Cuando la ambición se vuelve desmedida, no cabe más que esperar que cause daños a terceros. Los clubes ricos no midieron las fuerzas de sus poderosos opositores.
Gonzalo Marroquín Godoy
La Superliga europea murió antes de nacer. Anoche, los seis clubes ingleses multimillonarios que la apoyaban decidieron retirarse, empujados por el rechazo que la idea de Florentino Pérez provocó entre sus aficionados, mientras queda en el ambiente del fútbol un sabor desagradable ante el choque de poderes que se dio.
Debo reconocer que soy aficionado al fútbol y principalmente a las grandes ligas europeas y la famosa Champions, que reúne a los clubes más grandes y poderosos del viejo continente y a los mejores jugadores del planeta. Digo esto, porque es un tema que me apasiona y que sigo de manera permanente con mucho interés.
El domingo explotó la bomba. Doce de los 20 clubes más ricos del mundo, de Inglaterra, España e Italia, se unieron para formar la Superliga, en desafío a las ligas domésticas de esos países y a las poderosas autoridades de la UEFA y FIFA, los entes rectores del fútbol en Europa y el Mundo. Un proyecto ambicioso, discriminatorio y desafiante.
Florentino Pérez, presidente del Real Madrid e impulsor de la iniciativa, aseguró que los clubes involucrados lo hacen para salvar al fútbol, aunque no logró mostrar como se beneficiarían con su idea los clubes no involucrados. Además, se trataba de una liga a la que se llegaba, principalmente por derechos históricos, y no por méritos deportivos.
Veo lo sucedido como una lucha entre el estatismo o poder del estado poderoso de la FIFA-UEFA y ligas, y los clubes ricos que, con su poder o influencias, intentaron desafiar a los primeros. Como sucede en la política, los clubes millonarios esgrimieron como argumento –válido, pero insuficiente–, la falta de transparencia, tan notoria en la dirigencia del fútbol, embarrada por la corrupción al más alto nivel desde hace tiempo.
Ambas partes, dirigentes y clubes ricos, aseguraron que sus posiciones defienden a los aficionados y los valores del deporte. La verdad es que, lo que mueve a unos y otros, es el interés económico y tratan de aprovechar que el fútbol es el deporte masivo más popular del mundo, con cerca de 4.000 millones de seguidores, lo que garantiza –a unos y otros– una danza multimillonaria en derechos de TV. Finalmente se hace valer la voz de los aficionados.
En el año 2005, tuve la oportunidad de tener una reunión en Madrid con Florentino Pérez, durante su primer período como presidente del Real Madrid. No me pareció ni ostentoso ni prepotente a pesar del poder que tiene como presidente del RM y ser el mayor accionista de una de las constructoras más grandes de Europa y el mundo.
Florentino es –no me cabe duda–, un genio de las negociaciones. Puede ser que al lanzar la Superliga, quisiera simplemente obligar a las contrapartes a sentarse en la mesa de diálogo y que se les escuche. Obviamente falló al no medir correctamente a las fuerzas que se involucran en este drama deportivo, que sin duda traerá secuela.
El mundo está de cabeza con el covid, la política y las confrontaciones. Lo lindo del fútbol, es que los clubes considerados chicos, pueden dar la sorpresa y eso obliga a los grandes a dar lo mejor en cada partido. Los que suben de categoría lo hacen por mérito. Los que llegan a la Champions, también.
Florentino y sus socios no encontraron aliados y sí muchos enemigos. La respuesta ha sido contundente: jugadores, exjugadores, entrenadores, todos los clubes de sus países y hasta gobernantes, se opusieron, además de la UEFA, la FIFA y las federaciones respectivas. Como de vez en cuando sucede en el mundo de la política, el poder del Estado –en este caso con el apoyo popular– doblega al gran capital, ese mismo que muchas veces lo utilizan como aliado, pero al que no le permiten insubordinarse.