ENFOQUE: ¿En qué se parecen el régimen de Daniel Ortega y la Guatemala de hoy? (II)


Por momentos pareciera como si el sistema político imperante aquí, quisiera calcar lo malo que hace la dictadura de Daniel Ortega en la maltratada y sufrida Nicaragua.

Gonzalo Marroquín Godoy

En las redes sociales se desarrolla un debate ideológico en torno a lo que podría suceder en Guatemala si llega a asumir el cargo el presidente electo Bernardo Arévalo y su partido Movimiento Semilla, quienes ganaron ampliamente la elección de segunda vuelta (61% contra 39%), ante Sandra Torres (UNE), la candidata que, en esa instancia, era la representante del grupo oficialista y sus aliados, que aún hoy, pretende seguir gobernando.

“Esos izquierdistas nos llevarán a ser una Nicaragua, Venezuela o Cuba”, repiten con esas y otras palabras o expresiones quienes quieren convencer a Raymundo y medio mundo sobre lo mal que no iría con el nuevo gobierno socialdemócrata que ofrece el binomio Bernardo Arévalo-Karin Herrera.

Lo que no comentan es que, en realidad, ¡YA TENEMOS UN GRAN PARECIDO! –con esos países–, y que no ha sido necesario que haya un gobierno de izquierda para que suceda, porque cuando se es malo, incapaz, injusto y ladrón, no hay que ser de tal o cual ideología para que llevar a un país al despeñadero.

Alguien me decía: “mirá, lo que quieren es volvernos como Nicaragua y que perdamos nuestras libertades”.  No se trata de alguien inculto(a), ni de alguien que no esté al tanto de las noticias y de la situación e historia de los nicaragüenses.  Sorprendido le pregunté: “¿No te das cuenta de que ya estamos en ese camino… y ¡muy avanzados!?”

Le pedí que me permitiera hacer algunas comparaciones, que ahora expongo en este Enfoque para compartir con los apreciados lectores una realidad que no se puede negar y que pinta “de cuerpo entero” al sistema político corrupto que impera en el país.  Por cierto, no lo digo sólo yo, lo dice la OEA, la CIDH, Estados Unidos, los países de la Unión Europea y lo dijeron –de alguna manera– casi 2.5 millones de guatemaltecos en las urnas.

Impresionan las similitudes que hay entre la Nicaragua de Ortega-Murillo y la Guatemala de hoy, donde se destacan Giammattei y Martínez con el trazado de ruta… hacia el despeñadero.

Para ser justos, quiero partir de una diferencia: Allá hay un dictador descarado y absoluto.  En la Guatemala de hoy tenemos a un presidente que todavía se esfuerza por presentar una fachada de seudodemocracia, pero sin espíritu democrático. Es decir, unos pocos peldaños por debajo.

Veamos. Ortega tiene en su puño al país completo, a los tres poderes del Estado.  La justicia es su arma para enmarcar como “legal” todos los atropellos que comete.  Aquí, esa alianza oficialista controla los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que responden a las órdenes que se dictan.  Allá no hay instituciones independientes, aquí tampoco.  Esa alianza controla la Procuraduría de los Derechos Humanos, la USAC y hasta el deporte olímpico.  No han dejado nada al azar o que se maneje con autonomía.  Hasta el Colegio de Abogados ha sido cooptado. Allá y acá, el ejército responde al poder político.

Demasiada concentración de poder, y eso es lo malo, porque como dijo el inglés Lord Acton, “el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Ortega utilizó a la justicia para armar casos contra los opositores, a los que ha ido metiendo a la cárcel uno por uno, hasta limpiar el país de líderes que puedan hacerle sombra.  Todos están presos, o en el exilio y sin nacionalidad. No se ha llegado al extremo último, pero en la Guatemala de hoy, el Ministerio Público (MP) es el arma represiva que se utiliza, con jueces marioneta que siguen el rumbo que les marcan.  Se arman los casos y luego se justifica la persecución y el castigo o cárcel. Los opositores o están presos o en el exilio.

Lo mismo sucede con la libertad de prensa.  Allá, “La Prensa” era un medio incómodo para el régimen.  Su gerente fue procesado por lavado de dinero y el medio obligado a cerrar.  El castigo fue ejemplar, para intimidar al resto de la prensa independiente.  Aquí se procesó y encarceló en un proceso exprés al presidente de “elPeriódico”, José Rubén Zamora, ¡también por lavado de dinero!, y el medio fue obligado a cerrar. 

Entonces la fórmula utilizada allá y acá es la misma y aquí se trata ahora de utilizar para impedir la llegada a la presidencia de Bernardo Arévalo­.  En el MP se cocina un caso, un juez lo ratifica y se le intenta vender a la población de que hay “delitos serios” para perseguir a los opositores.

Hay otra similitud.  La opinión de la comunidad internacional “le pela” tanto a Ortega como a Giammattei y sus aliados. Por eso este día Nicaragua deja de ser miembro de la OEA y Guatemala podría estar en el mismo camino. Estados Unidos creó la lista Engel para sancionar a personas “corruptas y antidemocráticas”.  Guatemala tiene 49 en la lista y Nicaragua 41 ­–en eso le llevamos ventaja–, pero ningún funcionario incluido ha sido investigado, mucho menos despedido en su país.

En los índices de países democráticos, libertad de prensa y corrupción, no extraña que los peor calificados sean siempre Cuba, Venezuela y Nicaragua, pero cabe destacar que después de ellos aparece… la Guatemala de hoy, que no es la Guatemala que deseamos –al menos yo– para nuestros hijos nietos y futuras generaciones. Cientos de miles de habitantes de ambos países huyen literalmente de su tierra para buscar oportunidades fuera.

No nos equivoquemos.  No es Semilla y su gente la que puede llevarnos a ser parecidos a esas dictaduras inútiles y feroces.  No, son el oficialismo y sus aliados, que pretenden prolongarse en el poder, como ya lo hacen aquellos países mencionados.

Termino con una reflexión, porque ya me extendí demasiado.  El pastor luterano alemán Martin Niemöller dijo lo siguiente:

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, ya que no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, ya que no era judío,
Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.

No perdamos nuestras libertades…

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