Viena, Austria | AFP |
La extrema derecha gana terreno en Europa desde los años 2000. Pero en 2017 varias elecciones clave confirmaron la tendencia en Francia, Alemania, Austria y Holanda. El éxito de los partidos populistas, euroescépticos y antiinmigración acelera la recomposición del panorama político, pero genera también fricciones dentro de esas formaciones.
Éxitos electorales
Los partidos de extrema derecha encadenaron los resultados históricos este año, pero no lograron ninguna victoria nacional. «La extrema derecha en Europa es hoy más popular que nunca desde 1945», asegura el investigador holandés Cas Mudde, profesor asociado de la universidad de Georgia (EEUU).
El Partido de la Libertad (PVV) de Geert Wilders se convirtió en marzo en la segunda fuerza del Parlamento holandés por detrás de los liberales, con 20 escaños de un total de 150.
En Francia, la presidenta del Frente Nacional, Marine Le Pen, alcanzó la segunda vuelta de las presidenciales de mayo.
Y en Alemania, Alternativa para Alemania (AfD) logró un éxito sin precedentes al entrar en la Cámara Baja con el 12,6% de los votos, cuando apenas había obtenido el 4,7% de los sufragios cuatro años antes.
El FPÖ austriaco, decano de los partidos de extrema derecha de la posguerra, obtuvo por su parte un resultado cercano a su récord en las legislativas de octubre, con el 26% de los votos, y gobernará en coalición con los conservadores.
En Italia y en Suecia, que celebrarán comicios legislativos en 2018, la extrema derecha también podría lograr buenos resultados.
El papel de la inmigración
«Cada país cuenta una historia distinta pero, tras el éxito de las derechas radicales, siempre se encuentra la noción de inseguridad, real o percibida, vinculada con los flujos migratorios, el terrorismo o la incertidumbre económica», señala Mabel Berezin, profesora de sociología en la Universidad de Cornell estadounidense.
El auge de ña extrema derecha en países prósperos como Alemania y Austria confirma «los análisis que muestran desde hace décadas que la inmigración es una preocupación clave» del electorado ultraderechista, explica Mudde.
La AfD y el Partido de la Libertad (FPÖ) de Austria lograron sus buenos resultados en dos de los países europeos que más migrantes acogieron desde 2015, alimentando el debate sobre el coste de las ayudas y la capacidad de integración de los refugiados.
La presencia de inmigrantes no es lo único que determina los resultados de la extrema derecha, que también saca provecho del descontento respecto a los partidos tradicionales y las élites políticas, económicas y culturales.
Escenario transformado
Los demás partidos, especialmente los conservadores, se ven obligados a adaptar su estrategia y no saben si rechazar, copiar o cooperar con las formaciones ultraderechistas.
La decisión del joven conservador austriaco Sebastian Kurz, de 31 años, de competir contra el FPÖ en temas como la inmigración, el lugar del islam en la sociedad y la seguridad llevó lógicamente a ambos partidos a sellar un acuerdo de coalición.
«Kurz ha ido muy lejos en su acercamiento ideológico con el FPÖ, una estrategia que puede funcionar a condición de que no liquide totalmente la identidad de su partido», advirtió el politólogo austriaco Thomas Hofer.
En Bulgaria, el partido de centroderecha del primer ministro Boiko Borisov gobierna desde marzo con una coalición de partidos nacionalistas.
En Hungría, la postura cada vez más xenófoba del conservador Viktor Orban permite al partido extremista Jobbik, que moderó su discurso, presentarse ahora como la principal alternativa al dirigente.
En Francia, los partidos tradicionales descartan alianzas con la extrema derecha, al igual que en Alemania y Holanda. Pero la derecha francesa acaba de elegir a un líder cuadragenario, Laurent Wauquiez, acusado de centrarse en los mismos temas que el Frente Nacional.
Para Cas Mudde, los partidos tradicionales que intenten imitar a la extrema derecha sólo lograrán «éxitos a corto plazo» porque subestiman el sentimiento antisistema de ese electorado.
Gestionar el éxito
Los conflictos en el seno del Frente Nacional y la AfD desde sus buenos resultados electorales ilustran la dificultad para aparcar de forma duradera unas divergencias internas que pueden ser profundas, relacionadas con distintas tendencias ideológicas o rivalidades individuales.
El año 2017 también fue el del descalabro del partido populista y eurófobo de los Verdaderos Finlandeses, castigado por el ejercicio del poder desde 2015 en el seno de una coalición con los centristas y los conservadores.
«La posición de aliado minoritario siempre es la más incómoda», dice Thomas Hofer.
El FPÖ tardó años en cerrar las heridas provocadas por su primera coalición con los conservadores entre 2000 y 2007.
Para Hofer, «partidos como el FPÖ tienen un ADN de opositor, que no es sencillo convertir en una actitud de gobierno».