ENFOQUE: Esta ‘calma chicha’ no significa que la crisis pasó

Gonzalo Marroquín Godoy

 El ambiente sociopolítico del país sigue denso. Es muy extraño tener una conversación en estos días en la que no salgan a colación temas como la pelea de Jimmy Morales con Iván Velásquez, o el sobresueldo –¡de Q50 mil!– que le pasaban bajo la mesa los militares, la corrupción galopante, los efectos de la crisis en la economía y, por supuesto, la imperante necesidad de cambiar al Congreso de la República.

Algunos quisieran ver al presidente Morales fuera, pero temen que tanto cambio de gobernantes traiga más incertidumbre política. Otros se conformarían que depurar el Congreso y forzar una reforma a la Ley electoral y de Partidos Políticos, algo que de verdad podría provocar un paso hacia delante en la búsqueda de cambiar nuestro corrompido sistema político.

                                                                              El malestar ciudadano sigue latente. No hay acciones                                                                                                       serias para que el ambiente pueda mejorar.

Aquella famosa conflictividad social de la que tanto se ha hablado durante los últimos años, está a punto de un nuevo y fuerte brote. El Gobierno –que ya era débil– se ve cada vez más frágil y sin rumbo, al extremo que parece más un bombero que apaga fuegos –a medias– que una administración eficiente que sabe lo que se necesita hacer.

Eso y muchas cosas más, derivadas de la crisis que se vive, están en el ambiente. Hasta la llegada ayer al país de Luis Arreaga, nuevo embajador de los Estados Unidos, ha provocado una mayor expectativa entre los diferentes sectores de la población. Unos lo ven con esperanza como alguien que viene a seguir el papel que tuvo Todd Robinson apoyando la lucha contra la corrupción, mientras que otros ven su llegada con recelo por la misma razón. Él, en todo caso, vendrá a seguir con los lineamientos que marca el Departamento de Estado, que hasta ahora están a favor de la labor que ha desarrollado la CICIG y el comisionado Iván Velásquez.

Pero la verdad es que no hay grandes turbulencias en medio de esta crisis. Por eso lo de ‘calma chicha’, que significa que hay calma, pero que en cualquier momento pueden venir vientos huracanados y alborotar los movimientos sociales. Se mantiene ese ambiente porque así como no ha explotado el movimiento ciudadano con la fuerza que tuvo en 2015, tampoco ha surgido alguna acción o iniciativa que permita pensar que hay una ruta de salida.

Uno de los peligros de esta situación a manera de impasse, es que los actores principales en el ojo del huracán –Presidente y diputados– se acomoden y crean que ya el peligro pasó y se dispongan a seguir en las mismas, porque con ello solo harán más grave la situación.

En cambio, lo que hace falta es encontrar una vía alterna que logre catalizar los intereses ciudadanos y promueva verdaderamente algo diferente, algo que demuestre que se puede dejar atrás tanta corrupción, ineficiencia, tantos malos políticos y partidos podridos. Y eso no es fácil, porque seguramente enfrentará la resistencia de la ‘clase política’, acomodada en un ambiente en donde ellos y la corrupción han logrado prevalecer. Esa ‘clase política’ defiende el estatus quo –la ‘vieja política’­– y se opone al cambio por razones de sobrevivencia.

Mantener esa ‘calma chicha’ es algo malo para el país, pero bueno para ellos. No hay que caer en el engaño del acomodo. No hay que equivocarse, hay un daño sustancial y ya no es suficiente con dar mejorales al paciente con cáncer. Hay que hacer un tratamiento a fondo y con fe.

Ojalá que –al menos– el reajuste de ministros se haga con seriedad, porque el equipo de trabajo de Jimmy Morales es algo que urge mejorar, por el bien del país.

Mientras tanto, que recuerden que el clamor no ha cambiado: #RenunciaJimmy y #Renuncia107diputados. Hacerse de oídos sordos, es mantener la ‘calma chicha’, y mantenerla no hace más que aumentar en el tiempo la incertidumbre.

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