La revancha póstuma de Adrien Proust, pensador olvidado del confinamiento

El genio literario de su hijo opacó los méritos científicos del higienista francés Adrien Proust, gran pensador de la distanciación social y del confinamiento, una figura que sin duda ahora habría ocupado un papel central en la lucha contra la pandemia de la covid-19.

La obra de Adrien Proust (1834-1903), consistente en una veintena de volúmenes sobre los circuitos de las epidemias, incluido su ensayo sobre la higiene internacional (1873), yace a la sombra de la celebridad póstuma de su hijo Marcel, autor de «En busca del tiempo perdido».

Este higienista fue uno de los mayores pensadores europeos del siglo XIX de la distanciación social, la cuarentena, el cordón sanitario moderno y el confinamiento – que llamaba «secuestro» -, en una época de grandes epidemias mortales, como el cólera asiático, la peste y la fiebre amarilla.

AFP / JEAN-FRANCOIS MONIER Foto tomada el 5 de mayo de 2020, en Illiers-Combray, muestra una placa memorial fuera de la casa donde nació el profesor Adrien Proust, padre del escritor francés Marcel Proust (1871-1922) y el médico francés Robert Proust.

Este «geógrafo de las epidemias», como lo describe a la AFP el biógrafo y especialista de Marcel Proust, Jean-Yves Tadié, trazó «las nuevas rutas» de las grandes enfermedades infecciosas, viajando de Persia a Egipto y estudiando por ejemplo su propagación durante el peregrinaje a La Meca. Analizó también la higiene en el transporte, sobre todo marítimo.

«Si no inventó el cordón sanitario, al menos lo reactivó», explica Tadié. Teorizó en particular el confinamiento sistemático.

«Un secuestro riguroso y la interrupción de las comunicaciones terrestres y marítimas logran preservar varia zonas y varios países» de las epidemias, escribió Adrien Proust, antes de convertirse en 1884 en el inspector general de los servicios sanitarios de Francia.

Lavarse manos y cara

Este higienista se jactaba de no haber enfermado nunca, gracias a que mantenía sus distancias con los enfermos que visitaba. Bastaba con lavarse las manos y la cara con frecuencia, aseguraba.

Según Tadié, «tenía una visión europea de las cosas» y saltan a la vista algunas similitudes con la crisis actual: «La defensa de Europa frente al cólera se hacía como hoy en día, en orden disperso».

AFP / JEAN-FRANCOIS MONIER Una fotografía tomada el 13 de mayo de 2020, en Illiers-Combray, muestra la tesis doctoral en medicina sobre «neumotórax esencial» publicada en 1862 y escrita por el doctor Adrien Proust.

Proust participó en todas las conferencias internacionales sobre epidemias. En ellas, abogó por la creación de una oficina internacional de higiene pública, que vio la luz en 1907, cuatro años después de su muerte.

Batalló además «por imponer a los británicos y otomanos un verdadero control sanitario», un dilema también con ecos actuales, cuando se debate privilegiar la salud o la economía globalizada.

En nombre de la divisa «dejar hacer y dejar pasar», los británicos «no querían frenar el comercio que se basaba en gran medida en la ruta de las Indias. Vimos cómo se producía lo mismo con Boris Johnson, que al principio (de la epidemia) no quería imponer controles», según el profesor Tadié.

Nacido en Illiers-Combray, al oeste de París, hijo de pequeños comerciantes, se doctoró a los 28 años, médico y neurólogo a la vez, y se especializó en la higiene en su cuarentena.

Miembro de la Academia de Medicina de Francia, se convirtió en un prototipo del positivista laico, republicano, ateo, interesado en las cuestiones sociales y convencido de que la ciencia aportaría el bienestar a la humanidad.

Dos visiones del confinamiento

AFP / JEAN-FRANCOIS MONIER Foto tomada el 5 de mayo de 2020, en Illiers-Combray, muestra la casa donde nació el profesor Adrien Proust, padre del escritor francés Marcel Proust (1871-1922) y el médico francés Robert Proust.

Como padre de familia era «aterrador», infiel y su envergadura ‘aplastaba’ al joven Marcel, asmático, al que llamaba «mi pobre Marcel», explica Tadié. Trabó una mejor relación con su hijo mayor, Robert, médico de renombre durante la Primera Guerra Mundial.

Si bien compartían una gran capacidad de trabajo, muchas cosas separaban a Adrien y Marcel. Mientras su padre aseguraba en su tratado de higiene que había que «imponerse al polvo y airear», su hijo, que vivió confinado en sus últimos años, nunca aplicó la regla.

El escritor «empleaba los métodos de su madre para luchar contra el asma: se cubría y se encerraba en su habitación, mientras su padre le decía que hiciera ejercicio, saliera, abriera la ventana», según Tadié.

Y mientras Adrien le decía que dejara las ventanas abiertas, Marcel, aterrorizado con la idea de contagiarse de algún mal, hacía desinfectar con formol las cartas que recibía.