Descendientes de esclavos danzan sin descanso para el Niño Jesús en Perú

«Cuando zapateo mis pies quedan muertos y gastados, pero por mi devoción al Niño Jesús sigo danzando», cuenta Carlos Gallardo en una pausa en su baile en la plaza de un pueblo de Perú donde habitan muchos descendientes de esclavos africanos.

Las tradicionales danzas Hatajo de Negritos y Las Pallitas, que se bailan en Navidad en pueblos de la costa central peruana, fueron declaradas la semana pasada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

«Esta danza es una tradición que tenemos desde años atrás. Viene de nuestros antepasados, viene de la etnia negra. La practicaban esclavos en sus momentos de ocio para tratar de liberarse» de sus pesares, explica Gallardo a la AFP.

De 21 años, Gallardo practica este baile tradicional desde que era pequeño, cuando su padre -también zapateador- lo encomendó al Niño Jesús para que sanara del asma que padecía desde que tenía 3 años.

«En el zapateo utilizamos desgaste físico por montón», pero «cuando zapateo con el alma no siento dolor, (ni) cansancio. Solo siento esas transmisiones que brotan de mi corazón hacia mis pies. Es algo indescriptible», dice el joven.

Estas danzas son expresiones populares y culturales cuyos antecedentes se remontan a bailes y villancicos en el siglo XVII. El Hatajo de Negritos es de hombres y Las Pallas son exclusivas de las mujeres.

Son bailes de zapateo y canto, e interpretaciones de violín (el Hatajo) y guitarra española (Las Pallitas). El zapateo reproduce patrones rítmicos de origen africano al son de los instrumentos musicales que evocan tonadas con influencia andina.

Estas danzas se enseñan «de generación en generación», destaca Gallardo, quien es el ‘caporal’, o líder, de un grupo de danzas en el pueblo de El Carmen, contiguo a la ciudad de Chincha, 200 km al sur de Lima.

A pocos días de la Navidad, Gallardo y sus compañeros ofrecieron una muestra del Hatajo de Negritos en la plaza de armas de El Carmen, donde hicieron vibrar con sus fuertes zapateos el escenario ante decenas de pobladores.

Antes de danzar, más de 30 bailarines fueron «bautizados» (iniciados) con pan, sal y tres chicotazos (latigazos), que representan al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, explica a la AFP el profesor Ricardo Magallanes, de la escuela Nueva Amanecer.

Cada Navidad los bailarines recorren las casas en que hay nacimientos para adorar al Niño Jesús, donde los anfitriones los agasajan con bizcochos y bebidas.

Los bailarines, que también danzan en las calles y plazas, visten de blanco con bandas diagonales rojas en el pecho, que representan a los antiguos esclavos. Avanzan al ritmo del zapateo, soltando versos, cargando campanillas adornadas con cintas y un chicote con cascabeles.

42 años zapateando

«Esta danza era para amortiguar el sufrimiento de los esclavos», dice Martha Palma, quien zapatea Las Pallitas desde hace 42 años y ahora es una de las encargadas de la danza en Chincha.

Las «pallas» o «pallitas» eran las doncellas que acompañaban a los antiguos jefes incas en los Andes.

«Nosotros nos sentimos muy orgullosos por el reconocimiento de la Unesco, fueron años de esfuerzo, de sacrificio», dice Palma, de 45 años, mientras prepara en su casa un altar para adorar al Niño Jesús esta Navidad.

«Las pallas demuestran el amor al Niño Dios a través de su zapateo. Nuestra vestimenta (blanco o rosado) es por la sencillez que tenemos», explica.

Cada bailarina lleva además un bastón, llamado «azucena», adornado con guirnaldas de colores.

Aunque esta danza está reservada para las mujeres, «no es que seamos feministas», sino que esa es la tradición, aclara Palma.

Las bailarinas alternan su recorrido con zapateo y villancicos y las acompaña un anciano ligeramente encorvado con máscara de piel de alpaca, que es el capitán de la danza.

«El Hatajo y Las Pallitas son una potente forma de identidad cultural», dice a la AFP Susana Matute, directora de Políticas para la Población Afroperuana del ministerio de Cultura.

«Necesitamos desarrollar políticas públicas que puedan garantizar (a futuro) la práctica de la danza realizada por clanes familiares», agrega.