ENFOQUE: Ríos Montt entre sombras… sin luces

Gonzalo Marroquín Godoy

Las acciones u omisiones que tiene un político cuando desempeña cargos públicos son las que marcan su gestión y sirven para hacer un balance para la historia cuando mueren o atraviesan por momentos importantes de su vida. Hacerlo entonces con el general Efraín Ríos Montt –fallecido el pasado domingo–, es una tarea para periodistas, analistas e historiadores.

Ríos Montt tuvo una larga vida política, que se inició con su candidatura presidencial con la Democracia Cristiana (DC-1974) y concluyó con una carrera parlamentaria que principió con cuatro años como presidente del Organismo Legislativo (2000-2004) y un período gris, cuando utilizó el Congreso como un refugio para tener inmunidad ante la persecución judicial que ya veía venir a causa de los señalamientos en su contra por violaciones a los derechos humanos en la época en que ocupó el cargo de presidente de facto (1982-1983).

Pudo marcar una era positiva para el país, pero terminó una intensa vida política con fracasos y graves errores.

Tras su muerte, ha vuelto a generar sentimientos a favor o en contra como lo hizo en varias etapas de su vida pública. Para algunos fue una especie de “ángel” y para otros “demonio”, pero en definitiva, fue alguien que pudo hacer mucho por el país, aunque terminó siendo factor de confrontación y protector de corruptos. Hablaba con palabras de pastor evangélico, pero no mostró respeto por el derecho a la vida ni promovió que Guatemala se convirtiera en un país diferente, al menos cuando pudo hacerlo siendo gobernante.

Su discurso y sus acciones no fueron congruentes, y su famosa frase de “no miento, no robo y no abuso” no fue más que palabras que se las llevó el viento con facilidad. Nada más.

Siempre negó haber ordenado las masacres que se cometieron durante su gobierno, pero tampoco hizo algo para terminarlas, ni mucho menos. Siendo como era un gobierno militar, es imposible pensar que aquellos crímenes horrendos se podían cometer sin que él estuviera enterado. Y sin embargo, jamás hizo algo para castigar a los responsables.

El tema de si hubo o no genocidio en la región Ixil ha generado grandes debates. Desde mi punto de vista –y cubrí la guerra muy de cerca en aquella época–, las masacres no eran para exterminar al pueblo ixil, eran simple y sencillamente para reprimir a los pueblos y aldeas que apoyaban a la guerrilla. Lo que es innegable e incuestionable, es que esos hechos sucedieron, esas acciones debieran ser una vergüenza para quienes estaban llamados a proteger la vida de los habitantes del país.

Por supuesto que entonces se plantea una cuestión por parte de sus defensores: ¿por qué no se ha juzgado a los comandantes guerrilleros por la masacres que también cometieron? Es una pregunta válida, pero que no justifica ni explica las razones de aquellas masacres que se cometían en contra de población civil, incluidos niños, mujeres y ancianos.

De nada sirvieron aquellos famosos “sermones” dominicales con los que pretendía imponer estándares morales, cuando en la práctica el país caminaba hacia la deriva. Su afán por mantenerse en el poder le hizo perder más el rumbo y por su fanatismo religioso y ambición, dejó pasar la oportunidad de encausar al país por la senda de la democracia, algo que tuvo que hacer su sucesor, el también general Oscar Mejía Víctores.

Su gobierno, entonces, se vio marcado por ese fanatismo, el autoritarismo, los tribunales de fuero especial, las masacres y su constante confrontación con casi todos los sectores de la sociedad civil. Pudo hacer mucho, pero no logró nada que realmente se rescate como algo importante y positivo para la historia.

Creó su propio partido –el FRG– e intentó participar como candidato presidencial a pesar de existir impedimento constitucional. Cuando finalmente pudo hacerlo, el pueblo le dio la espalda y no superó el 21% de votos

Como presidente del Congreso avaló todas las ejecuciones presupuestarias de uno de los gobiernos más corruptos que ha habido: el de su “delfín”, Alfonso Portillo. Aquel partido, se convirtió en una “cueva de ladrones” como lo demuestran todos los exfuncionarios o diputados de esa corriente que han tenido que enfrentar a la justicia y han ido a parar a la cárcel.

La historia es implacable. Como periodista me tocó seguir de cerca su vida pública. No encuentro algo realmente rescatable, algo que pudiera servir de contraste ante tantas cosas negativas. No hay que perderse. No es una critica ideológica ni apasionada, es más bien una especie de reporte basado en hechos de los que informé a nivel nacional y como corresponsal de agencias internacionales de prensa –la AFP francesa o las cadenas de televisión estadounidenses NBC y CBS–.

El hombre que tanto pudo hacer, no hizo las cosas correctamente. Antepuso su afán por el poder a la misión que debe tener todo servidor público. No era suficiente con con decir que se era “siervo” del pueblo… había que demostrarlo.