FRANCISCO SANDOVAL: Sin fuerza moral, la nación se hunde

La página de Franco

Cinco meses con el alma en vilo, viviendo al filo de la navaja, aferrados a la vida. No podemos ver el bicho causante de tanta desgracia por ser invisible a nuestra vista, pero lo grave es su presencia. Esta pandemia nos tiene de rodillas, a nosotros y a los ministerios de la enfermedad. En la desgracia no estamos solos, nos acompaña el resto del mundo.

Entre aciertos y errores, el gobierno coordina una desesperada lucha por la vida. Así caminamos aquí y en Panamá, en México y la India. La historia que hoy se vive dará lugar a miles de evaluaciones, aplausos y condenas; dentro de un par de años tendremos claridad en lo que ahora es neblina que acompaña a los enfermos y difuntos.

El 99% de las personas sufrimos esta crisis; el 1% la goza y ora porque ella se eternice para aumentar el grosor de su tajada: puestos de privilegio y oscuros negocios les permite recibir un abultado cheque, echados en la hamaca, viendo Netflix o borrachos de tragos y alegrías. Todo por culpa de un Estado que permite y promueve la ineficiencia y su infaltable compañía, la corrupción. Reconstruir ese aparato es necesidad impostergable.

Toda crisis es igual a oportunidad. ¿Dejará pasar este gobierno la oportunidad de derrumbar ese viejo edificio que es el aparato estatal o le complacen la ineficiencia y la corrupción? La contundente prueba de la necesidad de cambios radicales la tenemos estos días con el accionar lento y plagado de reclamos del ministerio de la enfermedad al tratar de hacer frente a la crisis del coronavirus.

Estamos ante una serie de preguntas y dilemas que reclaman respuesta y acción. Responderlas requiere claridad y competencia, pero, más que nada, voluntad de querer dar un firme paso firme hacia la buena organización para tener un Estado decente y eficiente. Este Estado fue hecho para otras necesidades y circunstancias, y luego convertido en botín para el pago de favores a compadres que ponen plata, camiones y gritones durante la campaña electoral. Cada gobierno desde el famoso arranque democrático se ha mordido la cola prometiendo cambios y ser “el mejor gobierno”; las mieles del privilegio, ayudados por voraces “asesores” del círculo encantado (Schumpeter), les ciega la mirada y les convence de que todo está bien, que ellos son maravillosos gobernantes y que si algo ha de cambiar es para que la cosa siga peor. ¿Dónde está el concepto de responsabilidad, hija de la moral y nieta de la ética?

La pregunta que todos nos hacemos es cómo salir de esta crisis. Mi propuesta -poco comprensible si este artículo se lee con la velocidad del rayo- es que utilizando dos fuerzas paralelas: conocimiento y moral. Ambas deben confluir a la hora de rehacer esa cacharpa llamada Estado. Gobernar es cosa de sabios decía Platón, y una moral a prueba de dólares y quetzales, agrego yo. Conocimiento ha existido de sobra en cualquier campo de la gestión pública, ahora más en el sector privado que en el público.

En momentos de crisis como la actual la ausencia de fuerza moral en la conducta pública nos lleva al abismo. Ausencia de fuerza moral es pensar y actuar como que los recursos fueran inacabables, infinitos, un maná al que tienen derecho los escogidos. Goza de ellos quien tiene puesto remunerado tan abundante como discrecional: ejecutivos del Poder Ejecutivo y de entidades autónomas y semiautónomas, alcaldes, abogados de infinitas cortes, diputados y allegados y, alrededor de todos ellos, un centenar de contratistas del Estado. “Aquí hay cinco mil gentes que hacen piñata del Estado”, me dice un amigo que conoce las entrañas de ese elefante. Reciben beneficios dignos de reyes, sin productividad ni servicio público.

Que en las actuales circunstancias esos cinco mil funcionarios y allegados por propia voluntad no se hayan reducido el sueldo un 20% durante seis meses es clara señal de que abunda la inconsciencia y la inmoralidad. Porque la moral es un asunto concreto, de conductas más que de intenciones; ella nos obliga a preguntarnos qué tan bien habido es el dinero que tenemos en la bolsa. Moral es preguntarse cómo se usa el poder que cada uno tiene, el cual no consiste solo en firmar leyes, juzgar reos o gritar en los medios.

¿Con qué dinero se pagan esos jugosos sueldos, los millonarios préstamos y los beneficios para remediar la pandemia? La transparencia también debe mostrarse con la limpieza del propio corazón. Si quieren tener un referente que les provea un poco de luz, allí cerca en el tiempo y el espacio está la forma en que enfrentamos la reconstrucción un poco después de ocurrido el terremoto en 1976. ¿Por qué nadie dice que fue lento y corrupto, que se fabricaron millonarios con el sufrimiento ajeno? Porque hubo competencia y rectitud, descentralización, responsabilidad compartida y estímulo sabiendo que cada centavo llegaba sin trabas al que poco o mucho había perdido. ¿Hubo moral y voluntad? De sobra y para exportar hacia el presente. Lo vi de cerca y doy fe de ello. Es tiempo de replicar lo bueno.

Francisco Sandoval