Gonzalo Marroquín Godoy
… cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Esta copla fue escrita en el siglo XV por el poeta español Jorge Manrique, y aunque es profunda en toda su estructura, es la última frase cualquier tiempo pasado fue mejor, la que se replica y presenta como si de un refrán popular se tratara. Así decían nuestros abuelos, luego nuestro padres y así pensamos muchos de los que hemos llegado a una edad avanzada y somos padres y abuelos.
Recuerdo mi niñez y juventud en el Liceo Guatemala, un colegio de hermanos maristas al que asistí en los años 60 y 70 del siglo pasado. Eran tiempos muy diferentes a los que ahora toca vivir a las nuevas generaciones, especialmente a partir de aquellos a los que se ha dado en llamar “los milenios” o “Generación Y”, que aglutina a los nacidos a partir de 1980.
La vida moderna: inmediatez, hiperinformación, inseguridad, estrés, superficialidad, violencia, egoísmo… y más.
Es aquel tiempo pasado el que ahora me hace reflexionar sobre lo real de la frase de Manrique, por supuesto a la luz de mi experiencia y de ver como el mundo –y Guatemala– ha cambiado… y no precisamente para algo mejor.
En aquella época había bastante más disciplina de padres a hijos. En broma he escuchado que la nuestra fue la última generación a la que los padres le pegaban a los hijos, como un método de aprendizaje utilizado cuando hacíamos algo malo o incorrecto. En parte esto es cierto. No censuro a los padres que utilizan o han utilizado adecuadamente este método. Era parte integral de un aprendizaje que ¡funciona!.
Ahora –y más de alguno pensará que en eso se está mejor–, los jóvenes tienen más libertad para hacer lo que les venga en gana. Creo, por supuesto –y tengo 6 hijos de quienes he aprendido mucho–, que la mejor forma de enseñar es con el ejemplo y la buena comunicación. La mejor educación para la vida se adquiere en el hogar.
Eran tiempos más relajados. Estudiábamos de 8 a 12:00 horas y de 14:00 a 16:00 horas en dos jornadas, con tiempo suficiente para ir a almorzar a nuestras casas y todavía compartir un breve –pero importante– momento en familia.
Hoy, en la ciudad del futuro es impensable este tipo de jornadas. En el colegio, los juegos y entretenimiento eran el capirucho, cincos, el yo-yo, chiviri cuarta –escondite– y, por supuesto, los deportes como fútbol, básquet, carreras y demás, según el gusto y aptitudes de cada cual.
La comunicación en los hogares era bastante directa y abierta; a nivel colectivo había que buscar el contacto personal, porque no había otro medio para hacerlo. Ahora todo eso se ha sustituido por los juegos electrónicos –Nintendo, Fifa, etcétera– y por redes sociales como WhatsApp, que si bien facilitan la comunicación con aquellas personas que están lejos, también alejan a quienes tenemos cerca.
Las noticias no tenían inmediatez. La ventaja de ello, es que no se vivía tan atentos a hechos y sucesos. Hoy en día podemos enterarnos de todo, todo el tiempo.
En los colegios no se hablaba ni enseñaba tanto de sexo. Hoy el nivel llega a ser hasta de morbo en algunos casos. En nuestro tiempo todo lo teníamos que ir descubriendo con el correr de la vida. Hoy, a los 12 o 14 años cualquier joven conoce lo que antes descubríamos en la edad adulta.
La tecnología tiene cosas buenas, pero ha acelerado demasiado la vida. Ha cambiado no solo el ritmo de nuestras experiencias, sino además es una plataforma que obliga a los padres –o debiera hacerlo– a poner más atención en la formación de los hijos y de manera distinta.
Salir a la calle a caminar solo o en familia era algo que se podía hacer en todas las zonas de la ciudad capital. Hoy en día solo los aventureros lo hacen. Los niños y jóvenes están condenados a permanecer en casa viendo videojuegos por seguridad, y vaya si no…
En política siempre ha habido oportunistas y corruptos, pero como dicen algunos, antes se robaba poquito, mientras que ahora ya conocemos la voracidad que esa clase política ha alcanzado en las últimas tres décadas.
Algunas cosas no han cambiado, pero en términos generales, creo que ningún debate que pudiera darse podría concluir de manera diferente: cualquier tiempo pasado fue mejor, a lo que ahora tenemos. Es tristen tener que reconocer que nuestra generación no está dejando una Guatemala mejor.
La tecnología tiene aspectos buenos, otros no tanto, pero también malos. No es fácil sacar un balance, pero se ha perdido mucho. En cuanto a seguridad, corrupción, desarrollo económico, calidad de vida y otros factores, no cabe duda que el presente sale perdiendo y le da la razón a Manrique.