JOSÉ ALFREDO CALDERÓN: De imaginarios y palabras vernáculas (primera parte)

José Alfredo Calderón E.

La población guatemalteca acusa códigos de comunicación únicos, contradictorios y, a veces, “encriptados”. Cuando se trabaja con extranjeros y se logra una base mínima de confianza, una de las primeras preguntas es: ¿Por qué ustedes hablan así? Por mis disciplinas académicas, he tenido que estudiar el fenómeno de singularidad que acusamos en el subcontinente latinoamericano, lo cual me permitió entender una de las razones por la que es tan difícil unificarnos en torno a un sentido de nación. Lo primero que debemos conocer, es que si bien la mayoría nos comunicamos (y muy mal) en español, Guatemala se compone de 25 comunidades lingüísticas: 22 idiomas[1] mayenses, el castellano, el garífuna y el xinca.

Recuerdo la campaña masiva “Orgulloso de Ser Chapín” en el gobierno de Oscar Berger y cómo no logró los resultados esperados. Claro! No todos somos y/o nos consideramos chapines[2] Hagan la prueba, vayan a Quetzaltenango y empiecen a decirle “chapín” a todo “chivo” que vean y me cuentan cómo les va. Ante el fracaso nacional y éxito urbano de la campaña, la corrigieron por “Orgulloso de ser Guatemalteco” y nuevamente no se logró el objetivo, que era unificar a toda la República en un concepto de Nación. Los mayas, xincas y garífunas reivindicaron su propia identidad…

Pero volviendo a la singularidad guatemalteca en el lenguaje, si bien la carga neutral de nuestro acento (al acento chapín me refiero), nos hace muy preciados en el doblaje de películas, hay códigos ininteligibles para los que hablan correctamente el español. En lugar de sí, decimos “va”, “vaya”, “ajá”, “bueno” o un sonido gutural que suena más o menos “ujum” y que validamos como aceptación. Se cuenta además con el “si” falso y compungido que es una mezcla de afirmación fingida que se expresa como pregunta: Siiii (cantadito y como escondiendo la duda); este suele contestarse a preguntas como: “¿Te gustan mis zapatos? (mi vestido, mi reloj y cualquier cosa). No nos gustan los objetos pero este “siiii” (alargado y sin acento afirmativo) es un puente entre el “no me gusta” y el quiero quedar bien. Tenemos otro “si”, que va acompañado del “pues”. Solemos contestar “si pues” en dos sentidos: como muletilla que confirma estar escuchando y en forma de burla cuando no creemos algo del interlocutor.

No decimos “no” a secas por no parecer mal educados, en cambio, ponemos a prueba una serie de rodeos y mentiras para agradar a nuestro interlocutor. Para introducir un no se recurre al “fíjese” o “fíjate”, después de lo cual, hay cualquier cantidad de historias inventadas. Otro ejercicio simpático (para decirlo eufemísticamente), son las ya famosas invitaciones a tomar café: “A ver[3] qué día nos tomamos un cafecito” y en el ínterin pueden pasar años sin que se efectúe tal reunión. Lo mismo pasa con el “qué gusto de verte”, “Dios te bendiga” “Mucho gusto” o “mis más sentido pésame”, expresiones solemnes que suelen ser del diente al labio. Otra práctica común, que abona a la confusión del foráneo, es contestar “si, pero no” a las preguntas: ¿te gusta?, ¿quieres ir? ¿aceptas el proyecto o invitación? Este galimatías se traduce en algo así como: “te digo si por compromiso pero en realidad es no.”

En todos los casos, el jueguito funciona, pues el que engaña sabe que el otro sabe y el engañado sabe que el otro miente pero con “educación”, y así, los dos mojigatos quedan felices y satisfechos.

Estas perlas lingüísticas arrojan más datos de los que imaginamos. Para la mayoría podrá ser interesante pero poco útil conocer estas veleidades del lenguaje vernáculo. Pero le informo querido lector y querida lectora, que el conocimiento de estas formas de comunicación es vital en política, marketing, relaciones laborales e interpersonales. Los políticos –entre otros personajes– lo saben…Quizá por eso la “Jimmylosofía parabólica” apunta a esta veleidosidad idiomática…

[1] Un error común es confundir “lengua” con dialecto, en claro sentido despectivo hacia los idiomas mayas. Debe entenderse que idioma y lengua tienen el mismo significado y la característica fundamental es que están sujetos a leyes gramaticales relacionadas con la semántica, la sintaxis y la morfología. El dialecto, es una derivación de una misma lengua o idioma, como el Lunfardo en Argentina. En otras palabras, tan lengua o idioma es el castellano, como el kaqkchikel, el kiché, el q’eqchi’ o el mam, para citar los 4 idiomas mayenses mayoritarios.

[2] Como ya vimos en otros artículos, los chapines son de la Nueva Guatemala de la Asunción y la Antigua Guatemala.

[3] Aunque cuando se escribe la mayoría usa la forma incorrecta “haber” y no “a ver”.

  • Historiador y analista político
  • Eterno soñador de un país diferente