ENFOQUE: Tan mal en el fútbol, como en la política

Como sucede en materia de salud, educación, pobreza y demás índices de desarrollo, nuestro fútbol se ubica entre los peores del continente.

Gonzalo Marroquín Godoy

Menos mal que con los años, las emociones que solían causarme los partidos de fútbol han menguado y ver perder a nuestro seleccionado se ha vuelto algo común y predecible, más allá de los rivales a los que nos enfrentemos.  No me gusta –por supuesto–, pero no sufrí por la derrota ante Guadalupe, porque era algo que estaba dentro de la lógica.

Algunos pueden pensar que los culpables de los últimos dos fracasos –no clasificar para la siguiente ronda mundialista y ni siquiera para la Copa Oro–, son los jugadores. Otros tiran la responsabilidad al técnico nacional Amarini Villatoro, pero la verdad es que los responsables de tanto tumbo de nuestro maltrecho fútbol no son otros que los dirigentes.

Como se ha agudizado en los últimos años, en la clase política –partidos, diputados, funcionarios, alcaldes y gobernantes–, imperan la mediocridad, corrupción y falta de vocación auténtica de servicio. El resultado, claro, no puede ser otro que la situación de un estado fallido que no responde a los intereses de la población.

Son demasiados quienes participan en política para enriquecerse.  Han convertido el Estado es una vaca lechera a la que hay que ordeñar hasta la última gota. Hemos comprobado que gran parte de los negocios del Estado son con empresas vinculadas a diputados o funcionarios.  En los casos que no es así, se arregla todo con una jugosa mordida.

En el fútbol –y me temo que en el deporte en general–, la situación no difiere demasiado.  Así como en la política se tuvo un gran destape de la corrupción en la era del PP, con Baldetti y Molina a la cabeza, lo mismo sucedió en el deporte, cuando se descubrieron casos de corrupción en la Fedefut y tres altos dirigentes, Brayan Jiménez, Héctor Trujillo y Rafael Salguero, se vieron implicados en un escándalo de trascendencia mundial.

La prensa ha publicado hasta la saciedad la forma anómala en que se llevan a cabo las elecciones en la Fedefut. Una mala ley –como la Ley Electoral y de Partidos Políticos–, permite que los mismos sean quienes ganen siempre las votaciones.  Las mafias se han enquistado y nadie las mueve.

Pareciera que caminan de la mano políticos y dirigentes deportivos.  Hacen lo mismo, se preocupan poco por los resultados y no cumplen sus obligaciones.  El tamaño de la corrupción puede variar, sin duda, pero finalmente hay muchas coincidencias.

¿Cómo es posible que los cargos ad-honórem –sin sueldo– atraigan tanto? Muy sencillo, porque han encontrado que hay una veta de poder y corrupción por aprovechar.

Como sucede en política, la misma actitud y mediocridad se encuentra a nivel de los clubes –que podrían ser el equivalente a los partidos–.  Se enquistan los mismos dirigentes, que se perpetúan en los cargos o se reciclan con el tiempo.

Así como estamos mal en todos los índices sociales –nos ubicamos siempre entre los tres peores de Latinoamérica–, en el fútbol somos un desastre.  Si excluimos a las islas más pequeñas del Caribe que, como estamos viendo, ya nos empiezan a ganar también, solamente Nicaragua está por debajo de nosotros.

Como pasa en la política, los dirigentes son un desastre y el sistema imperante es el responsable de los fracasos.  En ambos casos se puede aplicar aquel refrán popular que dice: Si la cabeza anda mal, el cuerpo irá peor. Simple, no hay de otra.

No es culpa de los pobres jugadores ni del entrenador Villatoro. No se podía, simple y sencillamente porque no existe organización, ni estructuras para formar mejores jugadores. 

No se pueden sacar estrellas en donde se trabaja con mediocridad. Tenemos una liga débil –incluso a nivel centroamericano–, no exportamos jugadores por falta de calidad y sin embargo, nos conformamos con esa mediocridad.  El fútbol parece hijo del también fracasado y corrupto sistema político.