ENFOQUE: Llegamos a otro 7 de diciembre con el ‘chamuco’ suelto…


La Quema del diablo cada 7 de diciembre es una tradición religiosa-cultural que ha sufrido evolución con el correr del tiempo Su significado es alcanzar la purificación por medio del fuego«.

Gonzalo Marroquín Godoy

Leyendo un poco lo que el gran Celso Lara contaba sobre la Quema del diablo, confirmé que se trata de una tradición exclusiva de Guatemala, que tuvo un proceso de profundas transformaciones, hasta llegar a lo que tenemos en la actualidad, cuando incluso parece estar en un proceso de diluirse a nivel popular.

En el siglo XIX principió a tomar la forma en que hoy en día conocemos esta celebración.  Con el tiempo, se le dio el significado de que, al quemar lo malo –representado por la basura–, se quema al diablo y de esa forma salen todos los males de nuestros hogares y vidas, males que representan precisamente al chamuco, como popularmente solemos referirnos a Satanás.

En realidad, la iglesia católica le pone poca o ninguna atención a la Quema del diablo, aunque en sus orígenes se trataba de una limpia espiritual.

Limpia es una palabra que se utiliza también en ritos ancestrales, cuando una persona quiere que le saquen los males que se llevan por dentro y que le impiden tener una vida plena.

¿Cuáles podrían ser esos males o pecados? Cabría una lista interminable, pero podemos citar algunos que se pueden trasladar a la vida nacional: avaricia, codicia, corrupción, maldad, egoísmo, injusticia, inequidad, abuso, ira, envidia, lujuria y algunos otros que quedan en el tintero o para la imaginación de cada quién.

Todos estos los tenemos sueltos en el país  y moviéndose con mucha fuerza, por mas que el discurso oficial nos quiera vender que en los últimos tres años se ha hecho más que en todos los gobiernos anteriores.

Guatemala sigue arrastrando todos esos males, que se traducen en pobreza, en estancamiento socioeconómico y, sobre todo, en un sistema político que no camina hacia adelante ni propicia una mejora en las condiciones de vida de la mayoría de los guatemaltecos.

La vedad del caso es que, en Guatemala, el chamuco anda suelto.  Anda a la libre, porque al parecer es el guía de esa clase política que se ha apoderado del Estado como que si fuera de su propiedad.  Siempre es peligroso tener al chamuco en nuestra casa, pero para el caso Nacional, es hasta temerario que siga actuando a su sabor y antojo de cara al proceso electoral que se nos avecina.

Sí, con su ayuda, alcaldes, diputados, partido oficial y sus comparsas, se preparan para impedir que se le pueda quemar al chamuco por cuatro años más.  Ese es el escenario que se nos presenta este 7 de diciembre, de cara a un proceso eleccionario que principia en enero próximo, pero sin grandes expectativas de cambio.

Ya la mayoría de los diputados y alcaldes de todo el país se preparan para buscar su reelección en las urnas.  Los fondos para sus campañas saldrán en muchas ocasiones de las propias correas del erario nacional, en ese festín de dinero que se proyectó desde las ampliaciones presupuestarias 2022 y el Presupuesto 2023. 

La maquinaria de la alianza oficialista está en marcha, con el objetivo de controlar el poder municipal, el poder legislativo, intentarán el Ejecutivo con varias cartas afines, y con todo ello, pretenden seguir manipulando la justicia y toda la institucionalidad nacional.

Ese chamuco, al que se le pone poca atención, anda suelto, es poderoso y los guatemaltecos necesitamos quemarlo.

Parece una analogía burda, pero si la meditamos un poco, los indicios de que todo esto está sucediendo son más que evidentes.

Debe haber mucha maldad para actuar como lo hace la alianza oficialista.  Para empezar, nada se hace para combatir la pobreza, por más que nos digan lo contrario; la educación va en franco deterioro; y el Gobierno ni siquiera ha sido capaz de combatir la desnutrición infantil crónica, de la que somos campeones hemisféricos, para vergüenza nacional. No hay oportunidades para la mayoría.

Esto son apenas unos ejemplos de lo mal que andamos.

El autoritarismo se impone y las instituciones son manipulables y manipuladas por ese poder político que por ahora las controla de una forma abusiva, anticonstitucional y en contra de los intereses democráticos de la gran mayoría de guatemaltecos.

Este chamuco las tiene todas consigo, pero como el otro, no es invulnerable al fuego.  Su figura y personalidad lo dice todo: es ambicioso, corrupto, autoritario, manipulador, abusador y, sobre todo, sin ánimo de hacer lo correcto para el país, pero ¡ojo¡, con un discurso y mensajes que engañan para hacerse parecer como un angelito que clama por la bendición divina en cada intervención que tiene.  No podemos olvidar el constante: ¡Qué Dios nos bendiga, pero sobre todo, qué Dios bendiga a Guatemala!

Pero lo deseable, lo ideal, es terminar con la corrupción y la impunidad, promover el desarrollo, convertir Guatemala en un país de oportunidades y fortalecer nuestra democracia.

Pensemos bien.  Lo primero que habría que empezar a repetirnos es: ¡No la reelección! ¡No a votar por los mismos diputados! ¡No a votar por los mismos alcaldes! Esa sería una forma de ir quemando, aunque sea lentamente a nuestro chamuco político, ese que pretende mantenernos con ataduras, que pretende gobernarnos por siempre, que pretende que seamos sus súbditos, olvidando que, en la democracia auténtica, es el pueblo el que debe tener la última palabra, algo que por ahora nos está vedado.