La persistencia de la memoria y el abominable pecado de los llamados ‘políticos’

Mario Alberto Carrera.

Salvador Dalí pintó un cuadro: Persistencia de la Memoria, cuyo título ha sido usado –reconociendo a no los créditos- por muchos escritores y periodistas desde hace unos 70 años. Viene siendo tan manoseado como eso de Crónica de una Muerte Anunciada, El General en su Laberinto (GGM) Veinte años Después (Dumas) o La vuelta al Mundo en 80 Días (JV); y, para concluir parafraseando: Lo que el viento no se de pudo llevar, refiriéndose a alguien muy gordo e indesplazable.

El nombre del cuadro de Dalí es muy sugerente y pone marca –hasta comercial- a la obra del pintor de Cadaqués, igual que la Gioconda (LdaV) o la Sopa de Tomate (AW) que, impresos en envoltorios de papel toilette o en cortinas de baño, se han vuelto del conocimiento municipal. La absoluta democratización y choleratización de las artes, sin que por ello las masas tuiteras y facebookeras puedan comprenderlas.

¿En qué pensaba Dalí cuando pintó cuatro relojes: tres derritiéndose y uno incólume pero devorado por hormigas? En realidad los objetos cronométricos que son los ¡aparentes!, personajes centrales de lienzo no son excesivamente originales en relación con su nombre –Permanencia de la Memoria– porque a todos -al reflexionar en la memoria- nos viene a las mientes, de inmediato, un reloj -o un reló– como prefería escribir nada menos que Juan Ramón Jiménez. ¿Estriba lo original de Salvador en que tres se están derritiendo como pecadora conciencia de monja y uno –sólido y acostado y de leontina- se presenta devorado por insectos que bien podrían ser nuestros delitos de politiqueros? No creo que tal idea sea tan original como para alcanzar el peldaño que ha logrado en la historia del arte contemporánea. Acaso el elemento más inesperado y bastante inédito es la figura central de la obra. Una especie de cetáceo, con la boca abierta, cabeza de pato y unas largas pestañas postizas. sin ojo que le corresponda. Sobre ella cabalga uno de los relojes derretidos.

¿Pero quién es el protagonista –pez o pájaro alargado- que roba de inmediato la vista del que lo contempla desde las serias y rígidas paredes del museo donde está depositado? ¿Somos nosotros los espectadores del lienzo o es el propio Salvador Dalí que quiere dejar constancia de su persistente memoria, que acaso -en aquel momento estético- estaba recordando los pecadillos que cometió en su primera juventud con otro grande de España, grande del teatro y la poesía, Federico García Lorca, antes de que Gala capara a Dalí? Chi lo sa, diría un romano, pasándose la mano bajo la barbilla. Menos lo he de saber yo, que solo soy un simple aficionado al cotilleo artístico.

La memoria nos atormenta cuando persiste en sus arrebatos y en no obedecer lo que las abuelas aconsejan con sabiduría facilona y adaptadora: el tiempo todo lo cura y en esa curación olvidamos.

Hay la memoria individual –con y por la que debemos rendir cuentas en el Juicio Final de los creyentes- y hay la colectiva o histórica y no digamos la judicial, aunque esta última es complaciente como virgo de mujer habilidosa y reseca, cuando quiere. De esto último sabe muy bien Guatemala: en estos momentos se cocina en la CSJ, en el Congreso y en los fogones de Casa Presidencial, los mejores decretos y acuerdos para poder aliviar los cruentos delitos cometidos por los huéspedes VIP del hotel de Mariscal Zavala. Para que no sufra la pobrecita Baldetti y los piadosos chafarotes Tito Arias o López Bonilla. Y no digamos los distinguidos fugitivos Alex Sinibaldi o Erick Archila.

Turbio aparece el tiempo que se inicia en el derretido reloj de la patria en los primeros días de 2017. Ya lo dije en otro artículo en ese espacio: La oligarquía ha concentrado y condensado su poder absoluto en el relativo poder de un Estado disfuncional como hogar de telenovela mexicana en Cancún. Y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a lo muertos. Y desde allí la oligarquía ya no tiene que asumir fingidas poses democráticas. Para eso puso en el poder a FCN-Nación: Jimmy en el Ejecutivo, Chinchilla en el Legislativo y la Patty en el Judicial. Así comienza el 2017. Los poderosos matándose de la risa del pueblo que bastante han matado ya de hambre con sueldos de explotación, con una Educación como la de Haití y con una Salud Pública digna de perro sin pedigrí.

Los únicos que parece que comenzarán a sentirse menos deprimidos son los medios de comunicación. Creo que la guerra fría entre ellos y el Ejecutivo concluyó con el nuevo año. Empieza a haber pautas publicitarias gubernamentales por aquí y por allá. Hasta en Vea Canal, el canal de los pobres que viajan a la China como si fuera a Mixco y gastan alhajas que muestran ufanos por las cámaras de su menesteroso medio.

Así las cosas, ya Jimmy no recibirá tan agrias críticas, acaso ni siquiera en el honorable Peladero, que se siente heredero del No Nos tientes, ni en otros que en sus editoriales han puesto –en 2016- a Black Pitahaya como palo de perico: No nos das: te desprestigiamos o al menos no callamos lo que quisieras silenciar. Nos das, ahora seremos comprensivos y tolerantes: en 2017. Ya verá, lector, que así será.

Que el cuadro de Salvador Dalí siga siendo inspirador. Nuestra memoria histórica, social y judicial debe ser persistente y sobre todo indeleble. Que nuestros relojes para juzgar la corrupción oficial o estatal no se detengan ni aguanten las hormigas que los quieran silenciar.

Seamos el personaje central del lienzo que parece un delfín dormido que en cualquier momento ha de despertar para pedir cuentas al repugnante y al execrable. Al corrupto que se esconde bajo los catres de un alcahuete hotel castrense.

marioalbertocarrera@gmail.com