El Acuerdo de París: ni histórico ni ambicioso

Por Manuel Manuel Guzmán Hennessey.* El Acuerdo de París se compone de 11 páginas y una Decisión de otras 20. En su versión en castellano tiene 143 veces la palabra “debería”, un modo verbal condicional que sustituye la conjugación “deberá” que significa que se hará lo que se proclama, sin condicionamientos.
Debería viene de “deber” que significa obligación. Al optar por el “debería” el acuerdo de París dejó claro que los gobiernos no tienen la obligación de hacer lo que allí se escribe. De manera que este es el principal error de los titulares exitistas: no se firmó un acuerdo vinculante pues su aspecto medular no es vinculante sino voluntario: las contribuciones nacionales para reducir las emisiones.
Por otro lado, los reconocimientos más interesantes sobre la índole y la gravedad de la crisis, y que han causado el efecto exitista (¿buscado?) en los medios de comunicación, figuran sólo en el preámbulo, que es la parte declarativa del documento, y que carece de fuerza legal. Allí se consagran intenciones loables y ambiciosas que luego se diluyen en el texto decisorio. Se escribe que hay que hacer “muchos mayores esfuerzos de reducción» de las emisiones, pero luego no aclara cuáles serán los compromisos de los países para lograr este objetivo ni determina de qué tamaño serán estos esfuerzos ni si ello será o no suficiente para detener la crisis.
Ahora bien, hubo acuerdo entre las partes es cierto, pero que haya habido un acuerdo no significa necesariamente que es bueno. Bueno habría sido que hubiera habido el acuerdo que la humanidad necesitaba para frenar la amenaza contra la vida. Eso sí habría sido histórico. El de París no es ese tipo de acuerdo cuyas líneas habían sido dictadas por los científicos para que no hubiera lugar a dudas: había que producir un acuerdo ambicioso, audaz, justo, vinculante y de aplicación inmediata para evitar que la temperatura subiera más allá de los 2ºC.
El acuerdo de París no cumple ninguna de estas condiciones, pero refleja el alcance de los gobernantes del mundo. Y no es un acuerdo mundial en el sentido de interpretar la posición de la sociedad, de la ciencia y mucho menos de las poblaciones más vulnerables de la Tierra. Es el acuerdo de la diplomacia internacional representada por el Sistema de las Naciones Unidas.
No es ambicioso debido a que las metas de reducción de emisiones que consagra oscilan entre el 20 y el 25%. Ambicioso habría sido que estas metas rondaran el 70% con respecto a lo que los países emitían en 2010. Esto es lo que la ciencia ha dicho que se necesita para lograr que la temperatura no supere los 1,5ºC.
La valoración de la ‘poca ambición’ del acuerdo de París no obedece solamente a una opinión del autor de esta nota; también lo reconoce el propio acuerdo cuando escribe:
“Observa con preocupación que los niveles estimados de las emisiones agregadas de gases de efecto invernadero en 2025 y 2030 resultantes de las contribuciones previstas determinadas a nivel nacional no son compatibles con los escenarios de 2 oC de menor costo sino que conducen a un nivel proyectado de 55 gigatoneladas en 2030, y observa también que, para mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2 oC con respecto a los niveles preindustriales, mediante una reducción de las emisiones a 40 gigatoneladas, o por debajo de 1,5 oC con respecto a los niveles preindustriales, mediante una reducción de las emisiones a un nivel que se definirá en el informe especial mencionado en el párrafo 21 infra, se requerirá un esfuerzo de reducción de las emisiones mucho mayor que el que suponen las contribuciones previstas determinadas a nivel nacional”
¿Qué quiere decir esto? Que con las contribuciones que el acuerdo acogió “con satisfacción” llegaremos, en el mejor de los casos, a 55 gigatoneladas de CO2 en 2030 con lo cual superaríamos los 2ºC.
¿Qué podía haber hecho la presidencia de la COP 21 para obligar a países como EEUU, China, India y Rusia a que aumentaran sus contribuciones y con ello detener las emisiones en 40 gigatoneladas? Nada más que “instarlos”. Eso fue lo que hizo.
Si el acuerdo hubiera logrado esto (proyectar menos de 40 gigatoneladas para 2030) podría aspirarse a que la economía mundial se descarbonizara en 2050. Con el nivel de ambición declarado no solo no lograremos la descarbonización de la economía en 2050 sino que superararíamos la barrera de 2.7ºC probablemente hacia 2030.
Ahora bien, un mundo soportado 100% en energías renovables es hoy técnicamente según demostró Energy Report en su informe de 2011, de manera que la falta de ambición del acuerdo de París se corrobora también en que optó no por lo que hoy es técnicamente posible sino por lo que era políticamente viable. Un acuerdo histórico habría sido aquel que se hubiera atrevido a decirle al mundo que los países que conforman las partes de la CMNUCC se comprometieron en París a implementar acciones a partir de 2020 para alcanzar una economía global soportada 100% por energías renovables en 2050.
¿Qué pasaría si la temperatura supera los 1.5ºC? Una reacción en cadena que afectaría a las poblaciones más vulnerables. Por ejemplo la capa de hielo de Groenlandia desaparecerá completamente liberando el metano atrapado, según dijo Johan Rockström, director del Centro de Investigación sobre la Resiliencia de Estocolmo.
El acuerdo no enfrenta de manera eficiente el recambio energético, y desaprovecha la enorme oportunidad que hubo en París de impulsar una transición energética profunda: Esta oportunidad estuvo estimulada por el sector privado que mostró entre otras la iniciativa RE100 mediante la cual muchas empresas han decidido depender 100% de energías renovables.
El acuerdo parece ignorar que la descarbonización de la sociedad tiene su principal escollo en el auge de las energías fósiles y la industria extractivista. Propone tímidamente que para descarbonizar las economías se alcance el pico de emisiones «lo antes posible» y se busque «un equilibrio entre las emisiones antropogénicas y las fuentes y absorciones por sumideros de los gases de efecto invernadero» (dice que este objetivo se debería cumplir en la ‘segunda mitad’ del siglo XXI, diluyendo el objetivo de 2050). El acuerdo concede más peso a la compensación de las emisiones que a los compromisos de reducción de países, dejando implícito que no se espera un cambio sustancial en los modelos actuales de producción y consumo. Por ello mantiene los criterios de mercantilización del clima mediante los mercados del carbono.
Excluye de manera inexplicable las emisiones generadas por el transporte aéreo y marítimo, y no estimula la desinversión en combustibles fósiles. Tampoco frena el auge del fracking y las arenas bituminosas. Y tampoco es cierto, como lo han escrito los exitistas y lo corrige Gerardo Honty que los países desarrollados se comprometieron a disponer USD 100 mil millones al año para distribuir entre los países en desarrollo. Esa suma incluye los dineros que pueden provenir de inversiones de empresas privadas y otros mecanismos distintos a las donaciones. Además esto tampoco es una decisión nueva, asegura Honty, pues ya había sido decido en la COP 16 de Cancún.
En síntesis, la humanidad reconoce que afronta su más grande amenaza, pero al mismo tiempo proclama su incapacidad para reaccionar ante ella y detenerla. Sabe que debería tomar medidas extremas, como cambiar su dependencia global de los combustibles fósiles, modificar drásticamente sus estilos de vida y consumir menos productos y servicios, pero decide posponer el emprendimiento de estas acciones.
¿Por qué? Quizás debido a que el sistema de las Naciones Unidas no permite usar otro lenguaje, y por ende, otra manifestación de los compromisos reales y el carácter jurídicamente vinculante de los acuerdos, que el lenguaje propositivo. Por esto el acuerdo de París es más un documento de intenciones, que deja a la buena voluntad de los países su cumplimiento definitivo, que un real acuerdo entre partes expresado en términos de compromisos efectivos, concretos, verificables y monitoreables.
¿Podía ser de otra manera? Parece que no. ¿Qué sugiere lo anterior? Que la humanidad deberá buscar un nuevo tipo de gobernanza sobre la crisis climática antes de 2020, pues es muy probable que esta humanidad no tenga mucho tiempo para reaccionar colectivamente: ¿2050? ¿2080?
Pongo el siguiente ejemplo que corresponde al artículo 27 del acuerdo de París que explica el 24, 25 y el 26 en los cuales se pide a las partes que hayan hecho sus contribuciones tomando como año de base 2030 a que presenten nuevas contribuciones que tomen como año de base 2020. El artículo 26 pide al Grupo de trabajo especial del Acuerdo de París que “elabore orientaciones adicionales sobre las características de las contribuciones determinadas a nivel nacional para que la Conferencia de las Partes en calidad de reunión de las Partes en el Acuerdo de París las examine y apruebe en su primer período de sesiones” y es con base en tal promesa de ayuda técnica a los países para que elaboren mejor sus contribuciones que en el artículo 27, propone que:
“la información que comuniquen las Partes al presentar sus contribuciones determinadas a nivel nacional, a fin de promover la claridad, la transparencia y la comprensión, podrá incluir, entre otras cosas y según proceda, información cuantificable sobre el punto de referencia (con indicación, si corresponde, de un año de base), los plazos y/o períodos para la aplicación, el alcance y la cobertura, los procesos de planificación, los supuestos y los enfoques metodológicos, incluidos los utilizados para estimar y contabilizar las emisiones antropógenas de gases de efecto invernadero y, en su caso, las absorciones antropógenas, y una explicación de los motivos por los que la Parte considera que su contribución determinada a nivel nacional es justa y ambiciosa, a la luz de sus circunstancias nacionales, y de la forma en que contribuye a la consecución del objetivo de la Convención enunciado en su artículo 2”.
Esto es tan amplio y tan genérico que si los países (especialmente algunos de ellos) interpretan según sus intereses las “características” de las contribuciones bien podrían presentar algunas que sean inclusive menos ambiciosas que las que consagra el acuerdo de París. Y aunque en el artículo 31 el acuerdo establece cómo deben ser estas contribuciones, el conjunto contextual no fue lo suficientemente claro para prevenir las trampas que en el pasado el mundo ha conocido en la interpretación del Protocolo de Kioto.
Algunos especialistas han reaccionado pronto ante el acuerdo. Empiezo por reseñar la opinión de James Hansen: “los países ricos se han alejado tanto de los objetivos iniciales que nos han dejado un acuerdo que es una farsa”. Sara Shaw, coordinadora del programa Justicia Climática y Energía de Amigos de la Tierra Internacional dijo: “Mediante compromisos fragmentarios y tácticas de intimidación, los países ricos han promovido un acuerdo extremadamente negativo”. Hansen agregó la palabra “fraude”, en declaraciones a The Guardian el 12 de diciembre, cuando dijo que el contenido del acuerdo alcanzado en París es “un cúmulo de palabras y de promesas, sin acciones concretas”. Agregó que “El acuerdo es una excusa que tienen los políticos para poder decir: tenemos una meta de dos grados e intentaremos hacerlo mejor cada cinco años”, antes de recordar que no se han establecido compromisos ni calendarios de obligado cumplimiento.
¿Lo bueno?
Básicamente dos cosas:
1. La ayuda a los países en desarrollo para hacer frente al cambio climático. Se hace mediante el establecimiento del “Comité de París sobre el Fomento de la Capacidad”, pero es una buena iniciativa. Que tendrá por objeto hacer frente a las carencias y necesidades, ya existentes y nuevas, que se detecten en la aplicación de las medidas de fomento de la capacidad en las Partes que son países en desarrollo, según reza el acuerdo.
2. La participación de los Actores no estatales. El artículo 134 del acuerdo señala que: “Acoge con satisfacción los esfuerzos de todos los interesados que no son Partes, incluidos los de la sociedad civil, el sector privado, las instituciones financieras, las ciudades y otras autoridades subnacionales, para hacer frente al cambio climático y adoptar medidas de respuesta”, y el 135 “Invita a los interesados que no son Partes mencionados en el párrafo 134 supra a que acrecienten sus esfuerzos y apoyen las medidas destinadas a reducir las emisiones y/o a aumentar la resiliencia y disminuir la vulnerabilidad a los efectos adversos del cambio climático, y a que den a conocer esos esfuerzos a través de la plataforma de la Zona de los Actores No Estatales para la Acción Climática”.
¿Podía el mundo haberse comprometido en París a un cambio de mediano plazo de su motor anticuado? (léase combustibles fósiles) Sí. ¿Cuándo? En 2050. ¿por qué en la cumbre de París no se adoptaron medidas de mediano plazo si la propia cumbre reconoce que la crisis es muy grave y que no podemos traspasar el umbral de los 1.5ºC?
El impulso que pueden dar los actores no estatales en el periodo pos 2015 es definitivo para acelerar la acción de los gobiernos hacia una transición energética real y hacia un recambio de la cultura y la economía actuales que empiece por los estilos de vida y proyecte hacia 2050 una sociedad verdaderamente sostenible.
Vamos a ver: si una empresa descubre que su competitividad en los mercados se ha visto abruptamente disminuida debido a que sus competidores han actualizado su innovación, tecnología y mercadeo, esta empresa no decide posponer su reacción ante la competencia. Lo que hace es convocar un seminario de urgencia para revisar lo que ha sucedido y toma medidas en el corto plazo para recuperar los mercados que ha perdido. Si descubre por ejemplo, que su pérdida de competitividad se debe a que ha pospuesto inexplicablemente la sustitución de un viejo motor que le genera un alto consumo eléctrico y por lo tanto altos costos y al mismo tiempo entorpece el proceso productivo, no aplaza por años el cambio del motor sino que decide hacer las inversiones necesarias, aún a costa de endeudamientos o recortes presupuestales, y cambia el motor en el menor plazo que le sea posible.
Me pregunto si la diferencia entre esta empresa y el mundo es que la empresa puede cambiar el motor en el corto plazo debido a que su estructura cultural y organizativa están diseñadas para reaccionar con eficiencia en el corto plazo, y el mundo no, el mundo reacciona mucho más lento, las instituciones no facilitan las decisiones de choque ni los cambios estructurales. Los cambios en la cultura suelen ser asunto de varias generaciones.
Ojalá la Generación del Cambio Climático ayude a acelerar estos cambios y propugne por una gobernanza ciudadana de la crisis climática 2020 2050, antes de que sea demasiado tarde.
*Director general de la red KLN y profesor titular de la Universidad del Rosario de Bogotá, Colombia, para la revista Crónica de Guatemala.
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