La tolerancia supone armonía y respeto

MARIO FUENTES DESTARAC* Mario Fuentes Destarac


 

Tolerancia es el respeto a las opiniones, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Respeto, por su parte, es la consideración por la diferencia, la diversidad, el pluralismo y la divergencia.

En ese mismo sentido, tolerancia, según la Declaración de Principios sobre la Tolerancia de la UNESCO, significa: 1) Que toda persona es libre de adherirse a sus propias convicciones y acepta que los demás se adhieran a las suyas; 2) Aceptar el hecho de que los seres humanos, naturalmente caracterizados por la diversidad de su aspecto, su situación, su forma de expresarse, su comportamiento y sus valores, tienen derecho a vivir en paz y a ser como son; y 3) Que uno no ha de imponer sus opiniones a los demás.

La tolerancia no ha sido precisamente una característica de la sociedad guatemalteca. Esto se debe a nuestra tradición antidemocrática, a la larga noche de opresión y represión que hemos vivido bajo regímenes despóticos que se han sucedido durante nuestra historia patria. Lógicamente, el control, la imposición, el abuso y el miedo resultante han obstaculizado la comunicación eficaz, la confianza y la expansión de la conciencia humana. Esto explica también por qué tanta discordia, fragmentación y aislamiento.

De ahí que no nos nazca dialogar, escuchar, tener paciencia, aceptar la diferencia y reconocer nuestros errores. No estamos acostumbrados a ceder, conceder ni cambiar de opinión. Las discusiones no tienen por finalidad convencer, aprender y buscar la verdad, sino hacer valer a toda costa nuestros puntos de vista y excluir los de los otros.

En una democracia, lo más importante no es, a fin de cuentas, que prevalezca una idea o creencia, sino que exista la libertad de expresión de ideas y el libre juego de opiniones, así como la armonía en la diferencia, que es baluarte de la paz social. Por ende, no es cuestión de silenciar o suprimir al disidente, al opositor, al adversario, sino de garantizar que se exprese con libertad y sin que se ponga en riesgo su vida e integridad personal (física, psíquica, moral y jurídica).

De cualquier manera, se puede estar en desacuerdo con alguien, incluso con vehemencia, pero jamás debe caerse en la tentación de denigrarlo, demeritarlo, descalificarlo, injuriarlo, aherrojarlo, oprimirlo, desterrarlo o, peor aún, destruirlo. Incluso, me puede disgustar una persona, así como lo que piensa, lo que hace, lo que dice, lo que escribe, lo que propone o su manera de ser, de vivir, de vestir, de expresarse, etcétera, pero eso no me da derecho para discriminarla, burlarme de ella, ofenderla, despreciarla o lincharla de cualquier manera. Voltaire decía: “No comparto tu opinión, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla”, lo cual se ha interpretado como un verdadero homenaje a la tolerancia.

La intolerancia no permite la discusión, la negociación y la solución pacífica de las disputas. Por el contrario, alimenta la confrontación y la violencia, y conlleva irresponsabilidad y abuso de poder o de derecho. El intolerante, en vez de debatir y refutar, que es lo razonable, recurre a la descalificación personal, a la desautorización, a la calumnia, al insulto y a la excomunión. Bajo el signo de la intolerancia, el que piensa y opina diferente no es visto como un adversario digno de respeto y consideración, sino como un enemigo acérrimo a quien hay que odiar, atacar, callar, hostigar, humillar, perseguir, oprimir y destruir.

Nelson Mandela, un verdadero apóstol de la tolerancia, durante su juzgamiento en 1964, expresó: “He luchado contra el dominio blanco y contra el dominio negro. He perseguido el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan en armonía con las mismas oportunidades. Espero vivir lo suficiente para alcanzarlo. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.

La intolerancia se manifiesta a través de la ausencia de diálogo, de capacidad de escuchar, de paciencia hacia el otro, de reconocimiento de los errores y horrores, así como por medio de la resistencia a ceder, conceder y cambiar de opinión. Bajo el signo de la intolerancia los intercambios no tienen por finalidad convencer, aprender y buscar la verdad, sino que lo que efectivamente se busca es imponer a toda costa los propios puntos de vista y excluir los de los otros.

En todo caso, la grandeza de Mandela no está en su liderazgo y éxito político, sino en su voluntad irreductible de sobreponerse al inhumano régimen del apartheid (sistema de segregación racial en Sudáfrica vigente hasta 1992), a través de la reconciliación, así como de propiciar un clima de armonía en la diferencia y de respeto en las relaciones interpersonales. Sin duda, le dio al mundo una lección de espíritu de lucha, magnanimidad, comprensión, amor, compasión y perdón.

* Abogado y Notario (URL). Máster en Administración de Empresas (INCAE). Catedrático de Derecho Constitucional (URL). Columnista del diario elPeriódico. Vicepresidente de Acción Ciudadana. Ex-Presidente del Centro para la Defensa de la Constitución (CEDECON). Ex-Decano de Derecho (URL). Ex–Presidente de la Cámara Guatemalteca de Periodismo. Ex–Vicepresidente del Tribunal de Honor del Colegio de Abogados y Notarios de Guatemala. Ex- Secretario de la Junta Directiva de la Cámara de Comercio de Guatemala.

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