Inmutable, inalterable, siempre inmóvil de cara al cambio social, el hoy llamado Triángulo Norte de Centroamérica, parece seguir ¡tercamente!, en una postura histórica totalmente inconsonante e inconcordante. Desafía la historicidad que ha destinado a la civilización occidental por derroteros que el triángulo norte parece no reconocer ni detectar, en el marco de la altivez de una oligarquía cada vez más carcamal y desactualizada.
La cola del Istmo es ahora cabeza del progreso histórico, al menos en el campo de una economía que parece mejor repartida en Nicaragua y Costa Rica. Panamá es cosa aparte, por su situación canalera que la agringa y dolariza.
Los del Triángulo fueron citados, hace unos días, por el administrador-capataz del feudo, conocido como Joe Biden, es decir, por el vice mandatario del Imperio. Y, de pronto, les cae sorpresivamente en casi golpe de escena, el mero César, que hoy ya no es ariamente romano, sino de color para ir con la tonalidad de los tiempos que exigen —gran juego de apariencias— mujeres y/o varones afroamericanos en las primeras magistraturas; o señores que besan en la boca a otros señores, como el gran showman Pablo Iglesias de Podemos.
Concurrieron al convite los tres caporales del triángulo oscuro y profundo, para usar dos adjetivos que hace ya bastantes décadas acuñó don William Faulkner, desgastados porque hasta el ignorantísimo de Pérez Molina los empleó —al menos uno de ellos— para referirse a Guatemala. Usos como el de gatorpardismo que se vuelve tópico porque hasta en las revistas femeninas —que no feministas— se manosean a granel.
El administrador Biden requirió a los caporales para contarles las costillas porque éstos no siguen las instrucciones que les son claramente dictadas y que, después de aceptarlas sumisamente, con el fin de recibir la plata de la Alianza para la Prosperidad, no hacen lo propio, sino que —no solamente se saltan las trancas como les viene en gana—, sino que, ya dentro de cada lotecito o parcela de pollos, azúcar o palma africana, pegan de gritos indignados diciendo que se les está faltando al respeto porque en la Cabaña del Tío Tom-Todd, no se toma en cuenta la soberanía del gallinerito o de la granjita de amapola o de monte.
Y ahora que menciono los narcóticos —tema de esta columna la semana pasada— es por ello, por lo de los narcos, por lo que son más citados los presidentes del inmutable triángulo —oscuro como el pubis de una cortesana— a comparecer en la capital del mundo, con perdón de China.
Preocupa —de Obama para abajo— todo lo que se refiere a corrupción en Guatemala, El Salvador y Honduras, pero porque bien debajo de la punta del iceberg —que es ahora todo lo que hemos visto— hay una mar de fondo realmente profunda y oscura, más que el sitio sin límites marcado en las novelas del ya mencionado Premio Nobel estadounidense.
La parte más relevante del perfil de las tres naciones soberanas del triángulo obsceno, es sin duda la violencia y la absoluta ausencia de seguridad. Y la causa de ello no es otra cosa que las tremendas y esas sí ¡soberanas!, mafias del crimen organizado o articulado de la región. Y es contra ellas y contra el magno narcotráfico, que los Estados Unidos exige —al triángulo— que actúe. Claro que todo esto sotto voce. Por encima se dice, en cambio, que lo que se pide es el cese de exiliados hacía el Norte, de migrantes para emplear un eufemismo.
La carne de cañón de las maras —que conforman los bajos estratos del crimen organizado— son nuestros jóvenes adolescentes que huyen para no articular esas mafias donde acabarán sin duda alguna, tempranamente, sus cortos días. Esos jóvenes se encuentran dentro de un círculo vicioso. No los quieren en Estados Unidos, pero aquí su futuro sólo está en volverse logística del crimen. Este sí que es un panorama absolutamente desolador: ¡que permanezcan en el triángulo y que no emigren!, ordena el administrador de las parcelas. Pero las mafias transnacionales ¡ordenan!, que nuestros casi niños y jóvenes —que no encuentran trabajo— se queden y laboren en sicariatos o en el tránsito de narcóticos de toda naturaleza.
Por último y para zampar la puntilla, las oligarquías —que explotan las parcelas— impiden todo cambio en las estructuras económicas. Más bien las inmutabilizan, es decir, las han tornado inmóviles como la Amada de Nervo. Y, en el Norte de Centroamérica, la más rígida de las situaciones semifeudales sobrevive incorrupta e inmutable como el Ser de Parménides.
Todo ello arroja una cartografía nauseabunda: una región tomada casi completamente ya por el crimen organizado internacional, y por la inmutabilidad de nuestro subdesarrollo humano propiciado por una oligarquía inconmovible, que no acepta sus errores históricos; y que se escandaliza ante cualquier insinuación de una reforma agraria, o de un repartimiento de la riqueza de una manera moderada, que sería lo único que puede impedir que nuestra juventud y niñez huya despavorida al Norte, antes de caer aquí muerta del hambre o verse —por lo mismo— orillada a convertirse en soldadesca del narcotráfico, cuyos padrinos están ¡lo vuelvo a repetir!, en el Ejército, la Policía y también en la oligarquía de La Línea 2, que aún no tiene la bondad de presentárnosla el tal Iván.