José Alfredo Calderón: Y sin embargo…funciona!!!

Ya lo he mencionado muchas veces: Guatemala es un paraje lleno de sorpresas y contradicciones.  Políticos liberales que en realidad son conservadores, paladines del libertarismo que adoran los monopolios, empresarios que aborrecen lo público pero se enriquecen a costa del Estado; religiosos cuya espiritualidad termina donde empiezan sus prejuicios y miedos; machos alfa con historias de closet; pobres de derecha y ricos que rehúyen del término.  “Guate” viene siendo un pedazo de cielo donde todos nos mentimos, pero si dejamos de hacerlo, resentimos la sinceridad. 

En las entrevistas de trabajo, el guatemalteco no fuma, no toma, ama el trabajo en equipo, es responsable, siempre dispuesto a la colaboración extra y solo confiesa tener algún defecto cuando habla de su naturaleza casi enfermiza por la perfección. Luego, a duras penas pasan dos meses para que ese empleado modelo (en la entrevista) muestre su verdadera esencia.

Por eso siempre he dicho que este paisaje solo puede explicarse a la luz de la antropología y la historia. Un ejercicio que me permite comprobar la contradicción que le da sostenibilidad  al sistema político-electoral, es el siguiente. Suelo hacer las mismas tres preguntas cuando imparto talleres sobre civismo o formación política:

  1. ¿Qué piensa de la política?
  2. ¿Qué piensa de los políticos?
  3. ¿Votará en estas elecciones?

Las respuestas siempre son las mismas.  Para las primeras dos preguntas, las reacciones son bastante folklóricas e incluso escatológicas, para referirse al oficio politiquero y la conducta de los mismos.  Pero en la tercera, la reacción –indefectiblemente– es afirmativa. A pesar de las quejas, los lamentos  y el rechazo del diente al labio, el guatemalteco promedio sigue creyendo en el sistema.  Las redes sociales parecieran ser el canal de desahogo y catarsis que luego permite un habitante (que no ciudadano) dócil y conformista.

Mucho se ha dicho sobre el agotamiento del sistema, sobre la precariedad de la democracia, sobre la urgente necesidad de reformas de fondo y que –por fin–, ya tocamos fondo.  Sin embargo, cada cuatro años, la masiva participación (o cuando menos la que se necesita), vuelve a legitimar el supuesto sistema caduco.

A pesar de los altos niveles de abstención, la cantidad de votantes alcanza para seguir en la ruleta electoral sin mayores sobresaltos. ¿Qué es lo que hace aceptable una democracia tan imperfecta?  ¿Cuáles son los factores críticos de éxito de este esperpento político-electoral? Trato de esbozar una respuesta:

  • La gran mayoría de la población no se interesa por la política, porque sus preocupaciones básicas e inmediatas están centradas en su próxima comida y la forma de sortear a la muerte. Esta condición, permite disminuir                      –drásticamente– el universo de quiénes opinan y evalúan.
  • Existen mecanismos “pavlovianos”, instalados endémica y epidémicamente, cuya activación deviene sencilla e inmediata: el miedo, la ignorancia, el racismo, la discriminación, la misoginia, el sexismo, la homofobia, el clientelismo y el patrimonialismo (entre otros).  Cada crisis requiere de la activación de estos “botones”, según intensidad y complejidad. De estos mecanismos, el más importante es el miedo.  El anticomunismo visceral depende de este insumo y facilita la fabricación de “combos” o silogismos primitivos: Si no es de derecha, seguro es izquierdista, comunista o filo comunista; seguro es ateo y gay/lesbiana también.
  • La venta de una democracia “cuantitativa”, ha hecho que la población vea en el número creciente de partidos y binomios, una muestra inequívoca de más democracia. Incluso con la adición de más “izquierda”, el combo se vuelve completo.
  • La elaboración de narrativas satanizantes que describen destinos fatales, le venden a una masa ignorante y asustada, la idea que aún con la imperfección del sistema, no se ha sucumbido a una Cubanización o Venezualización.
  • La justificación de que la precariedad de los perfiles de quienes participan en política, se debe a la no participación de los buenos; ergo, la oferta es mala, pero es lo que hay y sobre eso debe escogerse.  El sempiterno mecanismo del “menos malo” sigue funcionando a la perfección.
  • Un factor determinante lo constituye la invisibilidad de las élites como responsables del descalabro. Las masas no entienden qué es el sistema y cómo funciona; por lo que, la culpa, se la endilgan  a una “clase política” que precisamente fue creada y financiada por las élites que siguen en las penumbras, cuando no en el más oscuro anonimato.
  • La corrupción se ve como una causa y no un efecto. Desprovista de su concatenación histórica elitaria y su carácter estructural, la corrupción deviene en un asunto moral que navega en el talante de cada persona, y la solución, entonces, se limita a colocar personas probas en los puestos de la Administración Pública.  El relato exitoso de que la cooptación del Estado descansa en el Crimen Organizado y la burocracia corrupta (civiles y militares), invisibiliza la responsabilidad original y fundante de las élites económicas ultra conservadoras.
  • Las élites han sido exitosas también al esconder la naturaleza real del proceso electoral.  Lo que en realidad es una forma periódica de dirimir las desavenencias interelitarias, se vende como una fiesta cívica donde todos están representados.
  • Finalmente, la tapa al pomo la pone el discurso de darle el beneficio de la duda a quien resultó electo, sin que las masas adviertan el engaño de que solo se vota pero no se elige, pues este ejercicio lo hicieron otros previamente.

La democracia republicana en su versión tropical, tiene vida para rato. Los remiendos nunca sobran y seguro habrá más reformas a la Ley Electoral y de Partidos y Políticos –LEPP– y otras normativas conexas.  Los cambios gatopardistas seguirán su curso, mientras el origen de todos los males: El sistema, se mantendrá incólume y estructuralmente sin novedades. El movimiento social devenido en oenegismo asistido, seguirá “jugando el juego que todos jugamos”.

Tal y como se acostumbraba en La Colonia, el celador continuará vociferando en 2023: ¡Todo tranquilo y sereno!

José Alfredo Calderón E.

Historiador y observador social