Transitar por México se tornó aún más difícil y menos hospitalario para migrantes como Óscar Vialta y su familia, frustrados por el endurecimiento de las reglas migratorias y una población reacia a cobijarlos en su afán de buscar una vida mejor en Estados Unidos.
Vialta, de 42 años, su esposa y sus dos hijos salieron de Honduras a inicios de abril y al llegar a México no pudieron obtener una visa humanitaria que el gobierno otorga ahora más selectivamente y que llevan días esperando.
“Uno les pide a ellos un permiso porque uno puede trabajar y seguir adelante, pero cuando llegamos empezaron con mentiras”, dice a la AFP, mientras espera recostado con su familia junto a las vías del tren conocido como la Bestia, en la localidad de Arriaga, en el sureño estado de Chiapas.
Ese tren es el medio de transporte de muchos migrantes en su camino hacia Estados Unidos, pese a enfrentar peligros como sufrir caídas o toparse con grupos criminales.
El gobierno del izquierdista Andrés Manuel López Obrador ha admitido que hay un insólito aumento en el número de migrantes centroamericanos, a los que se han unido africanos, haitianos y cubanos, y decidió endurecer lo que parecía una política de puertas abiertas.
México determinó ahora restringir el paso de migrantes por los estados del norte, limítrofes con Estados Unidos, alegando la inseguridad en la zona e incrementó los operativos para detenerlos.
El problema escaló cuando la noche del jueves casi 600 migrantes, mayoritariamente cubanos, se amotinaron y fugaron de un albergue en Tapachula, también en Chiapas, forzando las puertas.
El viernes, decenas de aquellos que no escaparon gritaban “queremos irnos” y “tenemos hambre” desde la estación migratoria mientras que ciudadanos haitianos esperaban angustiados a las afueras del edificio por una visa.
“¡Viene la migra!”
Esperar esa esquiva visa humanitaria no fue el único problema de Vialta. Ahora debe estar atento por las noches a cuando otros compañeros de ruta gritan, “¡viene la migra!”, para poder correr con sus hijos y su esposa.
“Uno se levanta adormilado con los niños porque uno no desea que lo agarren”, dice mientras su señora asiente molesta.
El lunes pasado vivió en carne propia el miedo de tener a la migra pisándole los talones cuando cerca de la localidad de Pijijiapan, agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) detuvieron a 371 miembros de la caravana en la que iba con su familia.
“Cuando los vimos, los teníamos casi a los pies de nosotros. Logramos meternos a un potrero”, dice. Ahora su familia busca caminar por el monte y lejos de las carreteras para evitar a los agentes.
José Vallecillo, de 41 años vivió el mismo temor. Ese día, con su esposa e hija, se adelantó en el camino esperando encontrarse con la caravana, pero el grupo nunca llegó.
“Nos decían que venía mucha gente y que esa caravana iba a seguir y decidimos esperarla y no pudimos verla, se desintegró”, relata también junto a las vías del tren al que espera subirse con los suyos en cuanto pase.
Vallecillo también aguardó casi un mes, e inútilmente, por la visa humanitaria con la que pretendía llegar a la norteña ciudad de Monterrey.
“Nos decepciona porque la verdad somos seres humanos y migrar no es un delito y uno migra no por hacer grandes cosas sino por tener un poquito de mejor vida”, dice.
“No tenemos apoyo”
En octubre del año pasado, cuando las primeras caravanas de migrantes recorrían México, se sentía una solidaridad popular que hoy parece haberse esfumado, a tono con la renovada presión gubernamental.
“El gobierno de cada estado nos ponía combis (camionetas), autobuses, las comunidades nos apoyaban con ropa, zapatos, víveres, hasta sobraba alimento”, dice Luis Antonio López, migrante nicaragüense de 42 años quien participó en las primeras caravanas y hoy vuelve a intentar el mismo camino.
“Ahora ya no se ve eso, no tenemos el apoyo ni del pueblo ni de los policías”, dice mientras aguarda el paso del tren, igual que Vialta y Vallecillo ubicados a pocos metros de él.
La gran mayoría de los migrantes quieren llegar a Estados Unidos pues alegan que la violencia y la pobreza hacen imposible la vida en sus países de origen.
Sin embargo, el presidente estadounidense, Donald Trump, considera que este éxodo pone en riesgo la seguridad de su país y ha exigido a México detenerlos bajo amenaza de cerrar la frontera común, lo que golpearía el millonario comercio bilateral, vital para la economía mexicana.