Enfoque por Gonzalo Marroquín Godoy
Carlitos tenía 7 años en 1986, cuando Vinicio Cerezo llegó a la Presidencia. Era un niño mal alimentado en una aldea de Nebaj, Quiché. Ese año principió su educación primaria en una escuela en la que no había ni escritorios apropiados, mucho menos útiles o libros. El maestro llegaba únicamente algunos días. El pequeño faltaba muchos días a clases, porque estaba desnutrido; y para ir a un puesto de salud mal atendido, su madre debía hacer un esfuerzo grande. Su familia vivía en extrema pobreza.
Hoy, Carlitos superó la mitad de su expectativa de vida —en Guatemala es de 72 años—, pero no pudo progresar suficiente. Apenas terminó la primaria. Como ya no hay carreras técnicas en el país, no tuvo más que ir al campo a trabajar, hasta que se cansó de tanta desdicha y pobreza. De adolescente decidió viajar en busca del sueño americano a Estados Unidos.
Allá se encontró con un sinfín de dificultades y perseguido por la migra. No olvida que mientras a hondureños y salvadoreños se les concedían privilegios porque sus gobernantes reclamaron un trato preferencial temporal (TPS, por sus siglas en inglés), a los guatemaltecos ilegales los expulsaban fácilmente, porque el presidente de ese entonces, Álvaro Arzú —para variar—, dijo que no era necesario un trato preferencial para los connacionales. Esa decisión de concederlo por parte de Washington fue por los destrozos que dejó el huracán Mitch.
Algunos años después, Carlos —ya adulto— fue deportado, por esa falta de TPS. Logró enviar buena cantidad de dinero para su familia en la aldea y, con lo ahorrado, logró construir una casa y puso una tienda, pero no salió del todo de la pobreza. Se casó y tuvo hijos. Sin embargo, ahora se siente frustrado en el país.
Ve que en sus hijos se repite su historia. En el pueblo hay casas hasta de dos pisos —producto de las remesas de otros migrantes—, mas la escuela sigue igual, los niños desnutridos deambulan por las calles. Si alguno se enferma, el centro de salud está desabastecido, y llevarlo a los hospitales nacionales es una odisea, sin que con ello se pueda asegurar que será atendido oportunamente y tendrá los medicamentos necesarios. Muchos mueren.
¡Han transcurrido tres décadas! La pobreza es la misma, la educación no ha mejorado sustancialmente, mucho menos la salud. Eso sí, el presupuesto del Estado ha crecido enormemente. Se han realizado varias reformas fiscales, de esas mismas que ahora estamos a punto de entrar a discutir; empero el crecimiento, cada año, del presupuesto de la Nación no se ha traducido en mejores condiciones sociales.
Ah, pero en la capital parece que todo está mejor. Hay miles de nuevos ricos. Lo malo es que la mayoría son exfuncionarios o narcos. La clase media ha crecido con gran esfuerzo y sacrificio, no obstante las políticas públicas de parte de los gobiernos de turno han sido inexistentes y la única que ha sido real es la de llenar el bolsillo de funcionarios y algunos malos empresarios.
Este año debe haber cientos de miles de nuevos Carlitos por todo el país. Yo tengo mis dudas de que tengamos la conciencia y visión clara para construir una Guatemala que sea diferente, en la que ese niño que ahora tiene siete años, encuentre oportunidades para educarse bien, terminar su primaria, luego la educación media y tal vez poder optar a una carrera técnica o universitaria y enfrentar el mundo con mejores herramientas que las que recibió el pequeño quichelense.
No, me temo que las escuelas, hospitales y demás seguirán igual, en la medida en que sigamos haciendo más de lo mismo. Si esa es la práctica, ¿por qué habrá resultados diferentes? Si Joviel Acevedo sigue mandando, ¿por qué cambiará la educación? Las manifestaciones de maestros en la época de la DC ponían la música de la democracia, y ahora imponen bloqueos.
Ojalá que la nueva Ministra de Salud ponga en cintura a todos los corruptos sindicalistas. ¡Por Dios, que se preocupen por mejorar las condiciones del pueblo antes que las propias! —me refiero a los sindicalistas—.
Si ya perdimos tres décadas por la ineptitud de la clase política, y la torpe tolerancia de nosotros los guatemaltecos, debiera espantarnos ver que no se está haciendo nada para que esta triste realidad que arrastramos cambie.
Los gringos quieren detener el flujo de migrantes menores guatemaltecos y centroamericanos, pero la verdad es que mientras que nosotros mismos no hagamos el mejor esfuerzo por mejorar las condiciones de vida de las personas, eso no sucederá. La necesidad les llevará siempre a desafiar cualquier peligro o amenaza.
No es con la Alianza para la Prosperidad que impulsa Estados Unidos que terminaremos con nuestros graves problemas socioeconómicos. Se trata de darle un giro al rumbo del país. ¿Somos capaces? Hasta el día de hoy, no lo parece, pero ojalá se diera el cambio esperado.
Para meditar: ¿Qué oportunidades de mejorar poseen los niños que hoy tienen siete años y viven en pobreza en pueblos y aldeas del país? ¿Ha cambiado esa realidad en 30 años?