No deja de sorprender cómo se multiplica el número de gobernantes electos por su habilidad de apelar al sentimiento impulsivo de los electores y no por la trayectoria y propuestas racionales congruentes con la realidad. Lo hemos visto a lo largo de los años en todo el continente –ahora también en Estados Unidos–, sorprende observar los aplausos y la condescendencia a discursos demagógicos populistas, aun cuando burlan principios consubstanciales de las repúblicas democráticas.
El ataque a los valores y principios que han dado sustento a esas naciones, respetuosas de derechos humanos fundamentales reconocidos universalmente, se ha multiplicado en las últimas décadas, con el efecto para los ciudadanos de quedar a merced de la voluntad discrecional de gobernantes autoritarios que concentran poderes ilimitados dejando desprotegida a la población ante los abusos de la autoridad o ante la corrupción y una criminalidad descontrolada, como ha sucedido en Guatemala.
La realidad de hoy es que la mayoría ciudadana cae en manos de populistas mañosos, y solo abren los ojos cuando al paso de los años, el desastre o el marcado deterioro les cobra la factura de aquellos aportes solidarios que en su momento aliviaron su situación, pero sin haber previsto el precio que todo ciudadano paga, ni valorado la limitación al ejercicio de sus derechos y libertades –tampoco ha sido consciente del vacío en la construcción de nuevas capacidades laborales que sienten los cimientos para recuperar la independencia y la dignidad. Está sucediendo en América del Sur, con los cambios que recientemente se han dado en Argentina y los que se ven venir en países como Venezuela y Bolivia–.
Esos derechos a la vida y la integridad, así como la seguridad de toda la población, que con tanto entusiasmo fueron apoyados por la comunidad internacional, han retrocedido al romperse la consistencia e integridad de sus premisas y desviarse su validez originaria, contaminada por interpretaciones relativistas a conveniencia de las corrientes dominantes de los distintos órganos.
Internamente, se ataca la república democrática bajo el argumento de que ha sido un sistema creado por las oligarquías para mantener sus privilegios y la hegemonía del poder, pero no se dice que a lo largo de la historia es ese el sistema que mejor ha garantizado el ejercicio de la libertad, la igualdad ante la ley y la garantía de protección y respeto a los derechos humanos, así como el ambiente óptimo para un progresivo nivel de ingresos sostenible que permita a las familias superar su condición de pobreza.
Por otro lado, estamos siendo testigos del doble rasero con el que se juzga, según la etiqueta que a conveniencia marca al gobernante de turno. Para los que se apegan al poder con políticas benefactoras y clientelares se cierran los ojos a los abusos, las riquezas mal habidas y las ilegalidades; pero para los otros, los que intentan promover el despegue del país incentivando el turismo, la productividad, la inversión y la creación de nuevos empleos, así como oportunidades para el desarrollo individual y colectivo de las masas de desempleados, todo impulso empresarial se sataniza y se acusa oligarca y creador de privilegios.
También destaca ese doble rasero en lo referente a las normas laborales. Vemos cómo a los países en vías de desarrollo (?) se les imponen una serie de normativas de la OIT que cierran espacios a la expansión de fuentes de empleo, mientras los desarrollados se desenvuelven al margen de todo compromiso internacional. En Guatemala se ha visibilizado con el tema de los salarios diferenciados y las indemnizaciones sobre comisiones o pagos variables por productividad. Asimismo, es interesante ver comparativamente cómo el salario mínimo de Guatemala con sus respectivas prestaciones, aporta un mayor poder adquisitivo relativo al costo de vida, que en los Estados poderosos en donde las prestaciones no existen, los pagos se calculan por hora, y se despide al trabajador en cualquier momento sin ninguna obligación compensatoria.
Sorprende la escasa reacción de los órganos nacionales e internacionales con la misión de velar por el respeto a los derechos humanos, cuando en el presente se cercenan los derechos básicos de pueblos enteros que engañados por las dádivas temporales compran la voluntad ciudadana, inconscientes del precio que pagarán en el largo plazo con la pérdida de sus derechos y sus libertades, al no sustentarse el desarrollo progresivo nacional. Sorprende así el poder del populismo y la demagogia, que temporalmente ganan terreno.