Mario Alberto Carrera
Una escena muy bien montada: las lujosas tablas de un gran hotel internacional, que ofreció la escenografía y luces más adecuadas y creadoras de un ambiente perfecto para el sketch bíblico del Presidente, donde —gimoteos, llanto desconsolado, pucheros congestionados y mutis desgarrador, berreador y plañidero— trataron de convencer a un público ora escéptico, ora cómplice —en la mejor clave de S. Pablo— de unos sentimientos cívicos y patrios que intentaron dibujar la narrativa cómica del gobernante.
El Desayuno Nacional de Oración —hay que explicar antes de seguir adelante— es un evento organizado por Guatemala Próspera, capítulo de una institución internacional, más decantada en clave cristiana que católica, donde los grandes empresarios inventan inmensas tenidas blancas, cuyo esqueleto es sostenido por miles de miles de células nacionales, inter articuladas en el Continente. Algo así como un mega partido político cristiano-empresarial panamericano ¡y fundamentalista!, dirigido o inspirado por el pastor John Maxwell, quien —no hace mucho— debutó en la Mega Frater, propiedad del pastor Jorge H. López, quien comparte delirios arquitectónicos y pastorales con Carlos Luna Arango, propietario de Casa de Dios (versión chapina del coliseo romano) donde los pobres —para estupor de Cristo— no tienen butaca porque son muy caras.
El gran teatro del mundo estaba montado por los de Guatemala Próspera en el Desayuno de Oración Nacional —donde los pelados, asimismo, no tenemos cabida—. Y el semipastor y semiactor no podía desperdiciar la ocasión de ofrecer una de las escenas más logradas, de las atelanas que mejor sabe montar. Una mezcla de sketch de Big Pitahaya —con el pastor arrepentido— que representa en la súper producción intitulada como lo que menos tiene: Fe. Porque Jimmy es un histrión de histriones: ha laborado en por lo menos cinco películas nacionales y dos internacionales. No se crea que sólo en esos livianos y sencillos sketchs de las dominicales Moralejas.
Indudablemente, la comidilla del día y de la semana ha sido el gimoteo, llanto y pucheros del primer magistrado nacional en el escenario, esta vez requeté teatral, del Desayuno Nacional de Oración —montado por Guatemala Próspera— sólo superado, acaso, por la no menos magistral representación palenquera que ofreció su eminencia reverendísima Oscar Vian, cuando cantó en el Parque Central, no hace mucho, Sigo Siendo el Rey, del no menos plañidor José Alfredo Jiménez. Aliviada está Guatemala con excelencias y eminencias tan inclinadas a las arte populares del bel canto ranchero y de la farándula de la manzana güena.
Pero no sólo la magistral representación gubernamental —nos llamó la atención, como diría el juez Gálvez— sino también el resto de los integrantes del magnífico espectáculo: me refiero a los espectadores sobre el escenario y en platea-mesas, donde se ubicó lo mejor de lo mejor de la jet set nacional.
Allí olía a los más exquisitos perfumes que vende Fetiche y se vestía con los mejores trajes de Cayalá y sus casas matrices en Milano y New York. Se competía en formas y maneras. Con esto quiero decir, que era un banquete donde —el absolutamente inmenso resto de los guatemaltecos, que somos ya unos 19 millones— no pintamos absolutamente nada. Porque somos nada para ellos: switch de la lucha de clases
El gran teatro del mundo de la alta burguesía y del poder nacional invisibiliza —en estos eventos y en la vida real, virtual y ampliada— al otro estanco de ese escenario general que Calderón llamaba mundo, esto es: a la clase media/media y a la clase baja que es el grueso del país.
Ni en estos desayunos —en los comedores de los grandes hoteles ni en la tribuna de John Maxwell bombástica y excluyente— se piensa en los infortunados que privilegiaba Jesucristo, ingente carpintero. En esas comilonas mañaneras —cuyo costo podría financiar el de cientos de desayunos, o quizá miles, para indigentes guatemaltecos— y en las convocatorias multitudinarias de Casa de Dios, cuyos diezmos podrían financiar la desnutrición de cientos de infantes nacionales, no se reflexiona que, apenas a unos cientos de metros del lujoso hotel, o de unos cuantos kilómetros de la mega iglesia de H. López, hay gente que apenas desayuna, apenas almuerza y no cena. En eso no piensa Jimmy, ni Thelma —la de los carísimos collares y trajes— ni el señor Bosh. Ni acaso el resto de los que se llenaron la boca hablando babosadas en el Desayuno Nacional de Oración.
Pero el tema central, en todo esta merienda de negros (y también de blancos porque no hay que ser excluyentes) fue la del Presidente y sus pucheros que pasará a la Historia Patria.
Mi querido don Jimmy: lo que usted da y ha dado en el famoso desayuno es lástima. Sus actuaciones son pésimas. No sé cómo pudo haber hecho, durante 15 años, esas Moralejas. Me imagino que por razones financieras, porque usted es un pésimo actor pero un gran comerciante. De otra manera no hubiera hecho migas con el otro gran tratante que es el Fantasma González.
Las malas lenguas dicen que usted va a durar muy poco y que Constituyente aquí y refundación del Estado allá. Pero si dura, no haga el bobo. No haga el bobo en esos falsos escenarios, como falso es el público para el que representa, falseando el Credo en el que dice creer.