sensaciones que no existen allá, entonces aprovecho para trasladarles un poco de lo que todavía existe acá.
De los obsequios más grandes que nos brinda la naturaleza (y, recuerden que, para mí, Dios se manifiesta en ella) es el amanecer. El amanecer es mi comunión con Dios. Sentimos lo mismo, usted y yo, cuando los domingos se acerca al altar a recibir la Santa Eucaristía. Para usted es la hostia, para mí es el amanecer. Hoy estaba nublado, frío, húmedo. Anoche lloviznó un rato, después, entre las nubes se asomó la constelación de Orión. Un micoleón (Potos Flavus) se acojoyó en la copa de un cocotero. Alumbrado por mi linterna se quedó estático, mirando con su carita preciosa y los ojos encendidos, iluminados y brillantes reflejando la luz.
Y en la madrugada gris y apacible, en la superficie del lago se deslizaba un cocodrilo moreleti. Probablemente uno de los últimos sobrevivientes en este paraíso que se ha ido poblando y polucionando in crescendo durante los más de treinta años que me ha tocado convivir con tanta belleza. Inigualable, el Petén.
No se cómo llegó a su manos un artículo que me publicaron hace algún tiempo pero, el otro día, un lector desconocido me detuvo para manifestarme que leía mi columna, pese a lo caótico y desorganizado que yo escribía. Realmente, pensé, si no te gusta cómo lo hago, ¡no me leas! No puedo hacerlo de otra manera, mientras nos abrazábamos sonrientes y le decía: ¡Gracias, así lo haré.
Ni tengo idea del porqué o para qué vino esto ahora, el párrafo anterior.
Lo que si es caótico es el tráfico vehicular. La gente, simplemente, no sabe manejar con conocimiento de lo que hace.
USE EL CARRIL IZQUIERDO PARA REBASAR.
No, allí va la vieja mula, mensajeando mientras maneja a veinte kilómetros por hora, por la izquierda y sin darse cuenta del problema que nos causa a todos los demás.
Pensaba entonces, que todas esas manifestaciones de protesta, toma y cierre de carreteras —todos estamos de acuerdo, izquierdas, derechas y otros, en esto— nos cuesta un dineral como país, como nación. Mas veo que este fenómeno tiene una tendencia a repetirse más frecuentemente en el futuro. No hay que ser genio.
Entonces, me dije a mí mismo, (bueno, no me lo dije, literalmente, en voz alta, ¡imagináte!, ni que fuera esquizofrénico. Lo pensé, en silencio): Dentro de veinte, treinta años habrán tantas protestas (y tomas de tierras, también) que perderemos tanto dinero que llevaremos el país a la bancarrota. Y entonces sí, todos estaremos iguales: comiendo mierda.
El verdadero comunismo: todos paupérrimos.
Es que mientras caminaba hacia el lago, en el amanecer, con la intención de nadar un poco, me crucé con una columna negra de hormigas arrieras (army ants, you know?) y, desde lejos, al observar cómo bajaban desde el techo por una pared de piedra, ordenadísimas, y seguían en columna militar zigzagueante hacia el limite de esta plataforma —allá las perdí de vista, en su rumbo desconocido—, me acerqué todo lo posible y ellas seguían su camino totalmente ajenas, o tal vez no, ignorándome, lo más seguro.
Encuclillarme me cuesta, la edad no perdona.
Encuclilléme pues y les tome un videíto para enviarlo por WhatsApp a mi familia y a mis amigos. En ese preciso instante me entró una iluminación. ¡Las hormigas, en su micro mundo, iban en un gran desorden!
La mayoría, sí. Caminaban en la misma dirección. Pero había muchas que iban de regreso, como locas, chocándose y pasando por encima, por abajo, de lado y de medio lado a sus compañeras (¿tendrán problemas de género, las hormigas?).
Otra iba hacia otro destino, pero se regresó.
Un grupo pequeño estaba como conversando en medio de aquella confusión, ajenas al movimiento y sucesos que acaecían a su alrededor. Movían sus antenas, eso sí.
Había grandes y pequeñas, más algunas que parecían supervisoras-evaluadoras de todas las demás.
Entre las que llevaban la misma dirección, algunas iban más rápido que la mayoría, con prisa, rebasando sin contemplación.
Por allá una hormiga grande acompañaba a otra pequeña y creo que era la mamá rogándole que continuara. Vamos, Shopping, le decía.
Entonces fue cuando, iluminado como estaba, reflexioné sobre lo que sucedería si un grupo de estas hormigas impidiera el paso a las demás. Pensé que si les impidieran pasar, cerrado el paso permanentemente, pues, como es lógico, ¡se morirían todas!
Cualquier similitud con actitudes de hecho donde los protestantes de turno bloquean carreteras, cierran instituciones e invaden propiedades, con las hormigas arrieras, el lago Petén Itzá, el último cocodrilo, el micoleón, Tikal, la triatlón y la inauguración de la Planta de Tratamiento, es pura coincidencia.
Triunfará, finalmente, el comunismo de la pobreza total.
Yo, gracias a Dios, ya estaré muerto.
O, a saber.
Cuatro mil novecientos noventa y ocho caracteres… ¡cabal!