ENFOQUE: ¿Por qué el giro latinoamericano hacia la izquierda?


Un vistazo al mapa político de la región muestra con claridad que la mayor parte de los pueblos han optado por los candidatos de izquierda.  El péndulo cambia…«.

Gonzalo Marroquín Godoy

Latinoamérica es una región con una población estimada de 640 millones de habitantes –incluyendo el Caribe–, con una agitada historia política, caracterizada por vaivenes entre regímenes militares –en el siglo pasado– y gobiernos civiles de todos los colores, olores e ideologías, pero últimamente con una clara tendencia a la izquierda.

México, Honduras, Nicaragua, Panamá, Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia, Chile, Argentina y recientemente Brasil, han optado por gobernantes de izquierda, aunque algunos de ellos se mantienen en el poder no por el apoyo popular, sino por la fuerza de ser dictaduras, como es el caso del nicaragüense Daniel Ortega y el venezolano Nicolás Maduro.

A los demás habría que ubicarlos –al menos hasta ahora– dentro de lo que es una izquierda democrática, que representa el querer y sentir de los pueblos y en donde las instituciones se respetan.  Es parte del libre juego ideológico-político que permite castigar a los malos gobiernos y se mueve pendularmente en la búsqueda de mejoras en la calidad de vida de la población.

Algunos llaman a lo que está sucediendo ola rosa o también ola rosada, pero en el fondo es un cambio pendular que se ha venido dando en los últimos años, cuando al mejor estilo del efecto dominó, los países con gobiernos ineficientes de derecha van entregando el mando a una izquierda que ofrece mejoras sociales y cambios estructurales en sus esquemas socioeconómicos.

No nos equivocamos al decir que los triunfos electorales de la izquierda llegan ante el evidente fracaso de una derecha sorda a las causas sociales y cegada ante una realidad que tiene ante sí, y se desmorona ante la pasividad que se muestra para atender las demandas de la población.

Tal vez el ejemplo más interesante sea el de Chile, reconocida como una de las economías más sólidas de Latinoamérica, con una clase media amplia, pero insatisfecha en muchos aspectos sociales.  Primero se dieron las protestas callejeras, luego vino el triunfo de Gabriel Boric, y en última instancia el propio pueblo detuvo una ambiciosa reforma constitucional que pudo haber llevado ese movimiento pendular a una posición más radical.

Los retos que tienen los gobiernos de izquierda son enormes.  En primer lugar, porque generan grandes expectativas de cambios sociales.  En segundo, porque se ha vuelto una práctica común polarizar a la población para ganar en las urnas.  Casi todas las votaciones han resultado cerradas y los presidentes deben buscar puntos de entendimiento para crear un ambiente de sana gobernanza.

La tarea que se presenta para ellos no es sencilla.  Hay que recordar que la economía global está afectada por diversos factores –incluyendo la guerra en Ucrania–, lo que supone que no será sencillo responder a las expectativas que se han generado.

En todo caso, este cambio pendular no es nuevo.  El giro a la izquierda se produce cuando la derecha falla o fracasa… y viceversa.

Guatemala es uno de los pocos países que se mantiene en el lado derecho del péndulo, pero nada indica que los gobiernos de derecha que se iniciaron con Otto Pérez Molina y continuaron con Jimmy Morales y Alejandro Giammattei, hayan logrado algún beneficio de carácter social, por lo que los problemas como pobreza, falta de oportunidades, mala educación, deficiente sistema de salud y demás, no han mejorado ni un ápice.

Además, aunque el Gobierno y el MP no lo quieran aceptar –¡ni modo!–, la corrupción es galopante y contribuye a que todos los problemas socioeconómicos continúen e incluso aumenten.  Por eso vemos salir a tantos guatemaltecos hacia Estados Unidos, en la búsqueda del sueño que les permita una mejor vida a ellos y sus familias.

En nuestro país más que el fracaso de la derecha política, tenemos el fracaso de un sistema político caduco, agravado por la imparable corrupción e impunidad que privan.  Aquí, sin embargo, no es fácil esperar un cambio radical por dos razones: 1) hasta hoy no se percibe fuerza ni liderazgo en la izquierda; 2) la derecha, representada en la alianza oficialista, muestra una concentración de fuerza impresionante, al controlar todas las instituciones importantes del Estado, en particular las que integran el sistema de justicia y también con tentáculos –muy evidentes– en el Tribunal Supremo electoral (TSE).

Eso explica que el TSE haya empezado su esfuerzo por quitar cabezas de candidatos que puedan resultar incómodos.

Lo que no debemos perder de vista que es que pequeñas dictaduras como la que nos subyuga en este momento, terminan cayendo con prontitud.  Para empezar, anticipo que el partido oficial no repetirá, ni aún con alianzas, aunque el sistema maquiavélico impuesto podría continuar con otro partido.

Guatemala requiere de un movimiento que, más que pendular-ideológico, sea un movimiento de recuperación de la institucionalidad.  Por ahora estamos perdiendo la democracia, pero hay que recuperarla plenamente.

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