Gonzalo Marroquín Godoy
No puedo decir que la buena memoria sea una de mis cualidades, todo contrario. Sin embargo, en el cajón de mis recuerdos está el Festival OTI de la Canción de 1979, cuando Luis Galich participó con la canción “La mitad de mi naranja” y, si no me equivoco, debió cantarla dos veces. Parecía que sería la ganadora. No recuerdo cual canción y autor latinoamericano triunfó, pero la presentación de Luis fue todo un éxito.
Los guatemaltecos no sentíamos orgullosos y era la canción de moda. Ya antes había destacado con “Vuestros pies”, otra melodía que todos los de mi generación –hombres y mujeres– recuerdan seguramente. Eran los años setenta, una época bastante oscurantista en Guatemala, con poca oportunidad para que un artistas –de cualquiera rama de las artes– trascendiera.
Se ha ido un excelente cantautor y animador, pero sobre todo, un gran ser humano. Triunfar en Guatemala no es fácil.
Curiosamente después de aquellos dos grandes éxitos, no recuerdo haber escuchado mucho el nombre de Luis Galich en carteleras o grandes presentaciones, pero ahora que se ha escrito tanto sobre él, pude enterarme que durante una etapa de su vida hizo algo muy loable, como es dar clases de guitarra y piano, es decir, compartir su arte con nuevas generaciones, otra muestra del talento artístico y humano que nunca le abandonó en la vida.
En un par de ocasiones me encontré con él siendo yo Director de Prensa Libre. En una de ellas conversamos sobre un tema que es recurrente con casi todos los artistas nacionales cuando se habla del medio artístico nuestro. La queja era –y sigue siendo–, el poco apoyo que hay para los valores nacionales.
La comparación que he escuchado en muchas ocasiones, es la labor que hace la televisión mexicana promoviendo talentos artísticos, mientras que la televisión abierta que opera en Guatemala –que para nada es “nacional”– lo único que hace es aprovechar las vetas comerciales y jamás ha tenido vocación de promoción de talentos.
Tuvieron que pasar muchos años para que lo viera nuevamente en un escenario, Fue en una de las presentaciones que hacía Eduardo “el Chiqui” Cofiño en TrovaJazz, cuando pude recordar aquellas dos canciones famosas, y comprobar que, además de excelente músico, era también un buen animador.
Luego me enteré de algunas presentaciones suyas, hasta que hace algunos meses supe por primera vez que tenía serios problemas de salud. Amigos suyos, encabezados en una red social por el mismo Chiqui Cofiño, hacían una especie de campaña para recoger fondos para que tuviera para cubrir sus gastos médicos y hospitalización.
Unos días antes de su muerte el pasado domingo volvió a circular la misma campaña de solidaridad. Luis Galich, un gran artista nacional murió en el hospital Roosevelt , en condiciones que no corresponden a un personaje de su talento.
Apenas unos días antes, el Congreso de la República discutía sobre una pensión vitalicia para otro gran artista de la música, el maestro Joaquín Orellana. Estas dos noticias, una triste –la muerte de Luis– y la otra que, si bien es justa, también refleja lo difícil que es ser artista en el medio nacional.
Por eso talentos como Ricardo Arjona y Gaby Moreno, han tenido que salir del país para trascender y triunfar. Varios años antes que ellos, hizo lo mismo Hugo Leonel Vacaro, quien triunfó en Puerto Rico. Como hemos podido comprobar muchas veces, hay suficiente talento guatemalteco, aunque muchas veces ni siquiera nosotros mismos lo reconocemos y apoyamos.
“Vuestro pies” y “La mitad de mi naranja” son dos canciones que disfrutamos en mi generación. La segundo fue aplaudida a nivel latinoamericano en el Festival OTI e hizo sonar el nombre de Guatemala en el hemisferio. En resumen, a mi como guatemalteco me hizo sentir orgulloso, como orgulloso me sentí el día que en Argentina me comentaron que Arjona había sido el artista que más veces consecutivas había llenado el famoso Luna Park, un gimnasio que solamente había escuchado de nombre cuando se realizaba alguna pelea por el campeonato mundial de boxeo.
No quiero hacer mención a los grandes talentos artísticos –de la música, la plástica, el teatro, etcétera–, porque seguramente sería injusto en no mencionar a varios que lo merecen, pero lo que deseo destacar es que somos en esto también un país rico. Ojalá que hubiera alguna política pública para promover talentos y para reconocer su trayectoria en vida.
Dice el dicho que más vale tarde que nunca y es cierto, pero que bueno y justo hubiera sido que al maestro Orellana le hubiera llegado esta pensión vitalicia tiempo antes… y mejor aún si llegara con un condecoración o algún reconocimiento oficial del país.
Honor a quien honor merece. Reconocimiento a quien se lo ha ganado. Luis Galich nos alegró varios momentos de la vida con su talento. Ahora toca música celestial…