ENFOQUE: Un Día de la MADRE diferente…

Gonzalo Marroquín Godoy

Puede haber menos abrazos, pero no menos amor.  Puede haber más temor en el ambiente, pero los corazones de las madres están llenos de esperanza.

Mi memoria no es fotográfica.  No se que edad tenía, pero pienso que sería entre 6 y 8 años. Recuerdo ver a mi mamá llorar sin razón aparente y luego darme dulces o chucherías para que yo me dejara sacara sangre.  No lo supe durante muchos años, pero un día me cuenta que a esa corta edad me habían diagnosticado leucemia.  Eso era lo que le provocaba aquellas lágrimas.  El diagnóstico, al fin de cuentas, resultó equivocado, pero supe que yo aprovechaba aquellos momentos para sacarle más dulces y hacer travesuras.

Ahora, ya entrado en años –que no viejo– y sin ella, entiendo que aquel momento creó un vínculo fuerte con mi madre –la Toya, como le decían sus familiares y amigos o la Unta, como más tarde le pusieron los nietos–.  Pasaron los años y de ella aprendí que una madre siempre está preocupada y atenta por sus hijos, sin importar la edad o si ya volaron y han abandonado el nido.

Siempre me sentí hijo de mamá.  Todos los días me llamaba por teléfono, siempre estaba atenta a lo que hacía o dejaba de hacer.  Nunca faltaron, primero los regaños y más tarde los consejos.  Yo sabía que ella disfrutaba o sufría por mis acciones.  Se angustió con mis parrandas de patojo, pero luego disfrutó de mis logros familiares o profesionales.  Mi mamá tenía sangre de periodista y le fascinaba seguir las noticias.  Yo era una de sus fuentes de información entonces.

Fue una mamá extraordinaria.  Siendo diez hermanos, estaba atenta a todos, todo el tiempo.  De herencia nos dejó un baúl de cosas maravillosas, pero la primera de todas, fue precisamente el que supiéramos y apreciáramos lo que es ser una gran madre, una tarea que nunca dejó de cumplir más allá del cien por ciento, ni siquiera cuando tuvo que salir a trabajar para ganarse la vida y enseñarnos también a no doblar rodillas ante la adversidad.

Más tarde en su vida, como cristiana, nos mostró que las bendiciones pueden trasladarse de generación en generación.  Así ha sucedido.  Ella fue esa madre ejemplar que todo lo da.  Luego vinieron las hijas, mis hermanas, y más adelante las nietas.  Veo en aquellas que han sido madres, que recibieron la herencia.  Debo decir que una de las cosas más lindas como abuelo, es ver como mis hijas tienen mucho de aquella mamá gallina –la Unta– que siempre estaba atenta al montón de patojos que tenía.

En mi vida personal he tenido también la bendición de encontrarme con dos excelentes mamás de mis seis hijos.  Es decir que, visto desde cualquier punto de vista, siempre estoy rodeado de grande mujeres, mamás espectaculares.

Mañana no es un Día de la MADRE como todos.  Nos agarra en medio de una pandemia que puede llegar a causar sufrimiento, angustia, desesperación e incertidumbre a cualquier mamá.  Eso es más que comprensible, como también lo es el hecho de que hay algo que no desaparece del corazón de toda madre: la esperanza. 

Así como mi mamá nunca perdió la esperanza de que yo viviría cuando le dijeron que tenía leucemia, las madres de ahora confían en un mejor futuro para sus hijos.  Algunas luchan ahora por la sobrevivencia.  He visto madres con banderas blancas clamando por ayuda.  Lejos de ver eso como algo malo, creo que son reflejo del coraje que tiene la mujer guatemalteca para proteger a sus hijos.  Esas mujeres con banderas blancas representan la estoica madre de la pandemia.  La madre a la que no le importa nada, con tal de llevar comida a su hogar.

Yo me imagino que estamos viviendo algo parecido a lo sucedido con la pandemia de la fiebre española que golpeó a Guatemala duramente en los años 1918-1919.  Seguramente en aquel momento también las madres temían más por la vida de sus hijos que por la suya, pero –como ahora–, se esforzaron al máximo para sacarlos adelante.

Es posible que mañana, 10 de mayo,  haya menos abrazos, besos y apapachos, pero el amor de las madres estará presente y activo.  Estoy seguro que cada madre sueña con ver a sus hijos e hijas triunfando.  No es difícil anticipar que el mundo luego del coronavirus no será igual.  En efecto, el mundo es cambiante siempre.  Las pandemias, las guerras, los políticos y el ser humano en general, causan grandes desastres y cambios.  Sin embargo, desde tiempos inmemoriales, hay algo que nunca ha cambiado: el amor de la madre. 

Mi mamá murió en el año 2004.  Han pasado 16 años, pero su recuerdo, sus actitudes, su legado, siguen presenten en la enorme familia que dejó.  Hijos y nietos hablamos de ella muchas veces.  En estos días tan especiales, ella habría actuado como lo hacía siempre: preocupada por cada uno de sus hijos, nietos, nueras y yernos.

Brindo –y doy gracias a Dios– por las madres de mi familia y sus hijos, pero también brindo por la madre angustiada de los migrantes, la madre de quien perdió el empleo, la madre soltera que no se raja; brindo por esa mujer extraordinaria que nos ha dado la vida. ¡Brindo por las madres!