En ocasiones se nos señala a los analistas políticos que somos sumamente críticos, que poco o nada nos parece, que el pesimismo nos inunda y que, por el contrario, somos poco propositivos y rehuimos a ver las cosas positivas. Quizás nuestra formación y la idea de aportar desde la objetividad nos hacen, simplemente, partir y analizar una realidad que no es neutra, tiene color y lamentablemente se mueve entre los tonos grises y negros. Sí aportamos, y lo hacemos como consejeros sin salario; pero para comprender nuestras recomendaciones y propuestas se requieren conocimientos y capacidad de análisis que en muchas ocasiones no existen.
Viene a colación esta reflexión en momentos de gran agitación político-institucional, continuación de la dinámica establecida hace poco más de un año. Ahora estamos envueltos en una etapa superior que no depende, necesariamente, de las movilizaciones sociales. Ahora la hegemonía de los casos es el ingrediente central. Tanto las etapas judiciales de los denunciados en 2015 como los salidos en los últimos cuatro meses, han creado un escenario convulso que retrae las posibilidades de ir más allá de la coyuntura. Vivimos un momento pletórico de hechos relevantes, un espacio abundante para el análisis político; pero cuesta arriba para plantear tendencias y escenarios. Todos los días suceden acontecimientos que alteran los supuestos de una noche antes.
Lo relevante de esta nueva época está en colocar sobre la mesa temas de orden estratégico; que permitan dar coherencia y sostenibilidad al juego de luchas desencadenadas el año pasado. La lucha contra la corrupción y los reclamos por justicia expresan demandas a un sistema que no puede responder adecuadamente si en paralelo no se dan cambios de fondo. Para los procesos de reformas hay dos caminos. Se puede esperar a que el sistema político se renueve dando lugar a otro tipo de partidos, que a su vez modifiquen las formas y la calidad de legislar, y de allí esperemos sentados para que los otros cambios aparezcan en escena. La otra vía es darle viaje a las agendas transformadoras sin esperar mejores vientos, que seguramente no llegarán en los tiempos deseables. Este ha sido el camino seguido, al menos, para impulsar el diálogo nacional por la justicia. Precisamente, esa parte de la agenda, históricamente ha sido dominio de unos pocos. La justicia se ha debatido entre las élites, los escogidos, los poderosos. Quizás haya llegado el momento para que la discusión sobre la justicia deseable y necesaria sea terrenal, representativa y producto del diálogo, y no más de la imposición. Ese camino no será fácil. Implica romper pilares edificados durante décadas y centurias. La lógica comienza a transitar en un camino distinto. Los primeros actores en resistencia serán aquellos que por larga data diseñaron y se adueñaron del sistema. Fueron los dueños del festín y ahora es posible que queden fuera, o en el mejor de los casos, serán invitados como unos más.
Otros procesos de reforma comienzan a dar pasos iniciales. La reciente reforma a la Ley Electoral responde a la ola anterior. Es previsible que pronto arranque un nuevo período de reformas políticas que supere lo puramente electoral. Obligadamente deberá incorporar temas más ambiciosos como la modificación del sistema de elección de diputados, el rediseño de los distritos electorales, la no-reelección de alcaldes municipales, entre otros temas pendientes. De la mano, comienzan a aparecer ángulos de la necesaria reforma en materia fiscal y tributaria. La propuesta de crear un impuesto para financiar a la justicia sigue viva, la defraudación fiscal no puede ser un ángulo sin tratarse a fondo, ya que ahora aparece como una práctica normal y generalizada, incluso en sectores que se han vestido de inmaculados. Ese nuevo marco deberá deducir responsabilidades penales a quienes, en aras del crecimiento económico, sigan erosionando las condiciones socio-ambientales, por ejemplo. El manejo impune del recurso hídrico no puede dejar de castigarse severamente. En materia social se requiere una reforma profunda de las directrices y programas sociales. El MIDES necesita un rediseño completo o lo mejor sería cerrarlo para que deje de ser un Ministerio orientado a las tranzas y a la ejecución de programas que al final de cuentas no cambian condiciones, disminuyen vulnerabilidades y reducen las desigualdades. Las agendas pendientes son muchas, pero la buena noticia es que varias de ellas se mueven en la ruta correcta.
Ese camino no será fácil. Implica romper pilares edificados durante décadas y centurias. La lógica comienza a transitar en camino distinto.