José Alfredo Calderón: La invisibilidad de la desigualdad

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Por razones de trabajo he tenido la oportunidad de relacionarme con encuestas en las que se pregunta cuál es el principal problema del país. Los resultados arrojan siempre los mismos resultados ante las dos variables:

  1. ¿Cuál es el principal problema del país? La mayoría contesta que la inseguridad.
  2. ¿Cuál es el principal problema que le afecta a usted y su familia? La mayoría contesta que la situación económica, la falta de empleo y oportunidades.

Hay dos grandes ausentes en estas respuestas: La desigualdad y la violencia intrafamiliar, flagelos letales pero invisibilizados. Estos resultados corresponden a la percepción inducida por los administradores del sistema y las redes son el mejor ejemplo donde esto se demuestra. Coloqué un post que textualmente dice: “NO, el problema no es la corrupción ni la impunidad sino la desigualdad” y esto provocó     –básicamente– dos posiciones fundamentales en las reacciones. Por una parte –la mayoría– todos reconocían que lo expresado era correcto y algunos añadían que, en realidad, era el sistema económico el que la producía, lo cual es cierto, pero su manifestación más expresa y contundente para explicar lo que pasa en esta aspiración de país, es la desigualdad. Otro grupo indicaba que la desigualdad era natural y que nadie la podía cambiar, porque siempre ha sido así desde tiempos inmemoriales. Muchos agregaban que: “Dios así lo hizo y no se puede ir contra sus designios”.

Uno de los problemas fundamentales para generar debate en este país, es que hay muy poca formación intelectual y académica. Así mismo, el pensamiento mágico-religioso atraviesa casi toda la dinámica política, social, cultural y económica de este paisaje llamado “Guate”. La facilidad con la que todas las cosas se atribuyen a un origen y control divino es realmente impresionante. Y en ese sentido, quienes rechazan (e invisibilizan) que la desigualdad sea un problema, niegan su carácter histórico-estructural. Desde su condición de privilegio[1], les aterra la idea de la igualdad porque sólo pueden concebirla como una amenaza a su situación. Son las personas que no pueden pensar en el ganar-ganar porque tienen instalada la expresión: “Siempre que uno gana…el otro pierde”.

La historia nos demuestra con claridad que la desigualdad no es eterna y que ésta surge cuando un grupo de personas se apropia del excedente de trabajo (valor) generado por otros. Por supuesto que aseveraciones como ésta –aun siendo evidentes– despiertan los fantasmas del más rancio conservadurismo “chapín” y la acusación de ¡¡comunista!!, brota espontáneamente de sus bocas. Otros “argumentos” aluden que las diferencias son producto únicamente del esfuerzo y el talento de cada quien, olvidando que no todos tenemos las mismas oportunidades. ¿Cómo puede compararse el futuro de un niño nacido en una aldea o paraje del altiplano, sin atención médica ni condiciones mínimas, con el que nace en un hospital privado con todos los beneficios materiales y espirituales de su realidad? ¿Cómo puede competir un niño o un adolescente desnutrido, cuya condición determinó sus falencias en talla y peso, así como la carencia de razonamiento lógico al no haber desarrollado sus neuronas[2]; con un niño o adolescente que tuvo una realidad diametralmente opuesta?

En nuestra realidad, nacer pobre, indígena y mujer; determina el futuro. Estudiar en escuela pública (con todas las limitaciones que el Estado “brinda”) marca la diferencia por muchas razones: horas efectivas de instrucción, tipo de instalaciones, preparación de maestros (cuando hay), acecho de maras y pandillas, necesidad de trabajar simultáneamente para poder sostener o ayudar a la familia y un largo etcétera. Salir de la universidad pública y buscar trabajo, encuentra realidades distintas para los egresados de universidades privadas, mejor si son “popof”.

Negar estas diferencias causadas por un sistema basado en el escarnio de la mayoría, no solo es ignorancia sino perversión. Está comprobado que todos los problemas que aquejan a la población, tienen sus peores estadísticas en la Guatemala rural e indígena. Decir que todo se basa en el esfuerzo que cada uno le pone para aprovechar las oportunidades, es cierto, sí y solo sí, TODOS Y TODAS tuviésemos las mismas oportunidades. Allí si entra a jugar el talento y el esfuerzo individual para marcar diferencia.

Y como si todo lo expuesto fuera poco, el estigma del racismo y la discriminación acaba de vulnerabilizar aún más a los ya de por sí vulnerables. Toca entonces a quienes la luz de los privilegios, la academia y el sentido común nos ha beneficiado, acompañar la lucha por un mundo mejor, en donde los privilegios no se basen en las carencias de las mayorías y en la pendejada de creerse superior por designio divino.

El problema fundamental es la desigualdad producto de un sistema económico injusto, no sus variadas manifestaciones externas, como la corrupción y la impunidad, entre muchos otros. Otras formas de relacionamiento humano son posibles y por ello luchamos cada día.

 

[1] Las llamadas “clases medias”, son las más reacias a aceptar la desigualdad como problema y producto de un sistema económico injusto.

[2] La desnutrición es un problema que va más allá del hambre. La ausencia de nutrientes de 0 a 3 años los condena al subdesarrollo de por vida, siendo un proceso irreversible!! En esa primera infancia, se forman y desarrollan las neuronas. Y lo grave es que afecta a casi la mitad de la población guatemalteca!!