ENFOQUE: Gerardi, 20 años sin esclarecimiento (impunidad)

Gonzalo Marroquín Godoy

 A las 10 de la noche –aproximadamente– del domingo 26 de abril de 1998, el obispo Juan Gerardi fue brutalmente asesinado cuando ingresaba a la casa parroquial de la iglesia de San Sebastián. Era un crimen de alto impacto como hacía tiempo no se veía en el país. En los días, semanas y meses siguientes, el flujo de noticias, versiones, testimonios y rumores se hizo tan grande, que resultaba casi imposible saber que era verdad y que no lo era.

En ese momento no se podía determinar la causa de tanta información –cierta y falsa–, pero se percibía en las salas de redacción de los diarios que había fuerzas ocultas que pretendían crear toda una maraña de versiones, de tal manera que jamás se pudiera descubrir lo que en realidad sucedió aquella trágica noche.

Por supuesto que muchas de las teorías apuntaban –y se repiten aún– a que el Obispo fue víctima del Ejército por haber presentado su Informe para la Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi), en el cual se registraban muchas de las masacres cometidas por el Ejército durante la guerra interna.

Otra de las teorías, ha sido que monseñor Gerardi llegó al lugar equivocado a la hora equivocada, y que algo sucedía en la casa parroquial a su arribo. Su muerte fue la manera de callarlo. Las demás teorías o líneas de investigación son menos creíbles, –delincuencia común o ataque del perro Balú–, pues seguramente surgieron para crear más caos informativo y confundir a investigadores, fiscales y juzgadores, así como a la opinión pública

Lo que no se pudo negar, ni en las versiones periodísticas ni en el juicio, es la presencia de personal de la Guardia Presidencial –Byron Lima y Obdulio Villanueva– y del militar Byron Lima padre, los tres condenados como cómplices.

Desde mi visión como periodista, siempre me ha llamado la atención el silencio que ha guardado el padre Mario Orantes, porque siempre nos quedó claro en la redacción de Prensa Libre, que él era –y sigue siendo él– la clave para aclarar lo ocurrido al Obispo, aquella noche trágica.

Se dice que hay un crimen de Estado cuando quien lo comete es parte del Estado o cuando existe un encubrimiento que viene desde las esferas de poder estatal. Aquí no se puede asegurar –porque nunca se estableció– quien fue el autor material, pero si es evidente que desde el Estado se trató de ocultar lo sucedido.

No tiene una explicación lógica, por más que la iglesia de San Sebastián está a pocas cuadras de Casa Presidencial, la inmediata y tan interesada presencia de elementos de la guardia Presidencial, que si tuvieron la capacidad, desde un inicio, de contaminar la escena del crimen.

Algunos dicen ahora que Byron Lima estaba por dar su versión sobre los hechos y que por eso fue asesinado. ¿Realidad o especulación? Tampoco se sabrá.

Se han escrito varios libros, pero todos incluyen varias teorías y, aunque presentan hechos, no se puede decir que ninguno ha sido lo suficientemente concluyente como para aclarar el caso del asesinato más sonado desde el reinicio de la democracia en 1986.

Aún hoy, Orantes sigue siendo casi un fantasma dentro de la iglesia católica. En algunas ocasiones periodistas han intentado contactarlo y es prácticamente imposible, porque evidentemente no quiere –o no puede– hablar.

Han pasado 20 años. El jueves escuchaba entrevistas, he leído comentarios y sigo pensando que fuerzas oscuras del Gobierno –en aquel momento–, contribuyeron a crear esa nebulosa para que no se pudiera descubrir la verdad, una verdad que el pueblo católico quisiera conocer.

Se trajo a investigadores de España, se habló del FBI y de los mejores investigadores nacionales. Desaparecieron algunos indigentes –¿casualidad?– Balú fue detenido y muy pronto también murió.

No nos debe sorprender, el asesinato de John F. Kennedy, el presidente estadounidense en 1963, tampoco se aclaró nunca. Hubo toda una conspiración para que así quedara.

Lo mismo ha sucedido aquí con Gerardi. Hay una conspiración vigente para que no se sepa lo que en realidad sucedió aquella noche cuando Juan Gerardi volvía a su casa para descansar.

Ya no están Byron Lima ni Obdulio Villanueva –¿conveniente?–, ambos asesinados en prisión. El padre Orantes, como sacerdote, debe tener un conflicto moral muy grande, pero no parece dispuesto a escribir el último capítulo de todos los libros con la verdad de lo sucedido. No es fácil tener justicia en el país. Y todavía hay quienes quieren que no se luche contra la impunidad imperante.

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