Enfoque: El desastre del Congreso, cuento de nunca acabar

Gonzalo Marroquín Godoy

Si el pobre presidente se desmaya o duerme en un acto público es noticia. Si las carreteras son un desastre, eso también es noticia, no digamos que se escape de la cárcel del cuartel Mariscal Zavala, campantemente, la temible Patrona. Y qué decir de jueces cooptados que emiten fallos al gusto del cliente para enriquecerse o algunos(as) que trafican influencias a favor de su hijo corrupto.

Pero no solo los organismos Ejecutivo y Judicial se adornan, con este tipo de noticias. El otro poder del Estado, el Organismo Legislativo, ha sido, y sigue siendo, un auténtico desastre. En vez de responder al mandato democrático de representar al pueblo, son la vitrina de esa clase política en la que solamente se salvan unos pocos –contados con los dedos de una mano–, y los resultados están a la vista.

Nunca salen noticias positivas de este

 Organismo, llamado a ser motor del país.

El primer Congreso de esta era democrática, no fue malo, pero pronto vino el colapso. De un legislativo con aplanadora verde –de la DC– se pasó a uno disperso y que, sobre todo, tenía una mini bancada oficial que obligaba al Ejecutivo a negociar todas las iniciativas. Hasta que Serrano se cansó de pagar los chantajes, y quiso disolver inconstitucionalmente aquel Congreso. La historia dice que hubo depuración total de diputados tras la caída del presidente golpista.

Pero vuelta a lo mismo. Un Congreso mediocre, sucedido por uno peor. Así ha sido todo el tiempo. Vimos aplanadoras nefastas del PAN –amarilla–, y del FRG –azul–, pero la cosa no cambió. Al contrario, las planadoras mostraron que el Legislativo se convertía en un organismo obediente y no beligerante ante el Ejecutivo.

Mientras tanto, la corrupción aumentaba, el tráfico de influencias no se diga, y la labor legislativa mediocre, cuando no mala.

Se ha visto de todo, pero lo que ha prevalecido es la mediocridad de los dipucacos –como les dicen ahora– y ¡por supuesto!, la corrupción. Leyes hechas a la medida de empresas o sectores, créditos aprobados para agilizar negocios corruptos, plazas fantasmas y chantaje a funcionarios, para citar solamente los más descarados y evidentes.

Por supuesto que la integración del Congreso tiene que ser con este tipo de personajes –que me perdonen los contados con los dedos de una mano–, porque son reflejo perfecto de los partidos políticos: cueva de mediocres y corruptos. Al fin y al cabo de ellos provienen. Ellos –los partidos políticos– los escogen y patrocinan.

Con la reforma constitucional al sector justicia se ha visto más de esa mediocridad. Se reúnen todos los miércoles por el que dirán, pero no hay avance y, cuando algo se aprueba no se sabe si es bueno o malo. No hacen nada por temor por interés. Conste que no estoy diciendo que tienen que aprobar la iniciativa como les ha llegado, pero ni siquiera hacen propuestas para mejorarla verdaderamente.

No se necesita ser un genio para saber que el proyecto saldrá finalmente del Congreso con una figura similar a la de un camello con siete jorobas que, en instancia final, servirá para que se vote fuerte por el NO en una consulta popular que solo dejará Q300 millones menos en las arcas del Estado, siempre vacías cuando se trata de resolver problemas sociales –hospitales, carreteras, educación–.

Algo han depurado a esta legislatura el MP y la CICIG, pero como mencioné en una columna anterior, es como cambiarse de nombre y pasar de Juan Caca a Pedro Caca, sigue siendo Caca. El tiempo sigue su curso y, claro está, los honorables dipucacos, no están pensando en la famosa reforma de segunda generación, mucho menos en cambiar la forma de elegir el Congreso.

Ya va siendo hora de subir la presión pública al Congreso… pero no por razones ideológicas, sino por su inutilidad comprobada.