JOSÉ ALFREDO CALDERÓN: ¿Para qué sirve un historiador?

José Alfredo Calderón Enríquez

El incomprendido y no reconocido oficio del historiador, se basa en la creencia de que la historia no es una ciencia, sino a lo sumo –dicen quienes creen saber– el arte de recrear los hechos del pasado, una forma culta de describir la historia o definiciones parecidas que van bajando del nivel inteligible hasta caer en “interpretaciones” francamente fantasiosas. Con suerte, las personas que acusan un nivel de instrucción calificado o aquellas que han tenido el privilegio de trascender las necesidades básicas que plantea la pirámide de Maslow[1], muestran al menos una expresión de aprecio respecto de quienes estudian el pasado, para conocer e interpretar el presente y planificar el futuro (verdadero oficio del historiador científico).

En países con tan poco desarrollo académico e intelectual como el nuestro, suele confundirse al sociólogo con el licenciado en sociología, al politólogo con el licenciado en ciencia política, al antropólogo con el licenciado en antropología y al historiador con el licenciado en historia[2], y peor aún, al historiador con el cronista, un narrador más o menos calificado, algunos incluso muy calificados para el detalle descriptivo, pero con serias falencias de interpretación y prospectiva.

La mejor forma de interpretar lo anterior y entender a quienes optamos por el estudio de carreras “raras e improductivas”, es recrear las experiencias personales en nuestra interrelación con el mundo social, laboral, familiar, político y económico, desde el ejemplo práctico del historiador. Es común atribuir a este último la facultad de explicar preguntas que se definen como fundamentales como: ¿Existió Tecún Umán? ¿Es cierto que el príncipe quiché mató erróneamente al caballo pensando que con ello moriría el conquistador? ¿En realidad existió Guillermo Tell? ¿En realidad estuvo a punto de fallar y no darle a la manzana? ¿Es cierto que la Sin Ventura se ganó el mote porque no paraba de llorar la muerte de su esposo? ¿Es cierto que la palabra emperifollar se deriva de la elegancia de John Peurifoy? Y así, una serie de cuestionamientos intrascendentes cuando no sencillamente fútiles y totalmente falsos.[3]

Por supuesto que gran parte de la construcción de esta dimensión, busca desacreditar el carácter científico, liberador, profundo y crítico de quienes nos dedicamos al estudio e investigación de los hechos pasados (remotos o recientes) para interpretar en función de qué grupos, poderes o circunstancias se sucedieron y su interconexión con la causalidad política y socio-económica actual, y así, construir una historia no oficial, en función de la de-construcción de imaginarios sociales y realidades políticas escritas, anunciadas y consolidadas como ciertas, a partir de una visión de los vencedores y los que –históricamente– han detentado el poder.

En una reciente reunión de egresados de la Escuela de Historia de la USAC, conversamos sobre las experiencias en común respeto de nuestras carreras (fundamentalmente historia y antropología) y la percepción de otros profesionales y ciudadanos en general, respecto de las mismas. El consenso de la experiencia vivida en lo social y laboral podría sintetizarse en una conversación común como la siguiente:

-¿Y vos que estudiaste?- Historia[4]. La respuesta es recibida con una nada disimulada cara de extrañeza y una pausa que pretende pensar una repregunta.

-Y hay carrera de eso? Digo, ¿Son cursos o se puede graduar uno de eso?-

-Hay carreras técnicas y a nivel de licenciatura, incluso posgrados- A estas alturas la cara de extrañeza se vuelve mueca incrédula; las pupilas se dilatan y luego viene otra repregunta.

-¿Y cómo de qué se puede trabajar? Digo, ¿Se puede vivir de eso?-

-Fundamentalmente se puede trabajar en docencia e investigación, pero debo explicar que el método histórico, la amplitud y diversidad temática, así como el enfoque global e integral, permiten el desempeño en muchas otras áreas, no solo de las ciencias sociales (como el análisis estratégico en mi caso) sino en otros muchos campos- El final de la conversación es inminente con tres lapidarias preguntas…

-¿De qué trabajás aquí? ¿Cuánto ganás? ¿Cómo hiciste para entrar? El interlocutor se aleja meneando la cabeza como diciendo: Ve qué cosas!!

 

José Alfredo Calderón Enríquez

Un historiador que hace análisis político

 

[1] Abraham Maslow fue un psicólogo humanista norteamericano (1908-1970) que entre muchas cosas, generò una pirámide de 5 niveles para explicar las necesidades humanas, definiendo que las únicas necesidades que traemos al nacer tiene que ver con lo fisiológico: sexo, sueño, alimentación, descanso y otras. El resto van surgiendo según se satisfacen las de los niveles inferiores. Otro aserto básico de Maslow es que solo una necesidad no suplida genera un cambio de conducta. Dejo al lector la inquietud de profundizar más en este personaje.

[2] Mientras sociólogos, politólogos, antropólogos e historiadores son aquellos científicos que se dedican al estudio serio y sistemático en sus respectivos campos (en algunos casos incluso, no “encartonados”); los otros son aquellos que se gradúan de esas carreras en específico y que no necesariamente ejercen la profesión en forma científica.

[3] Estas son preguntas reales efectuadas a mi persona. John Peurifoy fue el embajador norteamericano que jugó un papel clave en la intervención norteamericana de 1954.

[4] La respuesta también pudo ser “antropología”.