José Alfredo Calderón: La mano que mece la cuna o el Flautista de Hamelin

Todos los analistas serios coincidimos en que el mapa verde en el previo de la segunda vuelta no era modificable y, para ello, había abundante evidencia que respaldaba tal aseveración.  La historia y los datos duros anticipaban una victoria relativamente fácil de la señora Torres. ¿Qué fue lo que pasó entonces? Lo que sin duda es una remontada histórica, inusual, extraordinaria y dramática, no tiene antecedentes en la vida “democrática” del país.

Los únicos dos candidatos que remontaron una derrota en primera vuelta, son Jorge Serrano Elías y ahora, Alejandro Giammattei.  Pero hay una enorme diferencia en este paralelismo; pues mientras Serrano tuvo que revertir menos de 25 mil votos en 1990, Giammattei revirtió una diferencia de más de medio millón de votos.  Así mismo, como bien anota Phillip Chicola: “Giammattei fue el segundo lugar con el resultado más bajo en la historia electoral del país. Ningún candidato había alcanzado el balotaje con menos del 15 por ciento de los votos. Además, para encontrar un segundo lugar con menos de 700 mil votos, nos tenemos que remontar a 1999, cuando el padrón era la mitad del que es hoy.”[1]

UNE se presentaba con un historial más sólido, con mejores equipos profesionales, con más presencia y peso territorial, con una trayectoria más coherente desde 1999 y con resultados en primera vuelta que se consideraron contundentes: 106 alcaldías, 52 diputados (posiblemente 53) y la diferencia alcanzada en primera vuelta, parecían garantizar la victoria en el balotaje. A todo esto, el lapso tan corto entre primera y segunda vuelta, así como la pérdida de dos semanas de campaña[2], derivada de la narrativa de fraude que se impulsó, presagiaban una victoria verde. ¿Qué o quién hizo la magia entonces?

La señora Torres siguió las instrucciones de la guía política tradicional de no poner atención al segundo lugar y no dejar que éste crezca a costillas del que va primero. Por eso su inasistencia a los foros[3] y una actitud sobrada de saberse ganadora.  Sin embargo, en dos o tres semanas máximo, previo al domingo 11 de agosto, todo cambió.

La UNE creció muy poco, siendo los 200 mil votos adicionales, producto, más del miedo a las estructuras paralelas de Giammattei, que un voto de confianza y adherencia a la señora Torres y su partido. Este escaso crecimiento si se previó, pero lo que se subestimó fue la capacidad de la plataforma conservadora de unificarse en torno a Giammattei y dejar por un lado las rencillas interelitarias. Al respecto cabe recordar que el presidente electo no era el favorito de las élites, pues estas se decantaron –básicamente– por Mulet (tercer lugar) y Farchi (sexto lugar). No es casual que ambos candidatos grabaron vídeos en el que dieron su apoyo a Giammattei, ya en la recta final de la campaña hacia la segunda vuelta. Tampoco fue casual que las iglesias evangélicas (grandes y pequeñas) asumieran la misión postrera de llamar al voto a favor de la opción más conservadora. Llamó particularmente la atención, el descaro del pastor Jorge H. López de Fraternidad Cristiana, llamando al voto ultra conservador sin ningún recato.

Pero del otro lado, la UNE y Sandra Torres no entusiasmaban como una alternativa real. La izquierda y centroizquierda hizo mutis, dejó en libertad a sus bases y por ello, tampoco es casualidad que los tres departamentos en los que ganó el MLP, terminaran apoyando a Giammattei. Su cuestionado pasado y los procesos pendientes en su contra, así como la amenaza de concentrar más poder, pesaron para que no se sumaran muchos más al proyecto verde.

Por otra parte, se sobrestimó la lealtad y capacidad logística de los alcaldes electos para UNE, quienes eran los responsables de movilizar a las personas, tanto militantes como nuevos votantes. La reunión con 222 alcaldes, semanas antes del domingo 11 de agosto, pareció envalentonar y relajar al equipo que cada cuatro años se disfraza de socialdemócrata, pero que en la realidad se desempeña conservadora y clientelarmente.

Otro elemento que no se valoró mucho, fue que la capital, históricamente conservadora y pro derecha, fuera a cambiar dramáticamente la desidia mostrada en la primera vuelta, la cual mantuvo durante las semanas previas al 11 de agosto. De hecho, el pronóstico de lluvia para el mediodía y los avances informativos sobre el abstencionismo mañanero, presagiaba que pesarían más los votos duros del área rural a favor de la UNE. Pero a la narrativa instalada sobre los peligros de una Guatemala socialista al estilo Venezuela[4], se unió el ya tradicional discurso misógino, machista y patriarcal[5], siendo el resultado, un apabullante 74.49% a favor de Giammattei. Ningún departamento reporta una diferencia tan significativa y siendo el área metropolitana la más grande del padrón, este dato fue determinante.

Ahora bien, todos los argumentos y relacionamientos anteriores explican lo fáctico, pero no el qué y/o quién fue esa fuerza invisible que movió voluntades, coordinó personas, grupos y sectores y fue capaz de un cambio tanto histórico como dramático. En columnas anteriores expliqué cómo las elecciones cuatrienales eran la forma como las élites dirimían sus diferencias.  Los tres segmentos principales de esas élites son: el capital emergente (años ’80 para acá), el capital transnacional (formado desde la Revolución de 1944) y el capital oligárquico (el más antiguo, heredero colonial y de la Reforma Liberal). En el balotaje, la lucha fue entre el primero y el segundo, Mario López Estrada y Dionisio Gutiérrez. El capital oligárquico se decantó por Edmond Mulet e Isaac Farchi, y los empresarios más ultramontanos, eligieron las opciones perdedoras de la alianza criminal: FCN, TODOS, UCN, Reformador, PAN, VIVA, Unionista y VIVA.

¿Qué fue lo que motivó el cambio dramático de último momento? Los intereses de la clase dominante, que, al ver amenazada su capacidad de dominio y manipulación –sea esta una amenaza real o simbólica–, deja por un lado sus diferencias y se unifica, apoyando la opción que consideran más conveniente a sus intereses económicos y de clase. Las similitudes entre el actual gobierno y la opción ganadora, seguro pesaron en la decisión.[6]

¿Quién fue la fuerza “invisible” que movió y unificó “voluntades”? La mano que mece la cuna. Los grandes operadores de las élites activaron al máximo los aparatos ideológicos del Estado y el resto lo hicieron las estructuras militares y paramilitares de VAMOS, que debemos recordar, se nutrió del fenecido partido Patriota.

José Alfredo Calderón E.

Historiador y observador social


[1] Artículo de opinión del martes 13 de agosto de 2019 en El Periódico.

[2] En realidad la UNE nunca paró, pues las visitas de la candidata al interior de la República, un día después de la primera vuelta, era campaña pura aunque se disfrazara de visitas de agradecimiento a las bases.

[3] En Guatemala se insiste en llamar debates a los paneles, foros, mesas, conversas y otras formas de entrega donde los candidatos, realmente, no se enfrentan entre sí como en los verdaderos debates.

[4] Lo más irónico es que Venezuela sigue siendo un Estado capitalista con un gobierno de ideas socialistas. La mayor parte de la planta productiva y casi todas las dinámicas económicas son eminentemente capitalistas.

[5] Particular gracia me hacía la pregunta constante de si Sandra Torres podría mandar al ejército, como comandante general.

[6] Las referencias al nuevo “Jimmyttei” destacaban eso precisamente.