“Éramos jóvenes cuando hicimos nuestros descubrimientos”, dice Nobel de Medicina 2019

«El problema del Premio Nobel es que siempre se otorga a científicos de más edad, lo que da la impresión a la gente de que la investigación es realizada por personas mayores», dice a la AFP uno de los tres ganadores del Premio Nobel de Medicina 2019, el estadounidense Gregg Semenza. «Pero no es el caso: éramos jóvenes cuando hicimos nuestros descubrimientos».

Semenza, director del Programa de Investigación Vascular de la Universidad John Hopkins en Baltimore, Estados Unidos, tiene 63 años.

Tenía 39 años cuando publicó el descubrimiento que le valió el galardón este lunes, junto a su compatriota William Kaelin, y el británico Peter Ratcliffe: una investigación sobre cómo las células del cuerpo usan el oxígeno, y que desarrolló todo un campo de estudio.

«Solo tienes que contener la respiración para darte cuenta de que no puedes prescindir del oxígeno durante mucho tiempo», explica por teléfono unas horas después del anuncio en Estocolmo que le dio entrada al club de científicos Nobel.

«Cada célula de tu cuerpo necesita oxígeno continuamente», prosigue. «Millones de células funcionan y reciben exactamente la cantidad de oxígeno necesario. El sistema que descubrimos es el mecanismo molecular de todo esto».

Él y sus colegas no imaginaron en ese entonces que el descubrimiento tendría tantas aplicaciones contra el cáncer, enfermedades cardiovasculares u otras patologías.

Uno de los usos más concretos conciernen a las personas con enfermedad real crónica, que hoy reciben tratamiento con inyecciones de EPO, algo relativamente duro y caro. 

Cuatro ensayos clínicos están en marcha, con 25 mil participantes, con una píldora sencilla que reemplazaría estas inyecciones, quizás desde 2020 en Estados Unidos (ya están autorizadas en China).

Una decisión arbitraria

Poco antes de las cinco horas locales, Kaelin, que dirige un laboratorio en el instituto de investigación de cáncer Dana-Farber en Boston y es profesor de la escuela de Medicina de Harvard, recibía incrédulo la llamada desde Suecia.

Al notar la proveniencia de la llamada «mi corazón se puso a latir muy rápidamente», dice el investigador de 61 años a la AFP. Pensó en su esposa Carolyn, una médico fallecida de un cáncer en 2015. «La imagino sonriendo desde arriba diciéndome: ‘te dije que te lo darían’…».

Se interesó por el ángulo relativo al cáncer, mientras estudiaba la enfermedad rara Hippel-Lindau, cuyos portadores desarrollan cáncer en varios órganos, y al descubrir el rol de la regulación de oxígeno en el desarrollo de tumores.

«Soy un biólogo del cáncer y sin embargo contribuí al desarrollo de un medicamento contra una enfermedad de la sangre, la anemia», dice. «Así es cómo funciona la ciencia, sin parpadeos».

Semenza contó que atendió tan solo en la segunda llamada desde Suecia y quedó «estupefacto». Luego celebró con champaña.

Pero suscribe una parte de las críticas contra el Premio Nobel, que distingue a un puñado de científicos ignorando potencialmente a otros que también han contribuido de manera importante.

«Tan pronto como eliges a algunas personas, es una decisión arbitraria», dice.

Al mismo tiempo, admite que «algo tan fundamental habría sido descubierto tarde o temprano» por otros investigadores. 

Por otro lado, «la ventaja es que se pone en relieve la ciencia, porque la gente no escucha mucho sobre ciencia en general, especialmente en Estados Unidos».

¿Cómo cambiará su vida de investigador tras el Premio Nobel? «No puede ser malo, eso es seguro», responde. Sin duda, las publicaciones analizarán más de cerca los artículos procedentes de su laboratorio. 

El premio ayuda a las personas a «comprender que la investigación fundamental puede conducir a nuevos tratamientos para las enfermedades, y es por eso que la investigación básica debe ser financiada».