Gonzalo Marroquín Godoy
La vida es una maestra genial. Con ella se camina, con ella se cae y se levanta, con ella se aprende mas que en cualquier universidad. Con las canas, hay mayor experiencia.
Guatemala vivió un año muy convulso en 1954. Gobernaba Jacobo Árbenz Guzmán, y había efervescencia y fuerte confrontación social. Se había iniciado un movimiento militar en su contra, respaldado por Estados Unidos. Finalmente, con el apoyo de la CIA, fue derrocado. Ese año vine al mundo, era el quinto hijo de mis padres, que luego trajeron cinco más.
Han pasado casi 67 años desde entonces. Ya estoy en la llamada tercera edad. Las canas brotan más en la barba que en la cabeza, pero son canas, al fin y al cabo. Ha sido una larga vida. Viendo retrospectivamente –lo que no suelo hacer–, veo que he pasado por casi cualquier tipo de experiencia. He visto de todo. Me doy cuenta que he tenido una vida maravillosa, por mas que en el camino he tropezado muchísimas veces, algunas de ellas –incluso– con la misma piedra.
En el plano familiar he encontrado mi mayor fruto de felicidad. El campo profesional me permite conocer, analizar, ver resultados de lo que sucede en la vida política de Guatemala y no puedo negar que es triste comprobar, con el paso del tiempo, que no hay forma de que el país tome la senda correcta.
Un gran maestro de historia, el nicaragüense Horacio Cabezas, me hizo ver en cierta ocasión que los guatemaltecos nos hemos mantenido confrontados desde la época de la conquista. Aprendimos a pelear entre nosotros. Los españoles aprovecharon aquella debilidad y utilizaban el adagio popular que dice: divide y vencerás… De tal cuenta que hacer que k’iches y kachiqueles pelearan entre sí, favorecía a los conquistadores. Pero eso nos marcó y seguimos peleando unos con otros. Ahora es izquierdas contra derechas y tonterías como esa.
Mientras la sociedad pelea, los de arriba se aprovechan. A lo largo de la vida he visto muchos gobiernos autoritarios. Empecé mi carrera como periodista allá por el año 1972. Era presidente el general Carlos Arana. Siguieron otros militares –Kjell Laugerud, Romeo Lucas, Efraín Ríos Montt y Oscar Mejía Víctores–, para dar paso a la cadena de civiles.
Al llegar al poder, se olvidan de los de abajo. Cada presidente, sin excepción, se hace de una argolla, que los envuelve y termina por aislarlos de la realidad.
He aprendido que, aunque parezca que las cosas se van a poner peor, siempre se puede salir adelante y suceden cosas inesperadas. Los poderosos pierden la dimensión, se creen intocables y por eso cometen errores. Así cayeron Jorge Serrano y Otto Pérez con Roxana Baldetti. Por eso –más la ambición–, los corruptos se ponen al descubierto.
Un juez como Mynor Moto –ahora abogado prófugo–, se pone en evidencia cuando protege a un largo, como el exministro José Luis Benito, el de los Q122 millones. Ambos huyen de la justicia.
También he visto que cuando los gringos aprietan –como sucede ahora–, las piernas de presidentes, ministros o diputados tiemblan, pues saben que ellos cuentan mejor las costillas que nuestra justicia, aunque tratan de presentarse con cara de yo no fui.
Hace falta mucho por cambiar y mejorar, pero hay que mantener la fe y la esperanza.
Ah, otra cosa que aprendí con el caminar, es que la ciudadanía tiene fuerza, mucha fuerza… aunque no siempre la utiliza.