ENFOQUE: Cuando Guatemala está en la agenda de Estados Unidos

Gonzalo Marroquín Godoy

No siempre estar entre las prioridades importantes de la política exterior de la Casa Blanca se traduce en algo bueno… pasado y presente.

Estados Unidos es el país más poderoso del mundo.  Es una verdadera superpotencia y se le reconoce como la principal potencia militar, al extremo de intervenir con autoridad en aquellas regiones en las que tiene intereses estratégicos o en donde considera que hace falta su presencia –o fuerza–, para imponer la dirección que Washington estima más conveniente.

En materia económica tiene más músculo que cualquiera.  Ahora mismo mantiene un pulso o guerra comercial con China, la segunda economía del mundo. Es capaz de doblegar a imponer condiciones a sus vecinos Canadá y México y hasta la Unión Europea.  Hablamos pues de un poder real, el mayor poder político, económico y militar del planeta.

Para bien o para mal, Guatemala se encuentra en una de las zonas de influencia de Estados Unidos.  Aunque la Casa Blanca pocas veces le concede importancia a su relación con nosotros, básicamente porque somos un país pequeño y poco influyente en el concierto internacional, el Departamento de Estado sabe que siempre debe mantener atención a lo que nos pasa o deja de pasar, precisamente por la ubicación geográfica del país.

Por el factor geográfico es fácil comprender que EEUU sea nuestro principal socio comercial, como también que Guatemala sea uno de los países utilizados como puente por el narcotráfico internacional que trasiega cocaína del sur hacia el norte.

Tampoco de extrañar que, ante la falta de oportunidades y violencia que impera en nuestro país, cientos de miles de guatemaltecos intenten llegar a EEUU en un trayecto en el que exponen su vida y enfrentan peligros para llegar a su destino, en donde son perseguidos ferozmente por ser inmigrantes indocumentados, a pesar del aporte que hacen como mano de obra productiva.

Las relaciones con Washington nos han colocado en varios momentos en situaciones difíciles, siempre con una actitud de imposición estadounidense: a) en 1954 la CIA interviene para derrocar un gobierno –Jacobo Árbenz– y colocar otro –Carlos Castillo Armas–; b) entre 1946 y 1948, EEUU realiza experimentos sobre sífilis con guatemaltecos; c) en 1961 se utiliza territorio guatemalteco para preparar un ejército para invadir Cuba –Bahía Cochinos–; d) En 1977 se suspende toda la ayuda militar por violaciones a los derechos humanos; e) en 2018, Guatemala, siguiendo los pasos del presidente Donald Trump, traslada su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén y; f) en 2019 se cede a las presiones de la Casa Blanca para firmar un acuerdo migratorio del que hasta el momento se ignoran sus alcances –para bien o para mal–.

Como puede verse, no siempre estar entre las prioridades de la política exterior estadounidense nos ha traído cosas buenas. Nos ha dividido ideológicamente como sociedad, nos expuso ante la influencia comunista, se contagió a cientos de guatemaltecos usados como conejillos de indias y ahora resulta que nos imponen un rol que el país no puede cumplir: el de ser tercer país seguro, cuando en realidad no podemos ser seguro ni para los propios guatemaltecos, mucho menos para aquellos extranjeros que permanecerían en nuestro país mientras se resuelve su solicitud de asilo ante esa potencia mundial.

Como puede verse, no siempre subir en la lista de prioridades estadounidenses en política exterior se traduce en cosas buenas.

Me parece que hay que tener mucho cuidado con las imposiciones de mister Donald Trump.  Él ha demostrado, hasta la saciedad, que no tiene interés, más que el suyo propio.  Los migrantes indocumentados son parte de su discurso xenofóbico de campaña electoral, el cual utilizó en el pasado y ha vuelto a subir de tono ahora que busca la reelección.  Por eso, Guatemala ha cobrado notoriedad para él, porque además, encuentra un gobierno –el de Jimmy Morales–, pusilánime y poco creativo, incluso, para negociar.

Por supuesto que ante la amenaza de imponer aranceles más altos a los productos guatemaltecos y castigar las remesas que envían los migrantes –que son el principal sostén de la economía nacional–, era poco lo que quedaba por hacer, pero aceptar como se ha hecho el famoso acuerdo migratorio, resulta hasta insultante para la dignidad nacional.

Seguramente hay muchas formas para hacer que disminuya el flujo de migrantes, pero el paso más importante es el de cambiar las condiciones sociales de la gente, porque mientras haya tanta pobreza, mientras la desnutrición infantil crónica persista y las oportunidades brillen por su ausencia, se seguirá impulsando a la gente a salir y no habrá muro ni política represiva que lo impida.