El fallecido Hugo Chávez podría parangonarse con los reyes de Francia Luis XIV y Luis XV.
Con el primero, el Rey Sol, por aquello de el Estado soy yo. Así lo concebía y así actuaba el líder bolivariano.
Quizás más que un sol, se sentía a la par de un dios. Por lo menos es como lo veían y lo ven sus herederos. Según estos, fue él quien propuso al mismo Dios supremo la candidatura de Jorge Bergoglio, el hoy papa Francisco. Además, Nicolás Maduro ha contado que se encarnó en un pajarito –una especie de Espíritu Santo, menos solemne– que lo guió en sus primeros pasos presidenciales.
En cuanto al parecido con Luis XV, es por aquello de después de mí, el diluvio. Y efectivamente ha sido así: para después de él, Chávez dejó a Maduro.
Maduro, por su parte, podría asimilarse al Rey Sol, por su absolutismo, y hasta a Luis XVI, al que le tocó rendir cuentas al pueblo francés. Pero nada que ver con lo de después de mí, el diluvio, porque, de hecho, Maduro es el diluvio.
El diluvio va con él: acaba de decretar la emergencia económica, cosa de poder manejarse sin las molestias y los aportes –que bien le vendrían– de una Asamblea Nacional con mayoría opositora. Maduro quiere seguir disponiendo, como lo hacía hasta antes de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, de una Asamblea Legislativa a la orden, tal cual sigue ocurriendo todavía con los poderes Judicial, Ciudadano y Electoral, más la recién nacida Cámara Comunal Nacional.
¿Y qué quiere hacer? Los resultados conseguidos con su manejo total hablan de la mayor inflación del mundo, desabastecimiento a niveles inéditos, inseguridad y violencia, con los más altos índices de muertes por habitante, pobreza y extrema pobreza como nunca la había habido, endeudamiento escandaloso, al igual que la corrupción, y un PBI en caída libre.
Con el Socialismo del Siglo XXI, el chavismo prometió cambiar el modelo de producción imperante, acabar con el modelo liberal de mercado y pasar a uno socialista, de planificación estatal, con la expropiación y la nacionalización de los medios de producción.
Por ahora, lo único que han logrado es acabar con la producción. De lo poco que se consigue en Venezuela, el 70 por ciento viene del exterior, son productos importados y se prevé incluso que estos van a menguar, porque Venezuela paga mal y tarde lo que importa. Hasta sus amigos progresistas que han promovido la exportación solidaria –dicen que en muchos casos con pingües ganancias para quienes participan de ella, en una punta y en la otra– han comenzado a quejarse y a reclamar los pagos. Y este clamor, como queda dicho, ya no viene de empresas privadas y multinacionales capitalistas, sino que provienen del entorno solidario.
Hay quienes se preguntan, ¿por qué Maduro no aprovechó esta oportunidad de pasarle a la oposición el fardo de las soluciones económicas? Un muy pesado fardo, por cierto.
Es que el poder aísla y enceguece.
Maduro ya no atiende ni a sus correligionarios, amigos y colegas de fuera de fronteras, que cada vez tratan de implicarse menos. Es cierto que siguen dándole apoyo, pero cada vez con menos ganas. Recuerdan a la Europa del siglo XIV, cuando la época de la peste negra. Según se cuenta, los estornudos eran el primer síntoma de la enfermedad y ante ellos amigos y allegados, piadosamente, tras desear salud en voz alta se alejaban, prudentemente, para no contagiarse. Y algo de eso es lo que está pasando con Maduro y la Venezuela chavista.
Y ello pese a que más de uno le debería estar agradecido a Maduro, por ser el acaparador de todas las noticias y evitar que las miradas comiencen a pasearse por otros lares.
Por ejemplo, por el Ecuador de Rafael Correa.
Por allí, las cosas tampoco van tan bien. Aunque Correa no ha dilapidado tanto como Chávez y Maduro, igual la situación se le pone difícil. El precio del petróleo tiene esas consecuencias. Correa lo ha disimulado mucho, pero para ello se ha comprometido demasiado con China. La deuda es grande y se hace costosa. Y debe haber más cosas y peores, pero esto es lo poco que se sabe, porque Correa lo que sí ha hecho con suma eficiencia es amordazar a los periodistas y a la prensa y manipular la escasa información que llega a los ecuatorianos.
Aunque Correa no ha dilapidado tanto como Chávez y Maduro, igual la situación se le pone difícil.