Buenos Aires. Ustedes no saben lo que es eso y yo nunca me lo hubiera imaginado. ¡Qué me lo iba a imaginar! Éramos el país más rico. El problema principal no son los apagones o los cortes de agua, las colas o la escasez de papel higiénico. Ni la falta de libertad, la represión, los presos políticos ni la complicidad con el gobierno del papa y de los expresidentes mediadores o de la Unasur y Samper o si comenzó a aflojar Almagro. Ni tampoco lo es la situación dramática que genera la falta total de medicinas. El problema primero es el hambre. La gente busca comida en la basura.
En estas pocas frases un colega venezolano con el que me reencontré camino a Buenos Aires me resumió la tragedia venezolana y el por qué, ya mayor, había decidido viajar al sur en busca de trabajo.
Buenos Aires era mi destino tras algún material, especialmente sobre el caso Milagro Sala y el reclamo, al respecto, del Secretario General de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, y los riesgos que representan los nuevos enfoques o conductas de organismos interamericanos como la Corte y la Comisión de DDHH de la OEA. Funcionarios del gobierno argentino están muy enojados con Almagro: hablan de búsqueda de equilibrio, de balanceo, de ser más elegante o disimulado que Insulza, pero que al final cedió ante el bolivarismo. Y sobre los organismos dicen —y además se dice en otros ámbitos, incluso en Washington— que ya no son los de antes.
Otro tema que tenía en mente es el de Brasil, el que momentáneamente deseché por la dinámica de los acontecimientos —para no errar— sobre todo estando en entredicho la suerte del propio presidente. A los políticos brasileños muy bien podría aplicársele aquello —que se le escapó y fue grabado—, del recientemente fallecido presidente uruguayo Jorge Batlle que dijo que los políticos argentinos: son todos unos ladrones desde el primero hasta el último.
Pero ambos temas quedaron para más adelante ante lo que me contaba mi angustiado colega. Busqué información —Clarín de Buenos Aires, The New York Time, AP— y efectivamente es así.
Según un trabajo de la Universidad Católica Andrés Bello, el 8 % de la población, unos 2,4 millones de venezolanos sumidos en la miseria, come de la basura. Se amontonan para ello ante los contenedores de basura y desperdicios de restaurantes, supermercados, panaderías.
Según este estudio, la pobreza en Venezuela ha aumentado vertiginosamente y hoy alcanza al 80 % de la población: 24 millones de venezolanos. Y la pobreza extrema llega al 35 %, es decir, 10 millones y medio de personas.
¡En el país con las mayores reservas petroleras del mundo!
Y parecería que también con el mayor nivel de corrupción de la tierra.
El congresista Julio Borges, uno de los jefes de la oposición, dijo que la gestión de Nicolás Maduro es enemiga de los venezolanos, y ha sumido al país en el hambre, la pobreza y la corrupción. Señaló que el 68 % de la población se ha visto en la necesidad de pedir dinero prestado para poder comer.
Es criminal —clamo acusando a Maduro como el gran responsable— que después de una bonanza el principal problema de los venezolanos sea el acceso a la comida, no hay justificación alguna para que ese 8 % de los ciudadanos esté comiendo de la basura o pidiendo limosna para poder alimentarse.
La desesperación llega a niveles tales que los padres acusan a los maestros de robar la comida de los escolares.
Para la solución de esta tragedia el régimen chavista, congruente a más no poder, optó por la salida totalitaria: creó los Clap (Comités Locales de Administración y Producción) a imagen y semejanza de los Comités de la Revolución cubanos y los Soviets. Con ellos no ha conseguido que la gente no coma la basura, pero sí discriminar, premiar a sus fanáticos e incondicionales seguidores y, por supuesto, más corrupción.
Me quedé pensando en mi colega. Ojalá tenga suerte.