Las grandes crisis pueden representar grandes oportunidades… o también pueden servir para hundir a quienes no saben enfrentarlas.
Gonzalo Marroquín Godoy
La tranquilidad de la noche se altero a las tres de la madrugada de 1976. Primero se escuchó un ruido extraño e intimidante y luego la tierra se sacudió con fuerza, destruyendo cientos de miles de viviendas, edificios e infraestructura vial. Fueron apenas unos segundos de aquel terremoto, pero el número de víctimas superó los 23.000.
Guatemala estaba literalmente por los suelos. Pocas crisis pueden causar tanto daño en tan poco tiempo. Las pérdidas fueron incalculables y el daño emocional para los guatemaltecos fue gigantesco. El país estaba destruido. Solamente la pandemia de 1918-1919 ha sido una tragedia mayor.
Aquello, solo lo recordamos los que tenemos más de 50 años. Vaya si no era una crisis humana, social y económica para Guatemala. El presidente en aquel entonces, era el general Kjell Augenio Laugerud, quien sufría muchas criticas desde el inicio de su gestión, por haber llegado al cargo por medio de un proceso fraudulento. Sin embargo, asumió el papel de liderazgo que corresponde a un gobernante en tiempo de crisis.
- Guatemala está herida, pero no de muerte.
Esa frase no se me olvida. Yo estaba en mis primeros años como periodista y recuerdo que Laugerud se puso al frente para atender la emergencia –lo inmediato–, y luego para la reconstrucción del país. Guatemala se levantó y resurgió de los escombros con más fuerza.
Para Laugerud aquella crisis fue una oportunidad, porque si no fuera por el terremoto, habría pasado a la historia simple y sencillamente como un militar que gobernó.
Cuarenta y cuatro años después llega la pandemia por el covid-19 al país. Una crisis sanitaria de profunda dimensión, con secuela de vidas –van casi 7.000 muertos–, daño a la economía y repercusión social como pocas veces se ha visto. Pero después de un año de gestión, la administración del presidente Alejandro Giammattei se ve superada por los acontecimientos y la esperada vacunación, como solución principal a la crisis, abruma a las autoridades y frustra a la población.
Durante meses, la cúpula del poder se dedicó más a temas políticos –como destruir la institucionalidad de la CC–, en vez de enfocarse en la crisis que afecta a millones de guatemaltecos. El pueblo empieza a darse cuenta de la ineficiencia que muestran las autoridades. Ahora hasta se sabe que algunos políticos oportunistas se cuelan en la fila para recibir la vacuna, ante la mirada tolerante de las autoridades de salud.
Como se supo –por investigación periodística– que el alcalde de Villa Canales, Julio Marroquín Ordóñez, se vacunó junto con sus concejales, eso hace suponer que está ocurriendo en medio del deschogue que se ha vuelto, en apenas el arranque de la vacunación. En los primeros 20 días no se ha pasado de un promedio de 4,500 vacunados diarios. Imagínense, para inmunizar a 3 millones, nos tardaríamos casi dos años. Pero hay que vacunar MÍNIMO a 8 millones de guatemaltecos.
Mientras en Perú se armó un gran escándalo porque funcionarios fueron vacunados antes, aquí, como todo lo que se hace en la administración pública, se esconde, es opaco, y cuando se descubre, no pasa nada. Es la corrupción y el estilo de vida que llevamos a nivel nacional.
La crisis parece quedarles muy grande al presidente y a la ministra de Salud. Pero están a tiempo de asumir un papel diferente, con estilo de liderazgo positivo. El país lo necesita, porque de seguir como vamos, el fracaso de la atención sanitaria y social será OTRA marca negra para la administración Giammattei.