En 72 horas asistiremos a una edición más de la tragicomedia electoral cuatrienal que desde 1985 viene siendo un “clásico”, al mejor estilo de Don Juan Tenorio para la noche de Halloween. A pesar que todo el mundo ya vio la obra, verla de nuevo se ha convertido en tradición, precisamente en la época de “muertos”.
Por más que se despotrique contra los partidos políticos y sus dirigentes, cada cuatro años la dinámica es la misma: Todos a votar (no elegir) por el que se cree el menos malo (o la menos mala según el caso). Es como la mujer abusada que sabe que el hombre violento y borracho no cambiará, pero se vive auto engañando “por sus hijos” y por ella misma, ya que sin proveedor (que no padre ni esposo), el hogar disfuncional se volverá más disfuncional. En muchos casos, el agresor ni siquiera provee, pero el síndrome de Estocolmo habrá hecho lo suyo y las víctimas quedan atrapadas en esa vorágine perversa de quien mantiene la esperanza pero en el fondo sabe su destino. Cada borrachera es peor que la otra y cada agresión también. Perdida la estima personal por las descalificaciones primero, y los golpes después, llega la primera hospitalización y en muchas casos, la muerte. La mujer y madre sabe que, aunque el victimario le pida perdón del diente al labio, más temprano que tarde se volverá a emborrachar y la agredirá a ella y a sus hijos. El símil pareciera demasiado trágico, ¿pero no es precisamente eso lo que hace la clase política orquestada por las élites? ¿Acaso no es agresión al pueblo, el sempiterno engaño de que las cosas cambiarán pero sin modificar el sistema? ¿Acaso no es agresión la acción permanente de mentir y ofrecer lo que no cumplirán? ¿Acaso no es cinismo evadir el debate ideológico y la discusión política en favor de promesas clientelares y pendejas?
De 1954 a 1985, la dinámica política se construyó sobre la base de una vergonzosa intervención militar extranjera y un descarado golpe de Estado, que instaló una dictadura militar férrea, que durante 30 años inventó una democracia de mentiras y ejerció una de las represiones más brutales del continente.
Con la aquiescencia del gobierno norteamericano y una reticente aceptación elitaria, en 1984 se hacen cambios gatopardistas que mantuvieron la esencia del sistema pero que disfrazaron de mejor forma, una democracia precaria que se nos vendió y sigue vendiendo, como mínima pero al menos útil, pues de lo contrario “…hubiésemos caído en las garras del comunismo internacional y, al día de hoy, seríamos una Venezuela o una Cuba…” El objetivo militar de ganar la guerra no era lo estratégico, sino el escenario contrainsurgente futuro, cuyo producto “exitoso” hoy en día, es un pueblo domesticado y temeroso.
A pesar de un proceso electoral totalmente atípico, los resultados de la primera vuelta no son atípicos. Llegan al balotaje los dos que ya se sabía. Ambos, opciones perversas, pero para variar –dirían los viejitos– se pretende obligar al pueblo a tomar una decisión por el menos malo y para más INRI, en el paquete se vende la culpa ciudadana para quien ose abstenerse o votar nulo, pues esto es –replican los imaginarios sociales construidos– un acto de traición a la patria y la democracia.
Aunque el desgano y la impotencia es lo que predomina, en todos los espacios en los que he compartido conferencias sobre la coyuntura electoral, advierto la angustia de no saber qué hacer. La abstención y el voto nulo parecen descartados por la mayoría y la pregunta invariable es: ¿Voto por una señora cuya sola presencia desata todo tipo de rechazos o entrego mi voto a un candidato que se presenta por séptima vez en una plataforma política diferente? ¿Voto por alguien cuyo destino sería la cárcel, como le tocó a casi todo el gabinete de su esposo, o entrego el país (o lo que queda de él) a un candidato que llaman Jimmyttei en clara alusión a la similitud con el actual arlequín? ¿Voto por una empresaria disfrazada de socialdemócrata y que muy posiblemente concentrará mucho más poder o voto por la continuidad de un desgobierno pro militar, ultramontano, conservador, corrupto y anti derechos?
En ambas opciones hay personajes oscuros y la victoria de cualquiera no provocará cambios estructurales en el país, los próximos 4 años. La candidata ya gobernó y se conoce mejor. Con más sombras que luces, deben reconocerse los números logrados en Educación, Salud y Programas Sociales de 2008 a 2012. ¿De manejo clientelar? Sí, pero para quienes se manejan por el hambre (la mayoría) y su largo plazo lo constituye la próxima comida, esta opción por lo menos les da la certeza de una bolsa y algunas dádivas que alimentarán una precaria esperanza, pero esperanza al fin.
El candidato representa más de lo mismo. La presencia tenebrosa de militares ligados al exterminio y la contrainsurgencia, así como su procesamiento por ejecuciones extrajudiciales en Pavón, hacen revivir los peores temores del pasado. Su abierta inclinación conservadora y represiva, que incluso se ensaña con minorías que, de ser ciertos los vastos rumores, no debería atacar por coherencia, genera mucho temor en los sectores democráticos que propugnan por una democracia más participativa, una creciente auditoría social y un rechazo rotundo al pasado tenebroso que enlutó a Guatemala.
¿Entre el sida y el cáncer? Sí, pero según cuentan, en el primer caso se tienen retrovirales que permiten la sobrevivencia, precaria eso sí, pero al fin sobrevivencia.
José Alfredo Calderón E.
Historiador y observador social