ENFOQUE: Al oído del presidente y vicepresidente

Gonzalo Marroquín Godoy

— Esta es la historia de un pequeño “calvario”, para lograr atención de un paciente en la época de pandemia… está basada –por supuesto– en la vida real. ¿Y si los casos se multiplican?

Son las diez de la mañana del caluroso miércoles 20 de mayo.  La ciudad capital vibra con todos los temores de sus vecinos.  Atascos en calles y avenidas; los mercados y supermercados apuñuscados de gente. Las noticias sobre nuevos casos de contagiados por el covid-19 están en la prensa, en las redes sociales, en las conversaciones.  Nadie escapa de sentir miedo, porque esta pandemia se ha vuelto el disparador de un pánico colectivo.

Pablo Diego, un lustrador de la tercera edad, siente dolor en diferentes partes del cuerpo, respira con dificultad y por ratos padece de escalofríos y luego suda –síntomas de temperatura–. Él me llama o yo le llamo en estos días de anormalidad total.  Esta vez es Pablo quien se comunica y me cuenta que se siente mal. De inmediato pienso que le ha dado el coronavirus.

He escuchado una y mil veces decir al presidente Alejandro Giammatei y al ministro de Salud, que las personas que se sientan mal, llamen simplemente al teléfono 1517, que ahí les dirán que hacer.  Mi primera recomendación es esa.  — Llamá al 1517, dáles tus síntomas y que te digan a dónde ir.  No sabía que ese consejo estaría lleno de complicaciones y mala atención, que aquél humilde lustrador de Huehuetenango pasaría por un mal momento.  No se cuántas veces tuvo que llamar –pero fueron muchas, gastando su poco saldo que tenía en el teléfono– para que finalmente le dijeran que fuera al centro de salud en la 10 avenida y 14 calle.

Adolorido, con escalofríos y temeroso, camina de la Plaza Barrios al centro de salud.  Cuando llega, le dicen que no pueden atenderlo, que vuelva el lunes y si es alguna emergencia que vaya al hospital Roosevelt.  Sin fuerza para semejante viaje a pie, se dirige a una farmacia, donde le hacen un chequeo, le venden medicina y le sacan sus últimos Q200.  Así de mal se siente.

Cuando le llamo me cuenta lo sucedido.  Pienso que si es coronavirus lo estará esparciendo por todos lados y me preocupa su salud.  Buscando como ayudarle ante la impotencia que provoca la atención de nuestro sistema de salud, logro el contacto con la doctora Lucía Cifuentes –a quien no tengo el gusto de conocer, pero resultó ser un ángel guardián para Pablo–.  Ella, sin titubear, me dice que ha tratado pacientes con covid-19 y no teme irlo a ver.  Habla directamente con Pablo, y comprueba que no es coronavirus –gracias a Dios–, pero si necesita atención.  Ya está en tratamiento con ella y el susto del coronavirus pasó.

Pero a mí me quedó mal sabor por la mala atención a un posible contagiados de coronavirus. ¿Y si hubiera tenido el virus? Decidí entonces probar primero el número 1517, el Centro de consultas relacionadas al covid-19 del Gobierno.  Así dice una grabación de inicio.  Hice un total de 15 llamadas el miércoles y unas cinco o seis el jueves.  El resultado es patético.  De todas las llamadas, solamente en una tuve respuesta de un ser humano.  Cuando le expliqué que quería ver por qué funcionaba tan mal el servicio y le pedí su nombre, me respondió a secas Carlos.  Cuando le pedí su apellido… ¡me colgó!  Frustrante no tener con quien quejarse o reclamar el mal trato que le dieron a Pablo y que yo comprobé en carne propia.

Ese miércoles llamé como a las 3:00 PM al centro de salud para que me indicaran la razón por la que no atendieron a un paciente que podía estar contagiado, pero nadie respondió el teléfono.  El jueves por la mañana logro que me atienda una mujer, amable y aparentemente eficiente. Le digo que no entiendo por qué no atendieron a Pablo el día anterior, y ella muestra extrañeza.  — Había médicos y debieron atenderlo. ¡Pero no lo hicieron! También me explica que solo trabajan de 7:00 a 13:30 horas, una jornada corta para un país que lucha contra la pandemia.  Hasta los supermercados atienden en jornadas más largas.

Puede que sea un caso aislado, pero me temo que no lo es.  El sistema 1517 es un desastre, como tampoco hay información en la página web del Gobierno como ha anunciado el Presidente.  Seguramente a él le dicen que las cosas funcionan, pero no es así, como sucede con el número de camas disponibles.  Ya no hay y él sigue diciendo que sí. Por eso creo más a los testimonios de quienes se quejan de mal servicio en los hospitales temporales, que a las frases del mandatario o su ministro de salud. 

Cuando uno tiene un alto cargo, es común que los subalternos le doren la píldora diciendo que todo es una maravilla, cuando no lo es.  Ahora, el presidente y vicepresidente, deben abrir ojos, oídos y todos los sentidos, para comprobar que hospitales, programas sociales y todo lo demás ¡de verdad! funcione.

Ojalá que a partir del lunes, el 1517 funcione; que los centros de salud atiendan eficientemente a los pacientes; que la ayuda llegue a quien corresponda con transparencia y; que todo el que sea inútil o corrupto en esta emergencia, sea retirado de inmediato del cargo.

Como ciudadano, celebro que finalmente el presidente haya buscado a un experto en el tema para ponerlo al frente de los esfuerzos médicos y demás que están por venir.  Hay que volver a la nueva normalidad de la mano de quienes de verdad saben.  No conozco al Dr. Edwin Asturias, pero su currículum habla por él.  Ojalá se le escuche.