El Greco, profeta de la modernidad

Repetirse hasta inventar. Esta pauta marcó la obra de El Greco, profeta de la modernidad cuya fuerza emotiva sigue calando en el espectador del siglo XXI, según muestra la primera gran exposición en París consagrada al artista renacentista.

El museo Grand Palais presenta unas 70 obras de El Greco (1541-1614), caído en el olvido durante casi tres siglos para ser rescatado por el ojo avizor de Picasso y otros pintores de vanguardia, así como por coleccionistas estadounidenses visionarios que adquirieron sus obras, muchas de las cuales siguen expuestas en centros como el Instituto de Arte de Chicago.

Este prestó en particular una de las grandes obras de la exposición, la monumental «La Asunción de la Virgen» (4×2 metros), restaurada en 2014 y por primera vez de vuelta en Europa, mientras que otros lienzos son expuestos por primera vez en décadas, como «Piedad», perteneciente a una colección privada.

Maestro en perpetuo movimiento, la retrospectiva repasa las etapas de El Greco en Creta, donde nació, Venecia, Roma y Toledo, mostrando cómo absorbió todas las corrientes y estilos que conoció -el arte bizantino, Tintoretto, Miguel Ángel…-,  para crear un lenguaje «personal, fuerte y emotivo», explicó la comisaria asociada, Charlotte Chastel-Rousseau.

¿Loco?

La excentricidad de sus colores, ácidos, contrastados, alimentaron durante mucho tiempo el mito de que El Greco, cuyo verdadero nombre era Doménikos Theotokópoulos, estaba loco o bien padecía un problema en la visión, pero según la comisaria, lo único del cierto es que el artista «tenía una personalidad fuerte, sin duda incómoda» y una ambición inconmensurable por hacerse un hueco en la historia del arte.

Esta aspiración le habría incitado a dejar Creta con 26 años, donde se había especializado en la iconografía cristiana, para instalarse en Venecia, donde encontró un lugar idóneo para reinventarse, en pleno debate de la Contrarreforma y la necesidad de dar cabida a nuevas imágenes religiosas. 

En Roma, conoció a Miguel Ángel, cuya influencia es evidente en la potente anatomía de sus personajes y su heroicismo. Pero El Greco criticó sobre todo al maestro italiano, proponiendo «volver a pintar en su lugar la Capilla Sixtina», según Chastel-Rousseau. Esta rivalidad podría haber estado detrás de su partida a España para probar suerte, coincidiendo con los planes del rey Felipe II de construir el complejo real de El Escorial.

En Toledo, El Greco trabajó sobre todo por encargo y se convirtió «quizás en el mejor retratista de la historia del arte», afirmó la comisaria. La bondad que posa sobre estos retratos de mecenas, protectores y amigos, será una de las características de su arte, así como la precisión psicológica y los cuerpos longilíneos, además de la exclusividad cromática.

Mil veces mejor que Velázquez

Fueron estos retratos que el artista firmaba en un trozo de papel pintado en la parte inferior del cuadro que Picasso descubrió, antes que sus obras religiosas. «¿Velázquez? Yo prefiero a El Greco, era un pintor mil veces mejor», dijo el artista español, citado en la muestra. 

La última sala de imágenes religiosas, que canalizan «una gran ternura y emoción que sigue interpelando hoy en día», permite observar cómo el pintor retomaba sin cese los mismos motivos para declinarlos en «todas las formas artísticas posibles». 

«Trabajaba incesantemente la repetición y la variación», según la comisaria.

La exposición, que se presenta en el Grand Palais en vez de en el Louvre por disponer de una altura de techo más elevada y por tanto más idónea para las obras de El Greco, permanecerá abierta hasta el 10 de febrero y en marzo se inaugurará en el Instituto de Arte de Chicago.