Francisco J. Sandoval
Hablo de la marimba como un claro ejemplo de símbolo de la cultura nacional. Igual que la tortilla. En seguida resalto que la cultura es el sector del que menos se ocupa el plan del actual gobierno: marginal en cuanto a preocupación, proyectos y presupuesto. Mal andamos, Sancho amigo.
Se ha vuelto un lugar común decir que la cultura es “motor del desarrollo”. No lo es, pero podría ser- lo. Ocuparse en serio de ella supone preguntarse qué país habitamos, qué país heredamos, cuáles sus grandezas históricas, artísticas y espirituales, cómo se manifiesta su identidad. Entre exotismo y autenticidad, Guatemala lo tiene todo. Sin rubor ni temor podríamos estar en un campeonato mundial de la cultura, si lo hubiera.
La cultura, igual que la leche materna, se mama desde que somos niños, en la escuela y en la comu- nidad. Si no, se muere espiritualmente el futuro ciudadano. Si no aprendemos a comer con gusto la tortilla, después tiene sabor a nada,
ignorando que en esta tierra nació el cereal más universal. Tampoco goza de buena salud la difusión y el entendimiento del Popol Vuh: no ha pasado de que burocráticamente se le dedique un día en el calendario nacional.
Está claro: se necesita una revolución cultural; decirlo y hacerlo sin miedo, con decisión política y programática. Me sumo a quienes piensan que esa revolución pasa por crear un Ministerio de Cultura y Turismo, dos fortalezas que, juntas, serían bastiones de un desarrollo descentralizado. El turismo se nutre de la cultura y la cultura debiera financiarse del turismo cultural. Bien gestionados tendríamos lo que España vive ahora: no quiere que le lleguen más turistas porque sus hoteles, parques, playas, museos y restaurantes rebalsan de demanda… y generan buena plata para la quinta parte de la fuerza de trabajo. Digno de envidia. El deporte importa. Y mucho; es parte de la buena salud y el espíritu competitivo. Los griegos lo decían: mente sana en cuerpo sano. Por eso y por ser practicante activo del bádminton y el volibol, digo que se debe crear un Instituto del Deporte, no como aparato burocrático que da chance a los amigos sino como facilitador de su práctica en todos los rincones del país y por la mayoría de las personas.
Como no puede haber buena crítica sin resaltar algo de lo poco positivo que hay alrededor, debo decir que hay esfuerzos que se deben potenciar: coros, marimbas, orquestas, grupos de teatro, pintores, creación literaria, editoriales, festivales. Y por supuestos mil marimbas en toda la geografía nacional. A todos nos gustaría ver y presenciar conciertos y concursos de marimbas tocadas por niños, jóvenes, mujeres y, por supuesto, por maestros de marimbas populares y de concierto. El repertorio sobra: Luna de Xelajú, el rey quiché, sal negra, El ferrocarril de los altos, Chichicastenango, noche de luna entre ruinas, Lágrimas de Thelma…
Hay esfuerzos quijotescos como el caso de Adesca que con migajas que le asignan reparte recursos pa- ra proyectos en el interior. Las casas de la cultura deben ser más que esfuerzos voluntarios de quijotes que de vez en cuando, contando con apoyo municipal, rescatan ex- presiones locales de identidad. Debieran ser, en cambio, 200 pequeños ministerios de cultura.
Creatividad nos sobra, pero está dormida, apachada por indiferencias de todo tipo, empezando por algunos maestros que cada día olvidan la consigna de José Martí: Y me hice maestro que es hacerme creador.
Propongo, pues, que siga viva la marimba, que sus teclas nos inunden de dulce sonoridad; mejor si como parte de una vigorosa revolución cultural.